A pesar de que teníamos que hacer el desplazamiento, no había que madrugar en exceso, puesto que era una ruta senderista sin apenas dificultad física y de la que conocía parte de ella porque años atrás ya había hecho algún tramo, así que teníamos todo el día para disfrutarla, más aún porque no tendríamos que volver a Cervera ya que nos quedaríamos a dormir en Mave para al día siguiente ya emprender el regreso a casa siguiendo rumbo sur.
Al igual que la noche anterior y a pesar del cansancio acumulado, tampoco pudimos dormir mucho por el alboroto de las fiestas del pueblo, así que aunque no teníamos que madrugar al final lo hicimos, aunque eso sí, el desayuno en el albergue nos lo tomamos con bastante calma.
Al cruzar por el centro del pueblo, sobre las 8:30 de la mañana, todavía seguía la gente joven con ganas de marcha después de una larga noche de fiesta.
Durante el trayecto en coche y a diferencia del día soleado que tuvimos ayer, hoy tocaba cielo completamente cubierto, plúmbeo, con la parte alta de las montañas tapadas por las nubes más al norte y con algunas gotas de agua que de vez en cuando salpicaban la luna del coche.
Al parking llegamos sin problemas, en el tiempo previsto, siendo nuestro coche el único que estaba por allí a esa hora. Desde este punto el recorrido está prohibido para el uso de automóviles, continuando el camino paralelo al río, teniendo a éste a nuestra izquierda.
El camino va estrechándose cada vez más, caminando siempre envueltos entre una bonita arboleda, guiándonos en nuestro recorrido con las paredes rocosas del cañón que se vislumbran claramente, más cercanas las que están a nuestra derecha, que prácticamente tocamos y donde en mi anterior visita pude ver “despegar” a los buitres, sin embargo hoy y hasta bien avanzada la mañana, el cielo estaba completamente cubierto por nubarrones oscuros, con temperatura fresca y ambiente cargado de humedad que amenazaba con algún chubasco o con la fina y ligera llovizna ‘calaera”, con lo que no era el mejor escenario para ver a los buitres volando… sin embargo, conforme fue avanzando el día, a partir de media mañana las nubes fueron desapareciendo dejando un cielo despejado, sol y hasta un poco de calor en las horas centrales del día; a nuestra izquierda, la otra pared del cañón, algo más alejada, de la que nos separa el río Pisuerga, el causante de esta brecha entre las paredes de roca caliza, acompañado en su recorrido por la vía del tren, caminando paralelos a ellos en este inicio de recorrido.
Es un cómodo paseo donde el camino se va estrechando cada vez más hasta convertirse en senda, justo a la altura de una cancela privada que dejamos a la izquierda y que da acceso a una serie de edificaciones algo ruinosas que se ven algo más abajo, junto al río y rodeadas de arboleda. Estas antiguas construcciones formaban parte de la antigua fábrica de harina de la Horadada, construida en el s.XIX utilizando para su funcionamiento la energía producida por un salto de agua en el río que hoy sigue siendo claramente visible; más tarde, esta fábrica harinera se transformaría ya en en el s.XX en la “Hidroeléctrica de La Horadada”, proporcionando energía a algunos de los pueblos de los alrededores. [Fuente: Fonsado].
Un corto repecho al cruzar el arroyo nos conduce a una especie de repisa o cornisa labrada a media altura en la pared rocosa del desfiladero, donde podemos hacer un desvío a la derecha, de pocos metros, para curiosear por unas cuevas que están al lado, pero son bastantes oscuras y resbaladizas, así que se recomienza linterna o frontal si realmente uno tiene interés en ver más su interior.
Si continuamos con el recorrido tendremos durante los metros que avanzamos por esta cornisa labrada en la pared, unas vistas estupendas frente a nosotros del Monte Cildá en la pared opuesta del desfiladero, con el río que ahora queda bajo nosotros, pero es el ‘rellano’ que hay justo antes de adentrarnos en el túnel que atraviesa el farallón rocoso en el que estamos, el que se convierte en un maravilloso balcón natural, en improvisado mirador.
Este túnel es el único acceso posible para llegar a la parte superior de la pared del desfiladero, puesto que más adelante éste sólo deja paso al río y a la vía del tren, que quedan más abajo.
