Para mi fue toda una alegría volver a reencontrarme con esta ermita después de ya muchos años que estuve con otro grupo haciendo una ruta por sus alrededores. En esta ocasión, íbamos a tener la ermita sólo para nosotros y podríamos estar merodeando por ellas y escudriñándola al detalle, sin prisas de ningún tipo, disfrutando además de una tarde soleada del pasado mes de octubre.
La ermita se encuentra a unos tres kilómetros y medio de Torrequemada, llegando a ella por caminos en buen estado que atraviesan una preciosa dehesa y antes de llegar a ella ya tenemos el primer regalo, con las vistas del bonito puente, del s.XVI, sobre el río Salor, del que toma el nombre la ermita y que hay que cruzar para llegar hasta a ella. Un puente que se encuentra bien conservado y desde el punto de vista estético resulta icónico, bonito e integrado totalmente en el paisaje.
Justo al llegar al puente, si uno levanta la vista verá como en el otro extremo, sobre un alto, se encuentra la emita que queremos visitar y que sorprende por su tamaño.
Tras cruzar el puente se inicia el repecho que conduce al alto donde se encuentra la ermita, cual vigía de la dehesa, dominando todo su entorno. Lo primero que sorprende para ser una ermita fuera del pueblo, a cierta distancia, es su gran tamaño, más propio de un iglesia parroquial de la localidad que no de una ermita aislada en mitad de la dehesa, lo que da a entender la gran importancia que tendría en su época de mayor apogeo.
A pesar de su tamaño y el enclave en el que se encuentra, la verdad es que el exterior de ella, desde el punto de vista estético, a mi personalmente no me dice mucho, muy austera, maciza, robusta... aunque lo realmente interesante e impresionante está en su interior.
La ermita está compuesta por tres naves y desde el exterior se puede observar su espadaña a los pies y una cabecera que se eleva sobre las naves, de forma muy cuadrangular, cúbica, de la que sobresale una linterna sobre su cúpula, al igual que otra linterna sobresale, a menor altura, de la bóveda de la nave central.
Consta de tres puertas de acceso: la -puerta norte- es apuntada y se caracteriza porque es la única de las tres que tiene pinturas decorativas alrededores del arco, entre éste y la arquivolta exterior, con imágenes de la Virgen con el niño en la parte superior y ángeles en los laterales del arco, pintados en blanco sobre fondo rojo, encontrándose también decorado el intradós de dicho arco, con motivos quizás más geométricos, porque éstas están más deterioradas, desgastadas; la -puerta sur- tiene asociada un pequeño pórtico sustentado con dos pilares, estando los laterales exteriores abiertos por arcos de medio punto, mientras que sobre el arco de esta puerta sur destacan las arquivoltas más exteriores en forma conopial; la última puerta, -la oeste-, situada bajo la espadaña, es adintelada, vista desde el exterior.
"Puerta sur": tiene asociada un pequeño pórtico sustentado con dos pilares, estando los laterales exteriores abiertos por arcos de medio punto, mientras que sobre el arco de esta puerta sur destacan las arquivoltas más exteriores en forma conopial. En la foto de arriba, se puede ver la cabecera de forma cuadrangular y la linterna de la bóveda de la nave central.
Accedemos a la ermita por la puerta sur, la que está precedida por el pórtico y nada más acceder a su interior lo primero que se aprecia es la poca luz que hay dentro, una luz muy tenue, que le da un aspecto sombrío, sobre todo a las naves que arrancan desde la cabecera, algo que por otro lado no es de extrañar, puesto que viéndola desde fuera, apenas se ven ventanas, salvo una en el lado sur de la cabecera y alguna que otra saetera, de ahí que ésta tenga algo más de luz, gracias a la ventana y a la linterna de la parte superior.
Abrimos de par en par las tres puertas del templo para que los rayos de luz de esta soleada tarde entraran por ellas e inundaran de luz parte de la estancia, creando un juego de luces contrapuesto entre el intenso chorro de luz que entra por las puertas y lo sombrío de su interior.
Otra cosa interesante es que solo en la nave central y en los dos primeros tramos separados por galería de arcos más próximos a la cabecera, es donde se encuentran las bancadas, el resto del templo está completamente vacío, desnudo, desprovisto de cualquier tipo de mobiliario u ornamentación lo que le da una apariencia mayor, de mucho más volumen, al tiempo que facilita el poder contemplarla en su totalidad, desde el punto de vista arquitectónico, sin otras cosas que interfieran.
Como he comentado antes, viendo su exterior uno no imagina lo que le espera dentro y es su interior lo que le confiere auntenticidad, lo que la hace especial, diferente, maravillosa y espectacular.
