Conocía de la existencia del Espigüete y de su vecino el Curvacas de años atrás, de cuando fui varias veces a la Montaña Palentina a ver al lobo y al oso pardo, llegando a ver el Espigüete desde abajo, a los pies del embalse de Camporredondo y desde entonces ya lo anoté en la “agenda”, para alguna ocasión en que estuviera por allí… y esa ocasión ha llegado este año.
No es el más alto de la Montaña Palentina y viéndolo desde la aproximación a la pedrera de la cara sur, tampoco parece que sea el más bonito, meramente parece un mazacote rocoso, calizo, pero tiene la virtud de tener muchas caras, dependiendo desde el lado por donde se le mire, y -creo- que es desde la zona de Valverde de la Sierra o desde la zona oeste, desde donde se tiene la imagen más icónica de este pico, cuando aparece con su forma piramidal y más, cuando está completamente cubierto de nieve/hielo y su aristas realzan más su aspecto de pirámide y aún más con la luz del amanecer o atardecer... aunque también, su silueta reflejada en las mansas aguas del embalse de Camporredondo lo convierten en el deseo de los aficionados a la fotografía... una imagen que es visible desde grandes distancias y claramente reconocible al encontrase separado/aislado de otros picos.
Otra curiosidad, es que aunque desde fuera esta montaña parece un auténtico mazacote rocoso, lo cierto es que por dentro, al tratarse de roca caliza, está completamente agujereada, llena de "ríos y lagos subterráneos, simas de gran profundidad y cuevas que lo convierten en un auténtico tesoro para los espeleólogos".
Nuestro centro de operaciones/alojamiento para los días que nos quedamos en la Montaña Palentina lo situamos en el albergue de Cervera de Pisuerga, una localidad que ya conocía y que me gustaba, pero en lo que no pensé fue que nuestra estancia allí coincidía con las fiestas del pueblo, así que los días en que nos quedamos allí no pegamos ojo, apenas pudimos dormir, por el ruido, la música alta de orquesta hasta altas horas de la madrugada y en general, por todo lo que conllevan las fiestas de un pueblo que las vive con pasión, y si a eso le sumamos que nos tenemos que levantar temprano para desplazarnos y realizar las rutas y evitar las horas de más sol en los tramos más exigentes, pues resulta que cuando aparece el silencio es cuando nosotros tenemos que ponernos en pie para prepararnos, desayunar fuerte en el propio albergue y desplazarnos al inicio de cada recorrido. Pero al margen de no pegar ojo, la verdad es que muy bien por Cervera, muy animado, como no podía ser de otra forma estando en fiestas y siendo uno de los puntos neurálgicos de la Montaña Palentina.
Para la ascensión prevista, nos tendríamos que desplazar desde Cervera de Pisuerga a Cardaño de Abajo, en un bonito recorrido de carretera por zonas de pantanos, como el de Cervera o el de Camporredondo, con varios miradores junto a la carretera en los que nos pararíamos a la vuelta, de regreso, para no perder tiempo y empezar la ruta, la ascensión sobre todo, aprovechando las primeras horas de la mañana.
Ya en Cardaño de Abajo, al llegar a una plaza con una fuente con pilón en el centro y un bar a la izquierda, cogemos una calle a la izquierda que acaba saliendo del pueblo por una pista de hormigón, para en poco más de 500 metros, justo cuando la pista hace una curva pronunciada, dejar el hormigón y aparcar a la sombra de un árbol. Desde allí se inicia el recorrido por un camino que se adentra en un bosque de robles, es el llamado “Camino de la Binesa” (pasa junto al arroyo del mismo nombre).
Al coger las mochilas del coche y echar la vista atrás, podemos ver el pueblo un poco más abajo y de fondo el embalse de Camporredondo, que también sufre los estragos de la falta de precipitaciones durante el año, como claramente se puede apreciar.
Nos ponemos en marcha, día soleado aunque a primera hora de la mañana la temperatura es buena, caminando por el “Camino de la Binesa” durante unos tres kilómetros aproximadamente, en un recorrido por camino ancho, con buena huella y de ascensión suave que hace que podamos ir relajados y charlando, siempre a la sombra que nos aportan los árboles que nos rodean, robles principalmente, haciendo alguna que otra parada para fotografiar mariposas, aunque al final decidí dejarlas para la vuelta, para no perder tiempo, puesto que el recorrido de hoy iba a ser lineal, subir y bajar por el mismo sitio, tan solo un pequeño desvío que no estaba previsto pero que resultó acertado.
Es simplemente salirse del camino y desde el primer metro ya comienza una subida exigente, nada que ver con el cómodo paseo que habíamos tenidos hasta ahora, primero por un tramo abierto, sin arboleda, un claro dentro de la zona boscosa, donde subimos en perpendicular a la montaña caliza, pero siguiendo los claros trazados en zig-zag, donde en poco tiempo, en alguna de las breves paradas para tomar aire y echar la vista atrás, se puede ver lo que se va subiendo en tan corto espacio de tiempo.
