TERCERA PARTE:
ETAPAS DE LA 9 A LA 12
(Austria)
ETAPA 9: Schlögen - Au (camping)
ETAPA 10: Au - Aggsbach Markt
ETAPA 11: Aggsbach-Langenschönbichl
ETAPA 12: Langenschönbichl - Viena
ETAPA 12: Langenschönbichl - Viena
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NOVENA ETAPA (Austria): Schlögen - Au (camping)
Distancia = 87,28 km - Tiempo = 5:16:07 - Media = 16,6 km/h
Jueves, 21 de Agosto de 2014
A las 11:15 por fin para de llover, no sabíamos si momentáneamente, pero era la hora de recoger, montar las alforjas y ponernos en marcha.
Desde Schlögen a Aschach, un tramo de unos 30 km que son una auténtica gozada, sin lugar a dudas desde que empezamos la ruta, es este tramo, junto con el recorrido inicial por el P.N. de Alto Danubio, lo más interesante en cuanto a paisaje y entorno natural.
Este bonito y enriquecedor tramo, de los que realmente hace que merezca la pena hacer el viaje, e incluso soportar la lluvia, el frío y la niebla, podría decir que termina justo al llegar a la central de Aschach, antes de llegar a esta localidad, justo donde se nos ofrece la opción de cruzar la presa para seguir por la otra margen del río, como indica la guía que llevamos, pero nosotros seguimos hacia delante, hacia Aschach , una población con más enjundia, más grande, porque teníamos que comprar provisiones, así que paramos en un super, hicimos la compra, y tomamos un pequeño tentempié sentados en un banco de un parque, unas barritas energéticas y unos frutos secos, mientras comentamos que se nota el tema de los precios en Austria con respecto a Alemania, y es que al menos en relación a lo que nosotros solemos comprar, los precios son algo más altos.
Al desembarcar, junto a un bar de esquina, bien situado para recibir los cicloturistas que vengan por cualquiera de las dos variantes, continuamos ruta, para después de un pequeño tramo agradable desembocar en un carril bici que transita junto a una vía ferroviaria, pedaleando paralelos a una carretera con bastante tráfico a nuestra derecha que nos conducirá hasta Linz.
Y así, unas veces andando y otras montados sobre nuestras burras para hacer las distancias más cortas, vemos el edificio del Ayuntamiento Viejo (Altes Rathaus), o la catedral antigua (estos en la misma plaza o muy cerquita de ella), varias iglesias, como la iglesia de las Ursulinas, y otras que andaban en restauración y los andamios en su fachada la deslucían, y por supuesto, la catedral nueva, considerada la iglesia más grande de Austria, y en la que los trabajos finalizaron en 1924, ofreciendo espacio para 20.000 personas, un mero dato para que nos hagamos idea de su tamaño; en este caso al ver que estaba abierta, pudimos entrar a su interior para visitarla, aunque por turnos, para tener controladas las bicis.
Además del recorrido monumental como tal, es un placer dar un paseo por las calles de Linz, ya sea a pie o en bici, porque resulta una ciudad acogedora, bonita, coqueta, donde se mezcla historia y modernidad, lo antiguo con lo nuevo, como pudimos ver desde el pequeño jardín, en la otra margen del río, donde paramos a comer, divisando frente a nosotros, en la margen donde se asienta la ciudad, el Castillo de Linz con sus bastiones, a la derecha, y edificios totalmente modernos a la izquierda, integrados como un todo.
Hasta llegar junto a las indicaciones de la presa de la central hidroeléctrica de Abwinden, varios kilómetros después de dejar atrás los parques y zonas verdes de Linz, pedaleamos por una especie de talud, donde seguimos encontrándonos mucha gente practicando deporte, y en este tramo sobre todo, montando en bici o sobre patines en línea, incluso otros haciendo una mezcla entre marcha nórdica y patines en línea.
Junto a la zona de árboles donde habíamos colocado las tiendas, había también una mesa merendero, así que tras la ducha y abrigarnos un poco, porque ya empezaba a refrescar, nos dispusimos a hacer la cena mientras picoteábamos un poco de aquí y allá, comentando como había ido el día, mientras veíamos aún bastantes luces encendidas en el camping, que tenía muy buena pinta por lo que habíamos podido ver al llegar, y con bastante gente en él.
A las doce menos cuarto nos fuimos a la tienda, a dormir, y esperando como cada noche, que por la mañana amaneciera con buen tiempo, al menos con el mismo con el que hemos disfrutado durante esta tarde, no así en la noche anterior y en las primeras horas de la mañana...
De esta jornada me quedo sin lugar a dudas con los treinta primeros kilómetros, entre el meandro de Schlögen y Aschach, un tramo de unos 30 km que son una auténtica gozada, y que junto con el recorrido inicial de esta ruta por el P.N. de Alto Danubio, en Alemania, es sin duda, lo más interesante en cuanto a paisaje y entorno natural, lo que resalta por encima del resto, y por supuesto, me quedo también con la visita a Linz, una encantadora ciudad, y con el ambiente sano que se respira en ella, con los parques y zonas verdes repletos de gente practicando deporte, disfrutando del entorno.
Antes de llegar a Grein pasamos por su camping, y a la entrada de la localidad nos para una pareja de abuelos septuagenarios, también son cicloturistas, aunque llevan bicis eléctricas, por si acaso les falla su motor particular, aunque no sabría decir, porque cuerda tenían para rato, y allí estuvieron cascando casi veinte minutos de reloj lo que en principio sólo iba a ser un saludo mutuo, aunque lo de “cascar” es un decir, porque ni nosotros hablábamos alemán ni ellos hablaban español y tampoco inglés, así que entre gestos, afán por intentar entendernos y mucha paciencia, pudimos más o menos intuir que la ruta se podía continuar por las dos márgenes del río, y por supuesto, para ir por la margen opuesta a la que nos encontrábamos tendríamos que coger un pequeño barco-transbordador, para seguir por un trazado a priori más tranquilo y relajado que por la parte donde nos encontrábamos, donde tendríamos que lidiar varios kilómetros compartiendo recorrido con los coches o por carril bici pegado a la carretera; por otro lado, en la margen opuesta el recorrido parece que va siempre por zonas de umbría, de sombra, mientras que por el lado donde estábamos lucía el sol, y claro, después del tiempo en general que hemos tenido durante la ruta, al sopesar si hacer varios kilómetros por carretera al solito o seguir por un recorrido más tranquilo, quizás más bucólico pero en la umbría, nos decantamos por seguir por la margen en donde estábamos, o sea, la izquierda.