El túnel natural de “la Horadada”, al que en algún sitio he leído que también llaman “la Cueva del Gitano” es un capricho geológico, al igual que “Las Tuerces” y que toda esta zona en general, de pocos metros de profundidad, pero muy amplio en su interior, que nos permite cruzar la pared rocosa para seguidamente, por un sendero en ligera subida, llegar rápidamente a la parte alta de la pared del desfiladero, desde donde se tienen unas vistas espectaculares del entorno y donde cambia el ecosistema, de pasar del bosque de galería y la frondosidad de la parte baja, junto al río, a una zona de meseta, de páramo, donde lo que abunda es la vegetación baja, con algunos arbustos y nada de arboleda y si a eso le sumamos que hemos ganado en altura, el resultado es que desde arriba tenemos unas vastas panorámicas, hasta donde abarca la vista...
Avanzamos y unos metros más adelante encontramos una bifurcación, está señalizada con piedras y realmente es de lo poco que hay señalizado en todo el recorrido, aunque por este lado del desfiladero no hay mucha pérdida, más que nada porque a partir de este punto siempre vamos a tener visible, como punto de referencia, el altiplano o pequeña meseta donde se asienta el paraje de Las Tuerces, así que continuamos ligeramente hacia la izquierda, para realizar el recorrido junto al borde del cañón, paralelo a éste, por una senda cómoda.
Como ya he comentado, por la parte alta del cañón, la senda transcurre por una especie de meseta o páramo, con vegetación baja, pegada al cañón, lo que hace que cualquier sitio se puede convertir en un improvisado mirador natural, y como se va ganando algo de altura, aunque de forma muy suave, las perspectivas van cambiando, y así, a mitad del recorrido por la parte alta de la garganta, ya se pueden tener dos vistas diferentes, una mirando hacia la zona de la antigua hidroeléctrica, o sea, por donde hemos venido, en el tramo donde el cañón es más estrecho, encajonado entre las dos paredes verticales y rocosas, con las aguas del Pisuerga abajo, acompañadas por la vía del tren y por una estrecha franja arbolada, muy frondosa, de un verde intenso, en lo que sin duda es la parte más bonita, mientras que hacia el otro lado podemos ver cómo el cañón se va abriendo, observando en el lado opuesto, cómo la pared rocosa y vertical va desapareciendo para ser su espacio ocupado por la falda del monte, aunque aún quedaría un pequeño tramo de cañón, encajonado, pero de pocos metros, antes de abrirse definitivamente y dejar paso a la llanura... y de frente, el Monte Cildá, donde “se han localizado importantes vestigios arqueológicos, como los restos de poblamientos cántabros, romanos y visigodos, y algunos investigadores sitúan en él la ciudad cántabra de Vellica; es un importante yacimiento de época prerromana, conocido como Castro de Monte Cildá”… y a diferencia de la anterior ocasión en la que estuve por aquí, hoy si que visitaría el Monte Cildá y en general todo el recorrido por la parte alta de la pared del cañón que teníamos frente a nosotros, todo un lujo recorrer el cañón por los dos lados.
En inevitable realizar continuas paradas para disfrutar de las vistas, del espectáculo y hacer alguna que otra foto, aunque con la mañana aún gris, plomiza y con el ligero viento fresco que soplaba por la parte alta del cañón, el espectáculo no fue completo, ya que no pudimos ver los grupos de buitres planeando por debajo de nosotros, tan solo algún que otro aventurado y asilado buitre, ni tampoco alimoches, ni rapaces, ni pequeñas aves, a excepción de los aviones roqueros, todo lo contrario que en la soleada tarde por la que anduve por estos parajes hace unos años y es que en esta mañana veraniega tan fresca, todo estaba en calma, ni siquiera las numerosas mariposas que me acompañaron la vez anterior por este tramo se atrevían a revolotear, supongo esperando salir de su letargo a medida que el las nubes se fueran despejando y la temperatura fuera en ascenso.
Un bonito tramo de desfiladero, de unos tres kilómetros de largo, labrado por las aguas de Pisuerga al abrirse paso por esta roca caliza a la que ha ido horadando, socavando a lo largo del paso del tiempo, un tiempo que resulta una eternidad para el hombre y un parpadeo desde el punto de vista geológico, en cualquier caso, ¡una gozada, todo un disfrute visual!.
