La idea que teníamos para el día de hoy, el segundo día de actividad del “tridente” en estas navidades, es la de hacer senderismo en la Sierra de Gata, y más concretamente, acercarnos a la base de la cascada de la Cervigona, siguiendo la Ruta Verde de la Cervigona, con origen en el pequeño pueblo de Acebo.
La
Ruta Verde de la Cervigona, toma
su nombre del cerro La Cervigona,
y del río que nace en su falda, el Río de la Cervigona,
también llamado Rivera de Acebo.
Las
bajas temperaturas que estábamos teniendo estos días, unido al aire
gélido que soplaba por la mañana, que hacia que la sensación
térmica fuera aún de más frío, hicieron que nos planteáramos lo
de madrugar en demasía, y más aún sabiendo que a partir de las
once de la mañana, al igual que ayer, es cuando íbamos a disfrutar
de una temperatura mucho más agradable, con sol y sin rastro de
nubes, así que entre que salimos algo tarde, y que tuvimos que hacer
la compra para prepararnos unos bocatas durante el camino, cuando
llegamos a Acebo serían cerca de las 10:30, y allá arriba,
en este pueblo encaramado en la sierra, el aire frío que soplaba a
esa hora de la mañana cortaba la respiración, y más en las zonas
de umbría o de corriente, así que antes de salir, tocaba tomar un
café caliente en un bar cercano a donde habíamos dejado el coche, y
es que en esto del café es una costumbre tanto el amigo Edu como
para mi, que somos bastantes cafeteros, y a nuestra memoria asoman
los recuerdos de otros años, de otras navidades, en los que con
nuestras bicis y alforjas acometíamos alguna ruta por Portugal
y no había pueblo o aldea donde no paráramos a tomar un “bica”.
Hacía
frío, pero había que ponerse en marcha, nos estábamos retrasando
demasiado. El coche decidimos dejarlo en el pueblo, en lugar de
dejarlo en la zona habilitada que tienen antes del área
recreativa del “Jevero”, lo que suponía que tendríamos
que hacer un par de kilómetros extras por carretera a la ida y otros
dos a la vuelta.
El
tramo de carretera es sombrío, aunque con la conversación se hace
ameno y así rápidamente llegamos a la zona de aparcamientos y
directos hacia el área recreativa del Jevero,
donde se encuentran
las piscinas naturales (la
del Jevero
y la de Carreciá)
de esta localidad de Acebo, una zona bonita, muy bien
acondicionada, con una gran fuente en cascada que va a morir al río
que en ésta época muestra sus aguas cristalinas corriendo haciendo
abajo, en el mismo lugar donde el verano cierran las pequeñas
compuertas para formar las piscinas naturales de las que disfrutan
los vecinos de este pueblo y de otros cercanos que vienen a pasar el
día en este espacio, que como digo, es bonito y totalmente integrado
en el entorno, todo con muy buen gusto.
Tras
merodear un poco por los alrededores, y consultar los paneles
informativos acerca de la ruta en sí, de la flora, fauna y micología
de la zona, nos disponemos a emprender la marcha.
Mi
idea en un principio era la de hacer una ruta circular con un tramo
anexo, extra, en el que la ida y la vuelta se haría por el mismo
sitio, con el fin de llegar hasta la base donde desemboca la cascada,
aunque realmente se podía hacer una ruta lineal que partiría desde
donde estábamos y llegaría hasta la base de la Cervigona y
la vuelta por el mismo sitio, y esto fue lo finalmente acabamos
haciendo para no tener problemas de tiempo.