Entramos en el pueblo, pequeño, con su bonita y acogedora plaza, donde paramos para tomar un café en una terraza, la primera vez que tomamos un café en un bar-terraza, y aunque es un pequeño pueblo, creo que al final fueron casi tres euros por un café, mas un dulce que compartimos entre los tres, algo que no nos coge de sorpresa, por eso es por lo que no frecuentamos las terrazas y los restaurantes, aunque hoy nos queríamos dar un caprichito, con el dinero que nos íbamos a ahorra al no coger el barco para seguir por la otra orilla, así que disfrutamos de nuestro café sentados en aquella terraza soleada, dentro de la alegre y bonita plaza presida por el edificio del Ayuntamiento (Rathaus), y en donde también coincidimos con la chica alemana que nos encontramos al salir de Passau y con la que Montse estuvo hablando en la parada que hicimos después en la central eléctrica de Jochenstein, y a la que volveríamos a ver de lejos, en la otra margen, kilómetros antes de llegar a Schlögen, aunque por entonces no sabíamos dónde se quedaría a dormir, y ahora, al coincidir en esta terraza con ella, aunque ya partía al llegar nosotros, nos comenta que ese día se quedó a dormir en Aschach, mientras nosotros lo hicimos en Schlögen, y anoche, mientras nosotros dormimos en el camping de Au, ella lo hizo fuera de ruta, porque quería dormir en uno de los pueblos más antiguos de Austria, ¿Enns?, no recuerdo bien.
Además de la chica alemana, cuando estuvimos dando una vuelta por Grein nos encontramos con dos chicas españolas que también estaban haciendo la ruta del Danubio, aunque el siguiente tramo ellas lo harán por el otro margen, al contrario de lo que teníamos nosotros pensado.
Más relajados y con gran parte de los deberes de hoy hechos, en relación al kilometraje, entramos en Melk, cuyo entrada andaba patas arriba, en obras, aunque con las bicis no tenemos problemas para pasar y entrar en este pequeño pueblo situado a los pies del montículo donde se levanta su enorme abadía, cuyas paredes pintadas con colores cremas y amarillos, resplandecen en el horizonte, en la lejanía, al ser bañadas por los rayos de sol al caer la tarde, como si de un faro se tratase, así que no hay pérdida posible para llegar hasta aquí.
Por el carril bici que teníamos a nuestra vera no dejaban de pasar grupos de cicloturistas, muchos de ellos muy numerosos, de entre 20 y 30 personas, y es que esta zona del valle de Wachau es muy turística, y si a eso le unimos que es fin de semana pues tenemos como conclusión un poco de masificación, como iríamos viendo, sobre todo porque estos son grupos organizados, de excursiones de dos o tres días, en plan 'tour', todos llevan el mismo tipo de bicicletas y el mismo tipo de alforjas superbásicas, a penas para llevar el 'pack' del día: un bocata, algo de fruta, una libreta, una muda y poco más...
Con forme va avanzando el mediodía la temperatura sube un poco; una ligera sensación de bochorno invade el valle debido en parte a la gran humedad que hay.
Pero este recorrido bucólico por el valle del Wachau aún nos deparaba una sorpresa más, o no tanta, porque ya teníamos algunas referencias en nuestra guía particular que habíamos elaborado, y no es otra que el bonito, a la par que turístico pueblo de Dürnstein, la perla del valle, y es que ya en la lejanía, en una de las curvas o meandros que hacía el río, desde alguno de sus miradores, se podía observar al fondo, en el extremo opuesto del meandro, su silueta sobre el inmenso y manso Danubio, recortada sobre el fondo verde de los montes y sierras que lo rodean, como el monte donde se asientan las vetustas y ennegrecidas ruinas del castillo donde otrora estuvo preso el mismísimo rey Ricardo “Corazón de León”, durante el transcurso de su tercera cruzada, contrastando el verde con el blanco y azul añil de la torre campanario de la iglesia y con el rojo de los tejados, todo reflejado sobre el espejo en que se convierten las tranquilas aguas del río. Unas vistas gratificantes sin lugar a dudas, pero es que una vez dentro de pueblo, hay que decir también que es un gustazo pasear por él, aunque lo que no me gustó tanto es el excesivo turismo que hay, sobre todo en su calle principal, repleta de tiendas de recuerdos, pequeños comercios, bares-restaurantes, y gente, mucha gente, etc...