Poco a poco la senda, paralela al cañón, va girando suavemente, de forma natural, hacia la derecha, abandonando las vistas del desfiladero al ir dejándolo poco a poco a nuestra espalda e ir descendiendo suavemente, adentrádonos en zona de cultivos de cereal y de girasol, una llanura presidida al fondo por la meseta donde se alza el Monumento Natural de Las Tuerces, una especie de “ciudad encantada”, como la de Cuenca, o un paraje donde la erosión a lo largo de tantísimo tiempo ha labrado la roca con formas caprichosas, al igual que en el Torcal de Antequera, por no hablar de los corredores, plazoletas, columnas, etc... como pudimos tener la suerte de poder comprobar y observar.
Continuamos en una muy suave bajada hasta que en un bifurcación, desde donde ya se ve el pueblo de Villaescusa de las Torres y en donde una senda corta y algo desdibujada que discurre entre parcelas de labranza, enlaza con el camino-pista, por el que tendremos que seguir, en un recorrido mucho más insulso y nada que ver con el que habíamos traído hasta ese momento, caminando entre el río a la izquierda y la meseta sobe la que asienta el paraje de las Tuerces, a la derecha, bordeándola hasta llegar a las primeras casas de este pequeño pueblo.
Justo a la entrada, en lugar de bajar hacia el centro del pueblo, una placa nos indica seguir a la derecha para seguir por pista ancha y en subida a las Tuerces, aunque en lugar de seguir dando la larga vuelta que da la pista para subir arriba (que es la que se seguirá para subir en coche hasta arriba), al llegar a un paraje más frondoso junto a la Fuente de San Pedro, tomamos un desvío a la derecha de la pista para seguir el camino marcado en el recorrido a pie, por zona de senda y escalones en fuerte subida, con algunos carteles en diferentes zonas, con información/explicación del proceso geológico por el que se formó este paraje natural, que nos conduce a la parte alta de la meseta donde podemos ir viendo las primeras formaciones de la roca caliza cinceladas por la erosión.
“El conjunto de Las Tuerces, compuesto prácticamente de materiales de naturaleza calcárea, constituye un relieve amesetado que culmina en una superficie prácticamente plana. Es ahí donde se encuentra un caos de formas pétreas que forman una pequeña ciudad encantada: callejones, monolitos, cornisas, cárcavas, agujeros, puentes, etc… Algunas muy nombradas, como el Perro sentado, la Tuta, el Beso… La más representativa es la formación conocida como la Mesa, una «seta» monolítica y solitaria coronada por una cruz, que resulta ser el auténtico emblema del Monumento Natural” [Fuente: Fonsado].
Una vez que estamos arriba, el recorrido es libre, aunque yo pensaba que había diferentes recorridos marcados con colores distintos, algo similar al Torcal de Antequera, pero no, aquí arriba solo es cuestión de dejarse llevar por las distintas sendas, laberintos, túneles y las distintas formas caprichosas que toma la roca... y así lo hicimos, nos dejamos llevar de aquí para allá, sin rumbo fijo, mientras el día se iba despejando y la temperatura iba subiendo, sin mirar el reloj, hasta el punto que cuando nos quisimos dar cuenta ya era la una y media, así que en cuanto pudimos salimos de nuevo a la pista que conducía hasta arriba y bajamos por ella, dando ahora el largo, aburrido y monótono rodeo que nos habíamos ahorrado en la subida al coger el desvío por la Fuente de San Pedro.
Como he comentado, arriba en Las Tuerces y en las horas centrales del día, la temperatura fue subiendo y pude encontrarme con algunas mariposas, aunque esperaba haberme encontrado con muchas más durante todo el recorrido circular y con más variedad, porque en la anterior ocasión que estuve por aquí, en un recorrido muchísimo más corto, me encontré con muchas, pero supungo que la mañana fresca y húmeda que tuvimos no acompañó para poder verlas revolotear... una pequeña decepción... ¡qué le vamos a hacer!.