Este tramo cómodo bordeando el Espigüete nos conduce hasta el inicio de la “pedrera”, a la altura más o menos, en donde se enlaza con la otra variante (o sea, la que hubiéramos hecho si hubiéramos continuado durante un kilómetro más por el camino para después coger la otra senda a la derecha que nos hubiera llevado hasta este punto y que sería la que utilizaríamos al regreso).
Un nuevo giro a la derecha, comenzamos de nuevo a subir y pronto nos adentramos en la famosa, por decir algo, “pedrera” de la cara sur del Espigüete. No hace falta que nadie nos diga que hemos llegado a esa zona, no hace falta consultar el track ni nada por el estilo, simplemente cuando llegas allí y te adentras en ella e intentas subir por esa supuesta senda de piedrecitas sueltas, a la que directamente llamaría “gravera”, es cuando se toma conciencia de que se ha llegado, que uno se ha metido en la boca del lobo y que ahora es cuando toca el peor tramo, no solo porque es el más exigente en cuanto a desnivel, sino porque es el más “pestoso”...
En principio avanzamos por la senda de piedrecitas sueltas, a modo de gravilla, en las que uno es como si no tuviera tracción en las botas, resbalando mucho, pero a priori vamos siguiendo el trazado de la senda y aunque todo es un mar de piedras, parece tener otro color, como de estar más transitada y además, vamos siguiendo los hitos, en dirección ascendente y vertical, hacia el collado que divide las cimas del Espigüete, así que ¡para qué íbamos a mirar el track!.. ¡craso error!… no porque fuéramos a desviarnos del recorrido sino porque el continuar por donde íbamos exigía un desgaste enorme en comparación con otro recorrido paralelo que intentaba alejarse del centro de la pedrera para buscar un firme algo más consistente, como rocas más grandes donde poder apoyar o escarpes en la pared donde por agarrarse…
Cuanto más avanzábamos más nos metíamos en la boca del lobo. Estábamos por debajo, en línea recta, del collado que divide las cimas del Espigüete, la este de la oeste y aunque en distancia no parecía mucha, el fuerte desnivel que existía y el largo tramo de pedrera que teníamos frente a nosotros nos minaba la moral, porque uno tenía la sensación de no avanzar nada, de estar clavado en el mismo sitio, de andar tres pasos y retroceder dos, con en ese firme de piedrecitas sueltas a modo de ‘gravera’, la sensación de estar en una especie de arenas movedizas y sin embargo, el trazado parecía ser bastante obvio y parecía estar transitado, marcado con hitos, haciendo cortos zig-zag que conducían al collado, pero seguir por ese trazado como he dicho, requería mucho desgaste, por no hablar de que tampoco es que fuera un recorrido bonito, o pudiéramos al menos, consolarnos con las vistas que podríamos ver... ni eso siquiera.
Recordaba lo que había leído en diferentes sitios, lo de buscar siempre las piedras más “grandes”, la roca más firme, para avanzar por ella, pero no parecía muy evidente desde el punto donde nos encontrábamos. Así que mirando hacia los lados, comencé a ver otros hitos más a nuestra derecha, que parecían salirse de trazado, razón por la que por fin me decidí a mirar el track y vi que el recorrido que marcaba iba más hacia nuestra derecha, pegado a la pared del farallón rocoso, así que decidimos hacer una pequeña parada para beber agua y tomar un pequeño piscolabis a base de frutos secos y chocolate, antes de realizar el cambio de rumbo.
Cuando estábamos con el piscolabis, un par de chavales que estaban más arriba que nosotros, pero muy desviados hacia la izquierda, totalmente fuera del trazado que llevaba al collado, algo que me sorprendía mucho, aunque claro, tampoco sabía si estaban haciendo lo mismo que nosotros o iban a otro sitio para escalar, nos dan voces para llamarnos la atención y preguntarnos si van bien para subir al Espigüete, con lo que evidentemente se habían equivocado, se habían desviado y mucho, realizando un esfuerzo extra considerable y el que tendrían que hacer todavía, porque le dijimos que tendrían que retroceder para después seguir subiendo hasta el collado y una vez allí, girar a la izquierda, cresteando un poco, para llegar a la cima… y no porque hubiera estado yo antes allí, era por lo que había leído y por lo que había visto unos minutos antes en el track.
Nos ponemos en marcha de nuevo, abandonamos la verticalidad de la línea recta hacia el collado para dirigirnos hacia nuestra derecha, en diagonal, hasta la pared rocosa a donde llegamos con bastante esfuerzo, para salir de la trampa del tramo de ‘pestoso de pedrera’.