En Dürnstein, después de atravesar su larga y transitada calle, arteria principal de pueblo, la Haupstrasse, con casas del siglo XVI y XVII, todo perfectamente conservado, hacemos una parada antes de proseguir la ruta. Giramos a la izquierda en una calle menos transitada, con fuerte pendiente, donde dejamos amarradas nuestras 'burras' con el fin de curiosear más pausadamente por este pueblo que a los tres nos había gustado bastante. Seguimos hacia arriba, ahora andando, por esa misma calle, la cual conducía hacia el camino que subía al monte en cuya cima se alzan las ruinas del castillo, mientras íbamos encontrándonos muchos dibujos y paneles informativos sobre la vida y obra de reyes como Henry II Plantagenet, Ricardo “corazón de León” o el propio Saladino, y en una pequeña terraza natural, al dejar atrás y abajo las últimas casas del pueblo, en una zona donde paneles informativos y dibujos recrean lo que pudiera ser una escena cotidiana en otros tiempos, decidimos que llegar al castillo nos iba a llevar entre subir y bajar más tiempo del que teníamos previsto, y si queríamos llegar hasta allá arriba no era solo por ver estas ruinas en si mismas, sino por las excelentes vistas que se pueden contemplar desde allá en las alturas, de todo el valle, ¡una lástima!, pero todo no puede ser, así que decidimos emplear el tiempo que teníamos en callejear por las calles de este pueblo, sobre todo por las que quedan por encima de la calle principal, quizás con menos glamour, pero también más tranquilas, menos transitadas, con menos turismo, calles estrechas, retorcidas, empedradas, en umbría, y en las partes más altas, recubriendo todo, una espesa vegetación. Desde algunas de las terrazas, o desde alguna callejuela donde las paredes de las casas dejan un claro, se tienen unas bonitas vistas, de los tejados rojos y puntiagudos de las casas sobre los que sobresale el campanario azul y blanco de la iglesia, con el fondo de las aguas del Danubio y el manto verde extendido sobre la otra orilla, en la que se encuentran desparramadas casitas y pequeñas aldeas, en pleno valle del Wachau.
Nos pusimos en marcha de nuevo, con Krems como siguiente objetivo, aunque es poca la distancia y el recorrido sigue la misma tónica, agradable y entretenido, entre viñedos, suaves colinas y el Danubio siempre presente, a nuestra derecha.
Como no hay ningún impedimento extra, y estamos exultantes, no tardamos mucho en llegar al extrarradio de Viena, y por el camino mucha gente practicando deporte: correr, patinar, bici de carretera, bici de montaña, y por supuesto, los cicloviajeros como nosotros que hoy llegan a Viena.
Salimos a la puerta, lo hablamos, y decidimos probar suerte en el otro hostel, la segunda opción, que estaba muy cerca, a la vuelta de la esquina, en plena arteria principal, la “Mariahilfter straße”. En éste la recepción estaba a tope, pero sin embargo, no había problemas de alojamiento ni para hoy ni para mañana, pero como para nuestros gustos el otro nos convencía más, decidimos arriesgarnos, todo lo más que podía pasar es que al día siguiente tuviéramos que andar cambiándonos de sitio, pero estaban muy cerca y no íbamos a perder mucho tiempo y con un poco de suerte, igual hasta podíamos quedarnos allí las dos noches.
Visitado el interior de la catedral, lo siguiente, introduciéndonos entre callejones, era llegar a la Viena imperial a través de la Michaelerplatz, guiándonos por la torre afilada de la Michaelerkirche. Desde esta plaza nos adentramos en el grandioso conjunto del Hofburg, donde se encuentran los antiguos aposentos imperiales, varios museos, una capilla, una iglesia, la Biblioteca Nacional Austriaca, la Escuela de Invierno de Equitación y el despacho del presidente de Austria.... ¡ahí es ná!... y es que esta es la zona donde radica todo el poder austriaco desde hace más de seis siglos, y en sus correspondientes edificios se pueden contemplar siete siglos de desarrollo arquitectónico. Nosotros no disponemos de tiempo como para visitar muchos de estos edificios por dentro, así que nos limitamos a dar un paseo por el Hofburg, por sus jardines, contemplando la bella factura de algunos de estos edificios.
Después llegamos a la zona donde se encuentran el museo Kunsthistorisches (museo de historia del Arte) y su réplica frente a él (museo de historia natural).
Como aún era temprano para la representación del festival de cine, con entrada gratuita, seguimos dando un paseo por los alrededores, después de tomar un café y helado en el mismo recinto ferial.
Al regresar, paramos a cenar en un supuesto “italiano”, aunque de italiano sólo tenía el nombre en el cartel de la entrada, porque era un local supercutre y en cuanto a la calidad de la comida, decir simplemente que muy ramplona y mediocre... mala elección hicimos, y la verdad es que es lo único negativo de nuestra estancia en Viena, así que la despedida no fue precisamente por todo lo alto...
Anoche,
cuando me disponía a entregarme al placer del sueño reponedor,
después de escribir unas notas sobre como había ido el día,
comenzó a llover... ¡mucho había tardado en hacerlo!, a
juzgar por como estuvo la tarde-noche, muy propicia para una lluvia
que no comenzó hasta esa hora, así que habría que ver el lado
positivo, mejor por la noche que no durante el día, porque es un
engorro para pedalear y no se disfruta del entorno de la misma
manera.
Como
ayer no pude subir al mirador, mi idea era hacerlo esta mañana bien
temprano, antes de que los compañeros se levantaran, pero ya sabía
que iba estar complicado, porque toda la noche estuvo lloviendo, unas
veces de forma intensa, otras más débil, y sólo algunos ratitos en
los que paraba para después comenzar de nuevo. Cuando abrí la
cremallera de mi tienda fue cuando definitivamente di por finalizada
toda opción de subir al mirador para gozar de las vistas del meandro
y hacer alguna foto, y no sólo porque estuviera lloviendo, sino
porque las nubes se cernían con fuerza sobre las partes altas del
monte, tan sólo se podía ver desde media ladera hasta el río, el
resto, las partes altas, eran cubiertas por las nubes, por la niebla,
con lo que desde el mirador no se podría divisar nada. Ante este
panorama sólo quedaba una opción, cerrar la puerta de la tienda y
meterme de nuevo en el saco y dormir una hora más hasta que sonara
la alarma en los móviles de los compañeros...
A
las siete suena la alarma... nada, ¡ni puñetero caso le hicimos
ninguno de los tres!, media vuelta para seguir relajados bajo el
confort del saco de dormir, porque seguía lloviendo y la temperatura
era baja, por no hablar de la humedad reinante, que si ya cuando
llegamos ayer se notaba bastante, después de estar toda la noche
lloviendo no me extrañaría que cuando saliéramos de las tiendas
nos encontráramos con una plantación de setas... y en España
con una ola de calor...