Pista en descenso, aburrida, más a esa hora del día donde el sol ya hacía acto de presencia y la temperatura había subido considerablemente, todo lo opuesto al inicio del recorrido de esta mañana.
Cuando entramos en el pueblo, en lugar de seguir rectos hacia el puente que cruza el río, para seguir el recorrido circular por la otra orilla, acabamos desviándonos un poco, encontrándonos con un bar, junto a una pequeña explanada donde había mesas y zonas de sombra, así que al igual que los dos grupos de chicas que estaban allí y que por lo que escuchábamos venían también de dar una vuelta por las Tuerces, estuvimos tomando unas cervezas y aprovechamos el descanso para comernos el bocata, que ya era la hora y sobre todo porque allí estábamos a gusto.
Nos ponemos en marcha de nuevo, dejamos atrás la iglesia, cruzamos el puente sobre el Pisuerga y giramos a la izquierda para en seguida coger una senda, por el lado opuesto al de esta mañana, pero pegados prácticamente al río, con más caudal del que esperaba, por zona más frondosa y tramos envueltos entre bosque de galería en un cómodo y relajante paseo, hasta que poco a poco nos vamos desviando ligeramente hacia la derecha, dejando la cercanía del río, saliendo a espacios más abiertos, con algunos sube y baja hasta llegar a un estrechamiento de la pared rocosa del cañón, una especie de brecha en la pared que se utiliza para encerrar el ganado y que tenemos que atravesar, en ligera subida, siempre en zonas muy abiertas, que nos conducirá de nuevo a la parte alta del desfiladero por la que llegaremos al Monte Cildá, pero antes, al dejar atrás la brecha en la pared rocosa, hacemos un desvío de unos metros hacia la izquierda, para llegar a una zona convertida en mirador natural, desde donde tenemos una panorámica del desfiladero a lo largo, contemplando el surco labrado sobre la roca caliza por el río en dirección hacía la antigua hidroeléctrica, con la meseta o altiplanicie sobre el que se asienta el paraje natural de las Tuerces, a la izquierda.
Al llegar a la parte alta y aunque la tarde estaba bien soleada, todo lo opuesto a como amaneció, la sensación de calor no era muy acuciante puesto que arriba soplaba el viento con algo de fuerza, incluso tuve que salir tras la gorra un par de veces tras arrebatármela el viento de la cabeza.
Llegamos al yacimiento arqueológico del Monte Cildá, siempre con bonitas vistas del desfiladero a nuestra izquierda y del altiplano o meseta donde se encuentran las Tuerces.
En la zona del yacimiento existen dos plataformas/miradores, incluso tienen dispuesta una estructura para paneles informativos con los que uno podría leer/saber/entender todo lo que está viendo en ese momento, pero lamentable los paneles o ya no existen o son completamente ilegibles al estar a la intemperie y sin ningún tipo de mantenimiento, es lo que pasa muchas veces, se invierte un dinero y después cero mantenimiento, hasta que acaba por desaparecer.
“La más antigua ocupación atestiguada se fecha en el siglo I d. C. Los materiales arqueológicos pertenecientes a ese periodo nos remiten a un pequeño asentamiento de época altoimperial romana, no muy alejado en el tiempo de la conquista de este territorio arrebatado a los cántabros.
Algunos siglos más tarde, si bien todavía en época romana, concretamente en el siglo IV, se habita y protege con una poderosa muralla para la que aprovechan las lápidas de un antiguo cementerio romano. Un dato que ratifica que el cementerio romano altoimperial y por tanto el lugar había sido abandonado hacía tiempo.
Por lo que respecta a la muralla tardorromana parece que Cildá se puebla y fortifica ante el avance imparable de los bárbaros. No hay evidencia de una destrucción por acciones bélicas de la muralla romana y, por el contrario, ya durante la dominación visigoda la defensa se aprovecha y restaura. Tras la ocupación de Leovigildo de Cantabria, en el 574, este rey toma la decisión de establecer una línea defensiva en el norte, una serie de asentamientos de marcado carácter militar de los que Cildá sería una de sus plazas principales.
Tras la reconstrucción por los visigodos de la muralla hay otro periodo del que no existe información arqueológica. Tenemos que esperar hasta el siglo IX, coincidiendo con la reconquista y repoblación de estos territorios por los reyes cristianos, para constatar restos arqueológicos significativos. La población esta vez se extiende deliberadamente hacia el sur de la plataforma.