La
Ruta Verde de la Cervigona, realmente es un conjunto de
senderemos, señalizados con distintos colores, donde cada cual puede
hacer el tramo de senderos o el conjunto de tramo de senderos que le
interese, pudiendo realizar rutas circulares, que siempre son más
recomendables. En base a esto, como he comentado antes, mi idea era
la de utilizar el sendero marcado en rojo de la “Senda
Puerto de Castilla Sur”, con un pequeño desvío
para asomarnos al “Mirador de la Ventosa”, seguir
después por el tramo de sendero marcado en verde oscuro, el de la
“Senda del Arroyo de la Jara Del Rey”,
que como su nombre indica va paralelo al arroyo del mismo nombre y
acaba desembocando junto a la muralla del embalse del “Prado de
Las Monjas”, y completar el círculo con la senda marcada en
azul oscuro, y que tomaríamos desde esta misma presa, hasta el área
recreativa, conocida como la “Senda del
Embalse”, pero antes de coger esta senda, haríamos otra
lineal, es decir, con ida y vuelta por el mismo sitio, y que es la
senda marcada en color azul claro, que parte desde la presa del
embalse y llega hasta los pies de la cascada, conocida como la “Senda
de los Puentecitos”.
Estos
eran mis planes, pero lo cierto es que una vez que tomamos el sendero
que comienza al cruzar el puente sobre la Rivera
del Acebo, un pequeño tramo de sendero tortuoso y flaqueado por
mucha vegetación de monte bajo, llegamos a un camino donde ya
aparece la primera señalización, pero era la de la senda que va
directamente hacia el pantano, lo que significa que para hacer lo que
inicialmente nos proponíamos, tendríamos que bajar un poco más,
cruzar otro río, tomar una pista y enlazar con la “Senda
Puerto de Castilla Sur”, pero ya eran más de las once
de la mañana, muy tarde, así que sobre la marcha decidimos hacer la
ruta lineal, y sólo a la vuelta, si andábamos bien de tiempo,
cuando llegáramos de nuevo a la presa, podríamos intentar hacer la
ruta circular, pero en el sentido contrario al que habíamos
previsto.
Ya
entrados en faena, seguimos el camino, entre pinares en los inicios
de esta “Senda del Embalse” y
con buenas vistas del valle de la Rivera del Acebo, a nuestra
izquierda, al principio más abierto, pero con forme fuéramos
avanzando hacia la presa, se iría estrechando más, por eso
decidieron crear la muralla de la presa en ese punto.
Por cierto, que por lo que vemos parace que el pinar está infectado de la "Procescionaria de los Pinos" (Thaumetopoea pityocampa), porque son muchos los pinos en los que aparecen las típicos nidos o bolsones de seda, que las orugas de este lepidóptero construyen para serviles de refugio para pasar el frío invierno y en primavera, estas orugas descienden en fila al suelo, de ahí el nombre de procesionaria; se entierran y crisalidan dentro de un capullo. Esta plaga produce la desfoliación de los pinares.
Nido o bolsón de seda de la "Procesionaria de los Pinos" (Thaumetopoea pityocampa).
El camino se encuentra en muy buen estado, con buena huella, y llano en los inicios, aunque pronto hay que coger un desvío a la derecha marcado con un nuevo y gran panel, y ahora sí, ahora ya toca una buena subida, pronunciada, de un par de kilómetros, con firme desigual, surcos y piedras, con repoblaciones de pinos y amplias vistas de los montes que se levantan alrededor, si bien es cierto que suelen estar muy desnudos, sin arboleda, tan sólo cubiertos de monte bajo, mucha retama, piornos, brezos, escobas,... y es curioso, pero a pesar de ser invierno y llevar unos días donde caen unas buenas heladas, de estar varios grados bajo cero, se ven algunas floraciones de piornos, o de brezos o de cualquiera de los otros arbustos tan abundantes por esta zona.