No
se que hora cuando cesó la lluvia, lo que si sé es que aprovechamos
para salir rápidos de las tiendas para proceder, lo mejor posible, a
su secado, utilizando trapos, y después recogerlas, y hecho esto y
previo paso por la zona de aseos, disponernos a preparar el desayuno
en el mismo sitio que estuvimos cenando anoche, donde el toldo nos
protegería en el caso de que comenzara a llover de nuevo, como así
fue, porque fue prácticamente comenzar a calentar el agua para el
café y comenzar de nuevo a llover.
Desayunamos
bajo el toldo que tenía enganchando la caravana a modo de porche,
con los tres recostados sobre el banco pegado a un lateral de ésta,
mirando el agua caer, con las vistas del río, de la gran curva que
hacía éste para formar el meandro, con los barcos del puerto
deportivo, el monte con su tupido bosque que teníamos frente a
nosotros, en la otra margen, visible tan solo desde media ladera
hacia abajo, con las nubes cubriendo el resto, bajo un cielo plúmbeo,
bien abrigados, en un camping que aún permanecía en reposo, calma
chicha, donde no se movía nada ni nadie, y de nuestro
ensimismamiento tan solo nos sacaba un pequeño petirrojo que iba de
aquí para allá, y que llegaba a situarse a penas a metro y medio de
nosotros, sacándonos alguna sonrisa, suponemos que acostumbrado a
que le echaran de comer ya había perdido el miedo.... por lo demás,
paciencia, el día completamente invernal, de frío, agua y niebla,
de esos días en los que a uno le apetece estar en casa, mirando caer
la lluvia por la ventana, mientras saborea un café caliente, leyendo
un libro al calor del hogar...
El
tiempo pasaba, la mañana avanzaba inexorablemente, y llovía, seguía
lloviendo... decidimos esperar un poco más, y de seguir así
tendríamos que ponernos en marcha bajo el agua, no teníamos mucho
más margen en el viaje, ya llevábamos retraso acumulado desde el
principio, pero es que desde la gran mojada que tuvimos antes de
llegar a Ulm y cómo acabamos, no nos apetecía nada pasar
otra vez por lo mismo, pero nadie dijo que cuando se hace un viaje
largo siempre se va a gozar de buen tiempo. Matamos la espera
repitiendo café, no teníamos otra cosa mejor que hacer, al menos
las vistas panorámicas frente a nosotros eran buenas, y nuestro
amigo el petirrojo seguía haciéndonos compañía.
A las 11:15 por fin para de llover, no sabíamos si momentáneamente, pero era la hora de recoger, montar las alforjas y ponernos en marcha.
Desde Schlögen a Aschach, un tramo de unos 30 km que son una auténtica gozada, sin lugar a dudas desde que empezamos la ruta, es este tramo, junto con el recorrido inicial por el P.N. de Alto Danubio, lo más interesante en cuanto a paisaje y entorno natural.
El
recorrido transita por una carretera local totalmente mojada en la
que el único tráfico que soporta es el de las bicis y el de los
cisnes que andan cruzándola en su ir o venir del río, algunos por
cierto, con bastante mala leche o con mal despertar, no se muy bien,
pero hay que andar con cuidado si no se quiere que se lancen con
picotazos sobre ti; el río a nuestra izquierda y a la derecha la
ladera de los montes que descienden prácticamente hasta el río, con
los árboles cuyas hojas siguen goteando y bien parecía que aún
seguía lloviendo; no hay espacio para más, pedaleamos entre el río
y el monte, y en ambas orillas, tupidos, cerrados, frondosos bosques,
fastasmagóricos en ocasiones al entrever en las alturas el gran
manto verde de abetos y hayas entre la niebla, con el Danubio,
convertido ya desde Passau, en un río enorme, abriéndose
paso entre esta zona montañosa, serpenteando, haciendo giros
pronunciados, formando bonitos y sucesivos meandros, y aunque es el
de Schlögen el que tiene la fama y el glamour, los demás no
tienen nada que envidiarle. En las zonas en las que entre el río y
la ladera de las montañas hay más espacio, aparecen pequeños
núcleos urbanos tanto en una como en otra orilla, con una
arquitectura que no desentona con el entorno, y al menos por las que
pasamos, siempre con servicios orientados al cicloturista, algo que
echamos en falta en la parte alemana, y es que aquí en cualquier
sitio se puede encontrar un bar, o sitio para comer, o alojamiento
tipo gasthof o gasthaus, por pequeña que se la aldea o pueblo. Y por
supuesto, también vemos los típicos barco-cruceros realizando su
recorrido por el Danubio, algo que no es de extrañar siendo
esta zona una de las más bonitas, tanto como entorno natural como a
nivel paisajístico.
Un obstáculo en el camino, los famosos cisnes del Danubio...algunos de ellos con muy mala leche...
Este bonito y enriquecedor tramo, de los que realmente hace que merezca la pena hacer el viaje, e incluso soportar la lluvia, el frío y la niebla, podría decir que termina justo al llegar a la central de Aschach, antes de llegar a esta localidad, justo donde se nos ofrece la opción de cruzar la presa para seguir por la otra margen del río, como indica la guía que llevamos, pero nosotros seguimos hacia delante, hacia Aschach , una población con más enjundia, más grande, porque teníamos que comprar provisiones, así que paramos en un super, hicimos la compra, y tomamos un pequeño tentempié sentados en un banco de un parque, unas barritas energéticas y unos frutos secos, mientras comentamos que se nota el tema de los precios en Austria con respecto a Alemania, y es que al menos en relación a lo que nosotros solemos comprar, los precios son algo más altos.
Nos
ponemos en marcha de nuevo y decidimos seguir por la margen en la que
estábamos, porque se puede ir por los dos lados y así evitamos
tener que deshacer camino y perder más tiempo.