La ocupación medieval dura escasamente hasta el siglo XIII en que se menciona este sitio como despoblado. Para explicar este abandono se argumenta que Monte Cildá es ocupado en varias ocasiones aprovechando sus extraordinarias condiciones defensivas. Pasados los momentos de inestabilidad y alejadas cientos de kilómetros las fronteras entre cristianos y musulmanes, las gentes que ocupan Cildá eligen para vivir lugares con mejores condiciones: protegidos de los vientos, cercanos a los recursos de agua, en las inmediaciones de las tierras de cultivo y de los terrenos de pasto, etc.”
En el yacimiento coincidimos con una pareja que ya estaban allí y que andaban un poco desorientados porque no acababan de dar con el trazado a seguir desde ese punto, andando para un lado y para otro, porque el recorrido no está señalizado, aunque hasta aquí se puede llegar sin problemas.
Desde el yacimiento estaba claro que había que seguir hacia delante, paralelos al cañón, hasta llegar al final, justo cuando se tiene la parte de la antigua hidroeléctrica a la izquierda, debajo, el problema es que aquí la senda está muy difusa o salen varias, entre matorral y vegetación rastrera… al final los cuatro fuimos por una senda o recorrido paralelo al trazado del track que llevaba, ligeramente por encima, así que supongo que quien hizo el track intentó bajar algo más para seguir disfrutando de las profundidades del cañón, mientras nosotros intuíamos el cañón pero ya no veíamos la altura de sus paredes ni el río abajo.
Al llegar al final de este monte, a la parte más alta, tuvimos que bordearlo y nos costó un poco seguir el track, porque no parecía obvio por donde bajar, hasta que llegamos a una especie de pequeña hendidura en el monte a modo de rampa, por el que bajamos unos metros hasta llegar a una terraza-balcón, desde donde se puede ver Mave y Olleros de Pisuega y más cerca y más abajo, el camino-pista que tendríamos que seguir, pero el problema era llegar a él.
A la derecha de esa pequeña terraza en la que estábamos, salía una senda que parecía difuminarse y perderse y no sabíamos muy bien si llegaría al camino, para después retroceder por éste, así que al final, todos nos decidimos por bajar campo a través, en línea recta, el camino más corto pero sin senda clara, con algo más de desnivel y con algunas zonas que estaban cubiertas de zarzas
Conseguimos bajar en menor tiempo de lo previsto y sin complicaciones, enlazando con el camino y sin muchos arañazos en las piernas… la verdad es que este tramo de bajada por donde marca el track no pasa precisamente por una zona de senda marcada y como he comentado, es un poco dejarse llevar por donde mejor se estime, teniendo siempre la referencia del camino-pista frente a nosotros, por suerte es un tramo corto de unos 300 metros.
Ya en el camino, respiramos más aliviados después de haber tenido cierta incertidumbre en la última parte del recorrido por la parte alta del Monte Cildá. A partir de aquí, un cómodo paseo que nos lleva hasta la carretera entre Olleros de Pisuerga y Mave, para seguir por ella unos metros antes de llevar al desvío al parking, de nuevo por camino, donde habíamos dejado el coche.
La simpática pareja que habíamos conocido tenían el coche en Mave y como allí no había bar, quedamos en Olleros de Pisuerga para tomar unas cervezas y charlar de las vacaciones, de la zona donde estábamos, de rutas y de todo un poco. Así que mientas ellos iban a por su coche a Mave, nosotros recorreríamos apenas un kilómetro hasta el parking donde esta mañana habíamos dejado el nuestro.
Tras las cervezas y la despedida, nosotros nos vamos a Mave, donde teníamos reserva en el coqueto y hogareño Hostal “La Llave”, para a la mañana siguiente emprender el definitivo regreso a casa, sin más paradas, salvo la de la visita a la iglesia visigoda de San Juan de Baños.
Podéis ver las fotos que aparecen en esta entrada, a más tamaño y resolución en ESTE ENLACE.
El track de este recorrido que utilizamos como referencia podéis consultarlo AQUÍ.
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