Terminamos este tramo de subida, donde ya comenzaba a sobrar la ropa tanto por la buena temperatura como por la subida constante, justo en otra bifurcación, donde a la derecha se sigue en subida hacia el “Mirador de la Ventosa”, por la senda marcada en amarillo, y al que quizás pudiéramos subir nosotros, por la otra vertiente, a la vuelta, en función del tiempo que dispusiéramos, así que dejamos a un lado el camino en subida hacia el mirador y seguimos por la izquierda, siguiendo el camino que llevábamos, que ahora se convierte en senda, que primero llaneando y después en descenso, va por la otra ladera del cerro que hemos subido, ahora en umbría, con el valle a nuestra izquierda que se va cerrando cada vez más, y con el pico Jálama de 1.492 m., que se levanta hiniesto, pletórico, orgulloso, mostrando toda su desnudez al tiempo que recibe en toda plenitud los rayos de sol que lo cubren por completo, con laderas redondeadas, sin aristas abruptas, pero que en al final acaban descendiendo precipitadamente sobre el valle, siendo esta parte, con forme nos acercamos a la presa del embalse “Prado de las Monjas”, más profunda y estrecha, con un manto de arboleda en el fondo del valle y casas de pastores, mientras una carretera-pista asciende por la otra vertiente del valle hacia la muralla de la presa. Divisamos también varias columnas de colmenas, y no es de extrañar, ya que si bien todo este espacio no es tierra cultivable, si es verdad que hay mucha variedad de vegetación y en primavera debe ser una explosión de colores y olores.
Nosotros
seguimos en ligero descenso, en completa umbría, por esta senda
rodeada de arboleda y vegetación baja, observando algunas
florecillas amarillas desperdigadas de los piornos, o la de brezos o
las pequeñas flores azules que ya vimos al inicio de la ruta, nada
más cruzar el puente del área recreativa.
En el descenso hacia la presa del "Prado de Las Monjas" (foto de abajo), por senda rodeada de vegetación de monte bajo y arboleda.
Vista de la muralla de la presa del "Prado de Las Monjas"
La Rivera del Acebo vista desde la muralla de la presa.
Al
llegar a la presa, ya vemos a nuestra derecha el camino-senda que
tendríamos que coger en caso de a la vuelta querer hacer el
recorrido circular. Nosotros seguimos hacia delante, cruzando la
presa, con el pequeño embalse, que más bien parece un lago, a la
derecha, y el valle arbolado de la Rivera de Acebo a nuestra
izquierda. Al final de la presa, detrás de unas infraestructuras
para el control de ésta, sale una vereda que va bordeando este
pequeño embalse, a penas a metro y medio de la orilla, situada ésta
a nuestra derecha, mientras a nuestra izquierda descarga una
pronunciada ladera completamente cubierta de vegetación salvaje por
la que no deja de bajar regatos de agua, que en algunas zonas de
umbría forma charcos completamente helados, con carámbano, que
cruje bajo nuestras pisadas, teniendo precaución en la zonas de
piedras y hielo de no resbalar.
Es
a partir de aquí cuando comienza desde mi punto de vista el
recorrido más interesante, con un itinerario en donde hemos pasado
de contemplar las zonas abiertas, los picos que rodean esta zona y
las amplias vistas en general que teníamos en el tramo de la primera
subida, a ir ahora a ras del embalse, metidos dentro de una especie
de hoya, y más adelante, a ir encañonados, sobre todo a partir de
la cola de esta pequeña presa, justo cuando comienzan los
puentecitos y vallas de madera (de ahí el nombre de esta
senda “Senda de los puentecitos”)
creados para acondicionar más esta zona y ayudar a las aguas del
Cervigona así como los diferentes arroyos que van a parar a
él; es a partir de aquí, como digo, cuando el recorrido para mi
resulta más espectacular, cuando la garganta que forma el río
Cervigona se hace más estrecha, más profunda, donde las
afloraciones pizarrosas fluyen por doquier, donde uno parece
inmiscuirse en plena naturaleza... por un lado no estamos tan lejos
de Acebo, pero por otro lado bien pareciera que hace días que
lo dejamos atrás.