A
partir de Aschach la zona montañosa va perdiendo altura
progresivamente hasta que acaba por desaparecer y vernos, en un visto
y no visto, pedaleando por zonas completamente llanas, por un carril
bici exclusivo, con largas y monótonas rectas, produciéndose un
cambio total en el paisaje, desapareciendo los bosques y las
montañas, dejando paso al llano, aunque con zonas frondosas y
verdes, pero después de un rato pedaleando por este tramo, comienza
el hastío con estas largas y aburridas rectas, donde a esa hora, ya
avanzado el mediodía, el sol comienza a aparecer tímidamente, la
niebla desaparece, en el cielo comienzan a verse algunos huecos de
azul intenso, y la temperatura ha ido subiendo ligeramente... ¿día
de niebla, tarde de paseo?... ¡ojalá que fuera así!, porque si la
mañana no era la mejor para pedalear lo cierto es que poco a poco
fue transformándose y la tarde estaba siendo la ideal para la
práctica del cicloturismo, así que no era de extrañar que
comenzáramos a ver mucha más gente montando en bici, tanto en
parejas, como en grandes grupos, o en familia, etc...
Al
llegar a la altura de Ottenshein, una pequeña localidad
situada en la otra margen, paramos para hacernos una foto con el
fondo de sus casitas de colores alineadas junto al Danubio, y
levantándose por encima de ellas, en una elevación, un bonito
castillo. Unos metros más tardes nos llevamos la sorpresa de ver que
el camino se corta, y para continuar la ruta tenemos que cruzar el
Danubio para llegar a Ottenshein y continuar la ruta a
partir de allí, pero aquí no hay puente, así que tenemos que
esperar, poco tiempo, a que venga el barco que se encarga de llevar
pasajeros, bicis y coches de una orilla a otra, aunque nos cobran
casi nueve euros por los tres, no es que sea mucho, pero me parece
demasiado tres euros para cruzar de una orilla a otra, no se cuanto
cobraran por cruzar con un coche...
Al desembarcar, junto a un bar de esquina, bien situado para recibir los cicloturistas que vengan por cualquiera de las dos variantes, continuamos ruta, para después de un pequeño tramo agradable desembocar en un carril bici que transita junto a una vía ferroviaria, pedaleando paralelos a una carretera con bastante tráfico a nuestra derecha que nos conducirá hasta Linz.
Este
tramo resulta un poco pestoso, insulso, porque si bien es
cierto que pedaleamos por carril bici, la cercanía con una carretera
con tráfico incesante, y el constante ruido, hace que deseemos
llegar a Linz para dejarlo atrás lo antes posible, además el
recorrido no es nada del otro mundo por vamos pasando por toda la zona
periférica de esta ciudad, a la que al menos llegamos cómodamente,
después de alejarnos de la carretera, para seguir por una zona de
parques o zonas verdes, donde hay mucha gente tomando el sol, ¡quien
lo diría después de la noche y la mañana que habíamos tenido!. El
personal se encuentra paseando o haciendo deporte, y es que por aquí
me da a mí que en cuanto salen dos rayos de sol se echa a la calle
todo el mundo para absorberlos y disfrutar de ellos como si no
hubiera un mañana...
Linz
se encuentra en la otra margen del río; en la que estábamos sólo
había zonas verdes, parques, e instalaciones para la práctica del
deporte, así que antes de cruzar el puente para disponernos a
realizar la visita cultural decidimos parar en esta zona para comer,
así que en unas mesas merenderos de una especie de parque-jardín
nos dispusimos a reponer fuerzas. Buen sitio, tranquilo, con vistas
de la ciudad en la otra margen del río, y con una fuente en la parte
central que nos permitiría hacer acopio de agua, además de la
utilizada para preparar el café que le sigue a la comida.
Un
poco más tarde llegó la hora de visitar Linz, cruzando el
puente de los Nibelungos, que nos conduce prácticamente
hasta la entrada de la gran y bonita plaza (Hauptplatz ) de
Linz, aunque no podemos disfrutarla en todo su esplendor
porque hay grandes escenarios montados, además de pequeños puestos
colocados en los márgenes de la plaza, donde hay mucha gente tanto
en las terrazas como caminando por ella, al igual que paseando por el
puente.
La
plaza es enorme, incluso creo que es una de las más grades de
Europa, y en su centro, una gran columna de unos 20 metros de
altos rematada con una imagen dorada de la Santísima Trinidad,
levantada en agradecimiento al hecho de que los habitantes
sobrevivieron a los catástrofes y como protección contra la
guerra, incendios y la peste. En tiempos pretéritos, en los
alrededores de la plaza se colocaban los puestos para el mercado, que
contribuyeron al ascenso económico de esta ciudad. Los edificios que
la rodean son altos y de bella factura, y sólo con este aperitivo,
no es de extrañar que Linz, la capital del estado de la Alta
Austria, fuera la capital europea de la cultura en el 2009,
porque cuenta con un rico patrimonio histórico y cultural al que
nosotros intentamos visitar, dentro de nuestras posibilidades, algo a
la ligera, porque Linz, al igual que Passau o
Ratisbona, bien merecen una visita más sosegada y de algunos
días para verlas en detalle, pero con nuestra mini-visita, lo único
que pretendemos es tener una idea de la ciudad, y quién sabe si en
otra ocasión, poderla visitar, al igual que otras, con más
tranquilidad.
Y así, unas veces andando y otras montados sobre nuestras burras para hacer las distancias más cortas, vemos el edificio del Ayuntamiento Viejo (Altes Rathaus), o la catedral antigua (estos en la misma plaza o muy cerquita de ella), varias iglesias, como la iglesia de las Ursulinas, y otras que andaban en restauración y los andamios en su fachada la deslucían, y por supuesto, la catedral nueva, considerada la iglesia más grande de Austria, y en la que los trabajos finalizaron en 1924, ofreciendo espacio para 20.000 personas, un mero dato para que nos hagamos idea de su tamaño; en este caso al ver que estaba abierta, pudimos entrar a su interior para visitarla, aunque por turnos, para tener controladas las bicis.