Al llegar a la zona de la pared rocosa, vemos como también hay a una senda en clara subida, en cortos zig-zag, con fuerte desnivel, pero a pesar de algunos tramos donde las botas no traccionan bien y se producen resbalones, ya sea por la tierra o por las pequeñas piedras, al menos aquí hay alternativas, pudiendo utilizar rocas más grandes que no se mueven o apoyarte en los escarpes de la pared para avanzar.
A partir de aquí respiramos más tranquilos, vemos luz al final de túnel, ahora simplemente es cuestión de paciencia, es un tramo este de la pedrera que tiene mucho desnivel y requiere su esfuerzo, pero al menos por esta zona el esfuerzo que se hace se ve recompensando en los metros que se avanzan, mientras que en “plena pedrera” daba la sensación de estar siempre en el mismo sito, de no avanzar nada a pesar del esfuerzo realizado.
Nos cruzamos con una pareja que estaban ya bajando y nos comentaron que a ellos les pasó lo mismo, hasta que enlazaron con este trazado paralelo a la pared rocosa.
En ese punto ya nos habíamos situado a la misma altura a la que estaban los dos chavales que se habían desviados y que ahora retrocedían hacia donde estábamos nosotros para seguir por el mismo sitio, pero aún les quedaban un buen tramo, es más, en el tiempo que emplearon hasta llegar al punto donde nosotros estábamos nos dio tiempo a nosotros de llegar a la cima.
No tardamos mucho en llegar al collado, con un enorme hito de piedras acumulada de más de un metro de altura. El collado divide la cima este, a nuestra derecha, de la cima oeste, a nuestra izquierda (donde realmente está la cima del Espigüete) teniendo vistas a la otra vertiente, a la norte.
Desde el collado, un pequeño recorrido cresteando sobre roca, en un recorrido entretenido y divertido, sobre todo después del tramo pindio y pestoso que habíamos tenido por la zona de la pedrera. En poco más de cinco minutos ya estábamos en el vértice geodésico de la cumbre del Espigüete, donde se encontraba otro grupo que no tardarían en bajar porque ya llevaban un rato por allí arriba.
Fue llegar a la cima y de un plumazo se nos quitó el cansancio y la agonía/impotencia del primer tramo de la pedrera, simplemente era respirar y contemplar las maravillosas vistas que teníamos hacia los cuatro puntos cardinales, simplemente girar sobre nosotros mismos y tener una panorámica en 360 grados… simplemente ¡una gozada!.
Fue una sensación de felicidad, el esfuerzo había merecido mucho la pena, parecíamos niños chicos en la mañana de un día de reyes. Tras esos primeros momentos de contemplación, tocó cambiarnos y abrigarnos algo porque arriba, aunque hacía sol, el viento soplaba fresco.
Bajamos con mucha precaución, sobre todo por el miedo a las posibles caídas/resbalones entre piedras, pero lo cierto es que con algo de paciencia, la bajada la hicimos relativamente bien, y en menos tiempo de lo esperado, incluso los últimos tramos de senda por la "pedrera" los hicimos con bastante facilidad, al contrario que por la mañana, porque bajando se puede ir talonando, produciéndose un efecto como de "deslizamiento", algo parecido a cuando se baja por nieve blanda, incluso hasta nos resultó divertido.
Tras este último tramo acabamos saliendo de la zona rocosa de la montaña para enlazar con los senderos de bajada, bien por el que habíamos subido o bien por el otro… y como justo en ese momento nos pasaron otros dos chavales que iban mucho más rápido que nosotros, que acabaron bajando justo por la senda por la que NO habíamos subido, decidimos seguirlos, comprobando que ese tramo es mucho más cómodo y más corto (ya que se avanza bastante por el camino) que el otro por donde habíamos subido por la mañana, así que a penas sin darnos cuenta nos plantamos de nuevo en el cómodo “Camino de la Binesa”, que ahora lo haríamos de vuelta hacia Cardaño de Abajo, en suave bajada y con un poco de calor a esa hora de la tarde, cerca de las cuatro, algo que se nota mucho más al estar a menos altura, por no hablar de que el viento frío que corría por las alturas abajo ni se notaba.
Llegamos al coche con la sensación de haber disfrutado de una buena jornada, en una ruta corta pero muy intensa, en la que afortunadamente no hemos tenido ningún percance y donde el esfuerzo de una subida no muy gratificante, se vio recompensando con creces en la cima, disfrutando de las panorámicas, del entorno y del ambiente de gente que al igual que nosotros, disfruta del deporte y de la naturaleza.
Tras cambiarnos bajamos a la plaza para tomar unas cervezas en el bar y reponer algo de líquido, antes de emprender la vuelta a Cervera, ahora sin prisas, así que nos fuimos parando en los miradores que íbamos encontrando en el camino.
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