Quizás
no sea un paisaje idílico como pueda parecer un bosque de hayas, o
de castaños, o los típicos bosques de robledales en plena otoñada,
con esos contrastes de luz y color, tampoco estamos en primavera ni
en plena floración, a pesar de ver alguna que otra flor, tampoco
transitamos entre caminos flanqueados de piedra recubiertas de
musgo... pero también este paisaje tiene un encanto especial, donde
uno se siente por momentos muy alejado de cualquier tipo de vestigio
viviente de civilización, formando parte de este enclave natural, de
un todo, deleitándome con las vistas mientras camino varios metros
por detrás de mis compañeros, rodeado de sierras, de esta zona de
gargantas abruptas, pizarrosas, sombrías, húmedas, donde el único
sonido que escuchamos es el hilo musical que nos acompaña en todo
este recorrido y que surge del ruido, en su entrechocar con las
piedras que se acumulan por todos lados, de las aguas de la garganta
que bajan raudas y heladas, además del trino de algunos pájaros
valientes que ha esta hora tardía comienzan a despertar de ese
letargo nocturno, prolongado aún más en el tiempo por las primeras
horas gélidas de la mañana, y más en esta zona de umbría y a esta
altura, y tras este letargo, la vida comienza a palpitar tímidamente,
aunque por unas breves horas, porque cuando comienza a caer el sol y
ocultarse tras las sierras, la sombras inundan aún más todo, la
tarde cae antes de tiempo y las temperaturas comienzan a bajar en
picado. Un lugar donde sólo se respira aire puro, paz y
tranquilidad, no vemos a nadie en todo el recorrido, aunque suponemos
que en época primaveral y estival esta zona cobrará más vida.
Poco
después de cruzar el último de los pequeños puentes de madera
(creo que son cuatro en total), y después de transitar la senda por
un recorrido sinuoso y flanqueado en ocasiones por zonas rocosas
recubiertas de un 'pigmento amarillento' que la dotan de un cierto
aura, es cuando tenemos nuestra primera toma de contacto con la
cascada de la Cervigona, aunque ésta queda al
fondo, muy al fondo, y ligeramente a la izquierda. Una cola de
caballo blanca que se desparrama por la garganta de paredes
verticales y encañonadas, hacia el vacío, en una caída de más de
60 metros, todo un espectáculo para poder disfrutarlo desde abajo o
supongo que también desde el “Mirador de la Cervigona”,
aunque éste, dentro de la “Senda del
Puerto de Castilla Norte”, queda fuera de
nuestro recorrido propuesto para hoy.
La
visión de la cascada al fondo, en la lejanía, y del entorno que la
rodea, resulta enriquecedora, al tiempo que sin darnos cuenta nos
vamos adentrando poco a poco en un espacio más 'salvaje', rodeados
de vegetación y zonas arboladas, pasando por las ruinas de una
antigua construcción que quedan a nuestra izquierda, quizás un
molino, quizás algo relacionado con la “fábrica de la luz”,
y poco después, tendremos que salvar de nuevo las aguas de otro
arroyo, aunque en este caso todo lo que tenemos por puente no es más
que un par de palos de madera redondeados para salvar el cauce, y una
vez pasado este obstáculo nos topamos de bruces con una roca en la
que una placa recuerda a un naturalista amante y divulgador de este
entorno, mientras la senda sigue pon un túnel de vegetación
prácticamente en penumbras, y no sólo por la vegetación
circundante, sino por que esta zona permanece en sombra durante todo
el día, y es que a esta garganta a penas llegan los rayos de sol, al
menos en esta época invernal.
Y
así, como sin quererlo, llegamos hasta donde se encuentran las
ruinas de la antigua “Fábrica de la Luz”, el lugar que tenía
señalado para un pequeño descanso. Un lugar donde tenemos el
agradable ronroneo del agua que a esta altura de la ruta baja con más
fuerza, al tener más pendiente en este paso. Frente a nosotros, en
el otro lado, una pared rocosa se levanta casi vertical, fría,
húmeda, sombría, helada, al igual que todo este entorno, por eso,
después de merodear un poco por las ruinas de esta antigua “fábrica
de luz”, donde en su interior aún se conservan algunas
maquinarias, procuramos preparar y comer rápidos los bocatas para
evitar quedarnos fríos.
Detrás de los dos compañeros, aunque no sale en la foto, se encuentran las ruinas de la antigua "Fábrica de la Luz".