Además del recorrido monumental como tal, es un placer dar un paseo por las calles de Linz, ya sea a pie o en bici, porque resulta una ciudad acogedora, bonita, coqueta, donde se mezcla historia y modernidad, lo antiguo con lo nuevo, como pudimos ver desde el pequeño jardín, en la otra margen del río, donde paramos a comer, divisando frente a nosotros, en la margen donde se asienta la ciudad, el Castillo de Linz con sus bastiones, a la derecha, y edificios totalmente modernos a la izquierda, integrados como un todo.
Aún
quedaba tarde, y aunque nos hubiera gustado quedarnos allí y
aprovechar el tiempo para conocer más esta ciudad, tal y como
teníamos programado antes de iniciar esta ruta, teníamos que
ponernos en marcha para ir avanzando y no acumular más retraso aún
del que ya llevábamos, porque de lo contrarío nos “comeríamos”
un día de los dos que teníamos previsto en Viena.
Cruzamos
de nuevo el puente de los Nibelungos y seguimos por la margen
izquierda del río, en una sucesión de zonas verdes, de ocio, de
recreo, siendo una gozada ver a tanta gente practicando deporte, ya
sea en bici, corriendo, montando sobre patines en línea, marcha
nórdica... una alegría ver tanta gente practicando deporte,
disfrutando de estas zonas verdes y de la buena tarde que se había
quedado finalmente, algo que no era de presagiar después de ver la
noche y la mañana que habíamos tenido.
Nuestra
idea era llegar a Mauthausen , algo que podríamos hacer
cómodamente, porque eran algo menos de 25 km y aún teníamos margen
para algún imprevisto, como así acabó ocurriendo, porque lo que
estaba claro es que ya no nos iba a dar tiempo de visitar el por
desgracia y tristemente célebre, campo de concentración de
Mauthausen, al que los nazis convirtieron en el pilar del
genocidio:
“El
campo de concentración de Mauthausen fue uno
de los pilares en el genocidio racial que instauró el III Reich.
Destacó, que ya es decir, entre otros campos de exterminio, por la
dureza de sus condiciones de vida. Fue un exponente de la máxima
degradación de la raza humana, alcanzando cotas de vileza y maldad
nunca vistas. En Mauthausen solo había una
certeza: la muerte, y solo una duda: la forma de morir en aquel
lugar. Y es que los nazis aplicaron toda su frialdad calculadora,
método y eficiencia para eliminar a seres humanos inocentes de la
manera más económica y efectiva posible”.
[Cita
extraída de este blog:
http://www.vacacionesporeuropa.com/mauthausen-la-crueldad-de-los-campos-de-concentracion-en-austria/]
No
es que tuviésemos una gran ilusión por ver esta “casa de los
horrores”, pero ya que pasábamos junto a ella, bueno sería
visitarlo para saber hasta que punto llega la vileza humana y esperar
y confiar en que estos genocidios no vuelvan a repetirse, porque si
de algo sirve que se haya hecho visitable este campo de concentración
es para aprender a no olvidar lo que sucedió. Pero como he dicho, a
la hora que íbamos a llegar ya no iba a estar abierto, porque sería
al caer la tarde, a parte que hay que hacer un pequeño desvío de
algo menos de dos kilómetros, pero en subida, con rampas de hasta el
15%, por eso, la idea era buscar alojamiento y al día siguiente, por
la mañana, antes de empezar el recorrido, realizar la visita; ésta
era la idea, otra cosa es lo que fuera surgiendo...
Mientras
avanzamos por la margen del río volvemos de vez en cuando la mirada
hacia atrás, hacia la otra margen, para seguir disfrutando de las
últimas vistas de Linz, de la armonía y convivencia entre lo
nuevo y lo viejo, como he comentado antes, viendo las
torres-campanarios de antiguas iglesias sobresalir por detrás de
modernos edificios situados más cerca del río.
Linz, desde la otra orilla del río, con las torres-campanarios de antiguas iglesias sobresaliendo por detrás de modernos edificios situados más cerca del río...
Hasta llegar junto a las indicaciones de la presa de la central hidroeléctrica de Abwinden, varios kilómetros después de dejar atrás los parques y zonas verdes de Linz, pedaleamos por una especie de talud, donde seguimos encontrándonos mucha gente practicando deporte, y en este tramo sobre todo, montando en bici o sobre patines en línea, incluso otros haciendo una mezcla entre marcha nórdica y patines en línea.
Junto
a las indicaciones de la presa giramos a la izquierda, para dejar a
nuestras espaldas el río e introducirnos “tierra a dentro”,
al menos durante unos kilómetros, porque en Mauthausen de
nuevo enlazaríamos con el Danubio,
pasando por una sucesión de pequeñas localidades conectadas con el
carril bici, zona de llanuras donde es fácil encontrarnos con
manzanos y perales, y como la despensa en cuanto a fruta se refiere
estaba vacía, ni cortos ni perezosos, nos dispusimos a rellenarla,
incluso en algunos sitios no hacía falta ni parase, simplemente
alargar el brazo y coger las manzanas.
Terrero
llano, carril bici asfaltado, tarde agradable y por suerte, el dios
Eolo
sin dar señales de vida, así que nos plantamos en Mauthausen
con facilidad, lo complicado era ahora buscar alojamiento, así que
al
entrar en la localidad
íbamos pendientes
de carteles tipo: zimmer,
gasthof
o gasthaus,
porque
no teníamos anotado que hubiera ningún camping por aquí, pero no
veíamos nada, y tampoco se vía gente para preguntar, hasta que en
una
bocacalle, nos encontramos a un grupo de chavales sentados en una
mesa, y Montse, nuestra particular
relaciones
públicas y ángel de la guarda, se fue a ellos para preguntarles
por algún alojamiento económico, o la posibilidad de algún camping
cercano, y ¡bingo!,
a unos cinco kilómetros, en el mismo recorrido de la ruta, había un
camping, en la localidad de Au,
aunque esto suponía que si mañana queríamos visitar el campo de
concentración, tendríamos que dar la vuelta y volver otra vez al
camping para seguir desde allí, o sea, que en total, incluido el
desvío y el callejeo por Mauthausen,
podrían
suponer unos quince kilómetros extras a añadir al recorrido del día
siguiente; lo estuvimos meditando, y como ninguno tenía una especial
atracción por la visita, salvo que nos cogiera de paso, tal y como
teníamos previsto, y no supusiera rompernos los planes en exceso,
pues nos decantamos por el alojamiento fijo y económico que podía
suponer el camping, que además estaba en la misma ruta.