“La ermita consta de tres naves, de estilo gótico-mudéjar, del siglo XIV, con seis tramos separados por arcos transversales, de medio punto los correspondientes a las naves laterales y apuntados los de la nave central que además son más grandes. Estos tramos transversales van paralelos a la cabecera y cada uno está compuesto por tres arcos apoyados sobre pilares graníticos. La rosca de los arcos está realizada con ladrillo, lo que delata la influencia mudéjar y el intradós de los arcos estuvo decorado con pinturas mudéjares (fechables en el s.XV), pero de ellas solo quedan algunos fragmentos que representan una de las composiciones más características de arte islámico, en donde a partir de un cuadrado se desarrollan formas envolventes que adoptan formas octogonales y hexagonales” [Fuente-1].
Los pilares graníticos y cilíndricos tienen también una característica especial y es que en los lados correspondientes a las naves laterales “sobresale una moldura con la finalidad de que apoye el arco lateral, donde encontramos otra moldura, en el lado correspondiente a la nave central, para servir de apoyo a los arcos de esta nave” [Fuente-1].
En los dos primeros tramos, los más próximos a la cabecera, las bóvedas son de arista, mientras que el resto de tramos tienen una cubierta de madera a dos aguas (reformada en los años 80 del s.XX).
El tiempo va pasando sin darnos cuenta mientras contemplamos absortos el armonioso volumen de las naves con esos bonitos tramos paralelos de arcos envueltos en una atmósfera de luz especial, sin nada que obstaculice la visión en su conjunto, disfrutando de las simetrías y de las geometrías de sus pilares y arcos al movernos transversalmente por las naves, con parsimonia, sin duda una autentica gozada, es como lo recordaba, pero el tiempo difumina los recuerdos y aunque es cierto que en la actualidad se pueden ver muchas fotos o vídeos por internet, nada es comparable como el contemplar su interior in situ, desde dentro, estando allí, toda entera y dispuesta solo para un grupo de amigos que también disfrutaron de ella y que quedaron sorprendidos de lo que les esperaba dentro, sobre todo para los que no la conocían.
Pero el interior aún depara otra sorpresa, como son las pinturas murales que aún se conservan en los muros norte y sur, cuya temática se corresponde con distintas escenas de la vida de Jesús.
“Las pinturas murales que se conservan podemos fecharlas en los años finales del siglo XV, son pinturas al fresco situadas en tres paneles y representan a Jesús camino del Calvario, Jesús en el Calvario crucificado con María y San Juan, y tres escenas de la vida de Cristo, las dos primeras en el lado del Evangelio y en el de la Epístola las últimas escenas en las naves laterales, La Última Cena, el Bautismo de Cristo y Jesús entre los Doctores”. [Fuente-1].
Si estáis interesados en un análisis más detallado de estas pinturas podéis leer este documento de investigación de José Antonio Ramos Rubio sobre “La pintura mural de la Ermita de Nuestra Señora del Salor de Torrequemada”.
“El origen de la iglesia es incierto y responde a la típica leyenda de aparición mariana a un pastor que le indicaba el sitio donde quería que se le edificara una iglesia, apareciendo en ese lugar una talla de origen supuestamente divino (esta talla fue destruida, o robada, durante la invasión francesa, la representación actual es de época moderna). El primer documento histórico donde se la menciona es en el deslinde de las tierras de Cáceres y Montáchez en 1230, pero se supone una utilización del lugar en época romana y visigótica, como atestiguan los restos arqueológicos y las tumbas antropomorfas excavadas en la roca que podemos contemplar junto a ella”. [Fuente-2].
Pero tenemos que tener en cuenta que la ermita a la que se refieren los documentos históricos no es la misma que la actual, puesto que la construcción de ésta es del s.XIV (aunque la cabecera es más tardía, del s.XVIII) a raíz de que en 1345 se fundara la Cofradía de Nuestra Señora del Salor ligada a la parroquia de San Mateos de Cáceres.
Posteriormente, “en 1519 los caballeros cofrades dejan de atender las necesidades de mantenimiento de la ermita, pues es la iglesia de San Mateo de Cáceres la que acapara todos los recursos para su reconstrucción, pasando a depender la ermita, después de unos años de abandono, al cuidado del pueblo de Torrequemanda al igual que en la actualidad. Hasta hace unas décadas el estado del templo era de abandono, pero gracias al esfuerzo del pueblo se restauró y se mantiene en muy buenas condiciones”. [Fuente-2].
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Fuentes consultadas:
Fuente-1: “La pintura mural de la Ermita de Nuestra Señora del Salor de Torrequemada”, de José Antonio Ramos Rubio.
Fuente-2: Blog “Cáceres al detalle”.
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