Aún quedan restos de la antigua maquinaria utilizada es esta "Fábrica de la Luz"
Según reza en unos de
los paneles informativos del inicio de la ruta: “Debido a la
gran pendiente del
terreno, y de la gran cantidad de agua, derivada
de la abundancia de lluvias durante el invierno, se
construyó en la
zona, en 1914, una minicentral hidroeléctrica que aprovechando el
agua producía
electricidad, con lo que abastecía a 9 pueblos:
Villasbuenas de Gata, Cilleros, Villamiel, Perales del
Puerto, Eljas, Valverde del Fresno, San Martín de Trevejo, Acebo y
Hoyos”.
Mientras
como el bocata, observo en otra zona rocosa a pocos metros de donde
estábamos, otra placa, o mejor dicho, una foto de un senderista al
que le gustaba deambular por este entorno, junto con una dedicatoria
de sus amigos.
Nos
ponemos en marcha de nuevo, ahora toca un tramo hasta el inicio de la
base de la cascada más corto de lo que esperaba, pero el que peor
huella tiene, entre un bosque de robles desnudos con mucha vegetación
y maleza en la parte más alta, y con una senda no muy señalizada
que parece perderse, y que en alguna que otra ocasión nos llevó a
error y vuelta atrás, hasta que finalmente decidimos seguirla por la
zona más cercana al cauce, saliendo del bosque y pasando el sendero
de un firme de tierra a un firme de piedras y lascas pizarrosas,
donde ahora, que para eso hay piedras por demás, aparecen algunos
hitos. Bien parece que estemos en este punto en las entrañas de esta
garganta oscura, fría y húmeda que en ocasiones recuerda algún
pasaje de las “Tierras de Mordor” del “Señor de los
Anillos”, salvo que en esta ocasión tienen vida, hay
vegetación, árboles, y el agua surca las profundidades de la
garganta acompañándonos en todo su recorrido con ese ruido
estrepitoso.
Llegamos
al fin del “sendero adecentado” y una pequeña decepción
nos embarga, no tenemos una vista de frente de la cascada, tan sólo
podemos ver de forma lateral su último salto entre una estrechísima
angostura formada por paredes verticales pizarrosas. Podríamos
aventurarnos un poco más, bien por el cauce, con cuidado por que
lleva bastante agua o dando un rodeo para evitar subir por esa
especie de escalera de lascas de pizarras resbaladizas que parece
estar esculpida sobre una arista, pero mis compañeros de viaje son
poco amantes de la aventura, así que después de las fotos de rigor,
deciden darse la vuelta, aunque yo les digo que voy a merodear un
poco por los alrededores, que ya iré detrás de ellos, y en todo
caso, mi idea es que me esperaran en la presa, lejos ya de la zona de
umbría para que no se quedaran fríos, pero claro, entre que ellos
no se esperaban que me retrasara tanto y que yo pequé de un poco de
egoísmo, porque me resistía a que una vez llegado hasta este
punto, y sin saber cuándo volveré por esta zona, no pudiera ver el
espectáculo de la cascada cayendo libremente hasta la poza final que
ha ido horadando en su caída y el paso del tiempo, dentro de este
enclave tan especial, resultó que me entretuve más de la cuenta.
En el centro, ligeramente a la izquierda se puede ver un tramo lateral de la caída de la cascada.
Estrecha angostura de paredes pizarrosas horadada por las aguas de la Cervigona.
"El tridente", "los tres mosqueteros" a un paso de llegar a la base de la cascada de la Cervigona.
Para
no correr riesgo ya que me encontraba sólo, intenté dar un rodeo
probando primero por un par de sitios sin éxito, y después probé
por lo que parecía un vereda que se adentraba entre un pequeño
bosque de matorral, arboleda y roca y que parecía subir por ladera
derecha del cerro que teníamos a nuestras espaldas cuando nos
hicimos la foto. La idea era llegar hasta la cima para desde allí
probar suerte y ver si pudiera tener una vista frontal de la cascada,
pero con forme más subía, más iba desapareciendo la senda, al
tiempo que el ascenso resultaba más agotador para salvar árboles,
matorral y la pendiente, trepando por rocas en algún que otro
pequeño tramo y ya más en la parte alta. Después de 45 minutos
decidí darme la vuelta al no llegar a divisar la parte alta y porque
mis compañeros se acabaron dando la vuelta al comprobar que no
llegaba y comenzaban a llamarme a voces. La bajada la hice más
rápida, y por otro sitio, ayudándome de los troncos de los árboles
y arbustos para frenarme en la bajada, pero lo que no pude impedir es
que la cremallera de la mochila se trabara con alguna rama y se
abriera, con lo que acabé perdiendo entre el espeso matorral, la
chaqueta térmica que llevaba a primera hora de la mañana y que
después metí en la pequeña mochila, ¡qué le vamos a hacer!,
¡gajes del oficio!.