Otra
pareja de cicloturistas andaban igual que nosotros, buscando el
camping, así que pusimos el piloto
automático, le dimos caña, y tras dejar atrás a esta pareja y
hacer unos kilómetros vertiginosos, con
algunos piques de velocidad entre “la
gacela”,
“la gitanilla”
y “el percherón”
(que es como acabamos bautizando respectivamente a las bicis de
Montse, de Jesús y la de quien esto escribe),
llegamos al camping de Au,
eso si, ya prácticamente cayendo la tarde, con
los últimos rayos de sol; fue
pagar el camping, colocar la tienda mientras tomábamos unas cervezas
que compramos en el bar-restaurante-recepción, y antes de ir a la
ducha ya se había hecho de noche.
Junto a la zona de árboles donde habíamos colocado las tiendas, había también una mesa merendero, así que tras la ducha y abrigarnos un poco, porque ya empezaba a refrescar, nos dispusimos a hacer la cena mientras picoteábamos un poco de aquí y allá, comentando como había ido el día, mientras veíamos aún bastantes luces encendidas en el camping, que tenía muy buena pinta por lo que habíamos podido ver al llegar, y con bastante gente en él.
A las doce menos cuarto nos fuimos a la tienda, a dormir, y esperando como cada noche, que por la mañana amaneciera con buen tiempo, al menos con el mismo con el que hemos disfrutado durante esta tarde, no así en la noche anterior y en las primeras horas de la mañana...
De esta jornada me quedo sin lugar a dudas con los treinta primeros kilómetros, entre el meandro de Schlögen y Aschach, un tramo de unos 30 km que son una auténtica gozada, y que junto con el recorrido inicial de esta ruta por el P.N. de Alto Danubio, en Alemania, es sin duda, lo más interesante en cuanto a paisaje y entorno natural, lo que resalta por encima del resto, y por supuesto, me quedo también con la visita a Linz, una encantadora ciudad, y con el ambiente sano que se respira en ella, con los parques y zonas verdes repletos de gente practicando deporte, disfrutando del entorno.
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DÉCIMA ETAPA (Austria): Au (camping) -Aggsbach Markt
Distancia = 92,71 km - Tiempo = 5:39:16 - Media = 16,4 km/h
Viernes, 22 de Agosto de 2014
¡Noticia!,
¡amanece un día soleado!... ¡ya era hora!. El desayuno lo haríamos
hoy en una de las mesas-merenderos que están al sol, que de frío y
agua ya teníamos nuestra ración.
A
pesar de levantarnos en torno a las siete de la mañana, no se muy
bien donde se nos va el tiempo, porque hasta las diez no salimos del
camping, bien es cierto que tomábamos buenos desayunos y con
tranquilidad, y que esta mañana especialmente estábamos disfrutando
del sol, pero casi tres horas desde que suena la alarma hasta que
nos ponemos en marcha... no es normal, aunque al menos no perdemos
tiempo en buscar el camino, porque el carril bici pasa justo entre el
camping y la zona de bar-restaurante-recepción.
El
comienzo es como los kilómetros previos a la llegada al camping ayer
por la tarde, terrero totalmente llano, con el Danubio a
nuestra vera, a la derecha que casi podemos tocarlo; a la izquierda,
grandes claros y más alejadas, zonas boscosas, y frente a nosotros,
la “tiranía de la línea recta”, largas y monótonas
rectas en las que avanzar por ellas es más esfuerzo mental que
físico, y eso sin contar con que al dios Eolo hoy le dió por
juguetear con nosotros de inicio a fin, o sea, que con mayor o menor
intensidad hemos tenido que afrontar el viento de cara. Un tramo en
el que da la sensación de estar anclados siempre en el mismo sitio,
de no ser por las miradas que de vez en cuando echamos al
cuentakilómetros para cerciorarnos que efectivamente vamos
avanzando, porque todo permanece igual, inalterable, imperturbable,
mismo paisaje... menos mal que tengo por compañeros a Jesús, “el
gorrión de Trujillo” que casca por los tres juntos, y a
Montse, la galleguina, que con buen sentido del humor le sigue la
corriente, con ellos se hace algo más de entretenido este tramo de
unos 20 km que damos por concluido al llegar junto a una nueva presa
de una central hidroeléctrica, porque es ahí cuando giramos a la
izquierda, dejando el río a nuestras espaldas, para describir una
especie de arco en cuyo otro extremo volveremos a ir a parar al río,
ya en las cercanías de Grein.
Al
dejar el río nos adentramos en zonas eminentemente rurales, pequeñas
aldeas en medio de una llanura donde pedaleamos entre campos de
cereal, viñas y maizales.
Pedaleamos
unas veces por zonas abiertas, otras por auténticos pasillos
flanqueados por tapias de cañas de maíz aún sin cosechar, y otras
por zonas boscosas de álamos, los cuales sueltan una especie de
pelusilla blanca que bailando al son del viento van cayendo con una
parsimonia inigualable sobre el asfalto de estas carreteras locales,
aisladas, bien parecía que nevaba, incluso el asfalto o los caminos
por los pasábamos estaban blancos, cubiertos de esta pelusilla que
desprendía la arboleda, una bonita imagen aderezada con los juegos
de luces y sombras de los rayos de sol al colarse entre los árboles
e iluminar estos “copos de nieve” tan especiales, aunque
supongo que a los que son alérgicos no les parecerá tan bonito o
tan poético.