La
aproximación a las ruinas de la fábrica de la luz también la hago
ahora más rápida al saber por donde va el sendero, y justo antes de
llegar a ellas, me encuentro con los dos compañeros que vienen ya en
mi busca después de casi una hora y ver que no regresaba, pensando
que igual me había caído por alguna zona de rocas, y no oirme
cuando les gritaba que ya bajaba en respuesta a su llamada.
Los
tres juntos, emprendemos el regreso, por donde habíamos venido, pero
ahora más rápidos, sin paradas para fotos ni para regodearnos con
el entorno.
A
la presa llegamos de nuevo sobre las cuatro de la tarde, nos quedaban
dos horas de luz, y decidimos que para no andar apurados por si nos
perdíamos en algún momento al caer la luz y no ver alguna señal en
la parte final, no hacer la ruta circular, y seguir por donde
habíamos venido esta mañana, y tener algo de margen para tomar un
café en el pueblo, dar una vuelta por él y no regresar
excesivamente tarde a Plasencia.
Desde
la presa tocaba una una subida suave por senda, completamente en
sombras, y después una bajada por camino con surcos y pedregoso que
curiosamente se nos hizo más larga que la subida matutina. Enlazamos
de nuevo con el camino en buen estado y entre pinares llegamos al
desvío donde cogemos el sendero a la derecha, junto a la primera
señalización de la “Senda del Embalse”,
llegando en poco tiempo al puente por el que accedemos de nuevo al
área recreativa, y desde aquí, casi otro par de kilómetros por
carretera hasta donde teníamos el coche, en el pueblo, al que
llegamos sobre las cinco de la tarde, así que la vuelta desde la
presa del “Prado de las Monjas” la hicimos rapidito.
Un
café calentito que nos supo a gloria, en el mismo bar donde lo
tomamos esta mañana, seguido de una vuelta por este coqueto pueblo
de la Sierra de Gata, donde en años anteriores también
estuve con los mismos compañeros, sólo que en aquella ocasión
íbamos de cicloturismo y ahora tocaba senderismo...
Ermita en blanco y negro, de Acebo.
Vistas de la parte alta de la torre de la iglesia de Acebo desde una de sus típicas calles.
Viejas caseronas junto a un lateral de la iglesia de Acebo.
Parte alta de la Iglesia y ayuntamiento de Acebo.
Fuente del álamo en Acebo.
Y
con la vuelta a Plasencia termina este día completito, aunque
con la espina clavada de no haber visto una toma frontal de la caída
de la cascada, y es que éste es el único PERO que tiene esta ruta,
que el acceso tanto a la base como a la cima de la Cervigona
no está acondicionado, y aunque se puede hacer, no resulta accesible
para cualquiera, lo que en cierto modo puede resultar bueno, porque
hace que esta zona final siga siendo agreste, salvaje, indómita,
inaccesible, territorio de águilas y rapaces que campan a sus anchas
en las cimas rocosas de la Cervigona, pero por otro lado,
evita para muchos contemplar un buen espectáculo natural, y es que
este enclave, este entorno, también es Extremadura, también
forma parte del gran patrimonio natural y cultural que tenemos en
nuestra tierra, también forma parte de esa gran biodiversidad que es
Extremadura y que tan poco conocemos y tan poco valoramos, y
es que en ocasiones tenemos que hacer grandes viajes o recorrer
grandes distancia para admirar algo que podemos tener al lado de
casa.
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