Enlazamos
con una carretera y con una vía férrea, y paralelo a ambas, el
carril bici, aunque en este caso éste va a algo menos de altura, con
lo que el efecto del tráfico, que no es mucho tampoco, es menor, y
es en este tramo, ya con el río de nuevo paralelo a nosotros, a
nuestra derecha, cuando vemos a otro grupo de gente haciendo la ruta
del Danubio, pero en barco en lugar de en bici. Eran un grupo de
unas 12 personas, remando en un bote con velas y bandera
personalizada. Nos saludan, saludamos. Buen rollo, perfecta armonía,
cada uno viaja como quiere, tan solo se trata de vivir, sentir,
conocer, compartir experiencias... tan simple algunas veces, tan
complicado otras.
En
una de las curvas que hace el río, porque de nuevo el terrero se
vuelve más montañoso, divisamos en la lejanía la silueta recortada
sobre un fondo verde, del pequeño y coqueto pueblo medieval de
Grein, con sus casitas e iglesia central, como si se tratara
de un pueblo sacado de un cuento ¡buena vista panorámica!.
Vistas de Grein en la lejanía, en unas de las curvas que hace el río por esta zona.
Antes de llegar a Grein pasamos por su camping, y a la entrada de la localidad nos para una pareja de abuelos septuagenarios, también son cicloturistas, aunque llevan bicis eléctricas, por si acaso les falla su motor particular, aunque no sabría decir, porque cuerda tenían para rato, y allí estuvieron cascando casi veinte minutos de reloj lo que en principio sólo iba a ser un saludo mutuo, aunque lo de “cascar” es un decir, porque ni nosotros hablábamos alemán ni ellos hablaban español y tampoco inglés, así que entre gestos, afán por intentar entendernos y mucha paciencia, pudimos más o menos intuir que la ruta se podía continuar por las dos márgenes del río, y por supuesto, para ir por la margen opuesta a la que nos encontrábamos tendríamos que coger un pequeño barco-transbordador, para seguir por un trazado a priori más tranquilo y relajado que por la parte donde nos encontrábamos, donde tendríamos que lidiar varios kilómetros compartiendo recorrido con los coches o por carril bici pegado a la carretera; por otro lado, en la margen opuesta el recorrido parece que va siempre por zonas de umbría, de sombra, mientras que por el lado donde estábamos lucía el sol, y claro, después del tiempo en general que hemos tenido durante la ruta, al sopesar si hacer varios kilómetros por carretera al solito o seguir por un recorrido más tranquilo, quizás más bucólico pero en la umbría, nos decantamos por seguir por la margen en donde estábamos, o sea, la izquierda.
Jesús accediendo al casco urbano de Grein.
Entramos en el pueblo, pequeño, con su bonita y acogedora plaza, donde paramos para tomar un café en una terraza, la primera vez que tomamos un café en un bar-terraza, y aunque es un pequeño pueblo, creo que al final fueron casi tres euros por un café, mas un dulce que compartimos entre los tres, algo que no nos coge de sorpresa, por eso es por lo que no frecuentamos las terrazas y los restaurantes, aunque hoy nos queríamos dar un caprichito, con el dinero que nos íbamos a ahorra al no coger el barco para seguir por la otra orilla, así que disfrutamos de nuestro café sentados en aquella terraza soleada, dentro de la alegre y bonita plaza presida por el edificio del Ayuntamiento (Rathaus), y en donde también coincidimos con la chica alemana que nos encontramos al salir de Passau y con la que Montse estuvo hablando en la parada que hicimos después en la central eléctrica de Jochenstein, y a la que volveríamos a ver de lejos, en la otra margen, kilómetros antes de llegar a Schlögen, aunque por entonces no sabíamos dónde se quedaría a dormir, y ahora, al coincidir en esta terraza con ella, aunque ya partía al llegar nosotros, nos comenta que ese día se quedó a dormir en Aschach, mientras nosotros lo hicimos en Schlögen, y anoche, mientras nosotros dormimos en el camping de Au, ella lo hizo fuera de ruta, porque quería dormir en uno de los pueblos más antiguos de Austria, ¿Enns?, no recuerdo bien.
Vista parcial desde la pequeña plaza de Grein.
Además de la chica alemana, cuando estuvimos dando una vuelta por Grein nos encontramos con dos chicas españolas que también estaban haciendo la ruta del Danubio, aunque el siguiente tramo ellas lo harán por el otro margen, al contrario de lo que teníamos nosotros pensado.
Nos
pusimos en marcha de nuevo, ganando tiempo puesto que no teníamos
que estar esperando el barco ni el tiempo que éste emplearía en
cruzar a la otra orilla, así que directos hacia nuestro siguiente
hito, que era la localidad de Hirschenau, a unos 10 km de
donde estábamos, pero es que este pequeño tramo podía ser más o
menos complicado en función del tráfico que transitara por la
carretera en ese momento, y la verdad es que no tuvimos mala suerte,
porque tan solo fue en los últimos kilómetros donde comenzamos a
ver más tráfico, sobre todo camiones, así que intentamos hacer lo
más rápido posible este tramo, que si en cuanto a recorrido no está
mal, lo cierto es que hay que permanecer atentos, tensos, con ojos en
la nuca, pendiente de los coches en esta carretera más bien estrecha
en algunas zonas.
En
Hirschenau, por fin, abandonamos la carretera para coger un
carril bici que se aleja de ella y que nos permite ir más
tranquilos, relajados, con un recorrido entretenido, agradable,
aunque sólo dura otros 10 km aproximadamente, hasta llegar a
Persenbeug, después de ir pedaleando junto a la ribera y
pasando por pequeños núcleos urbanos, donde a la salida de uno de
ellos, en un coqueto y sombreado patio-terraza de un restaurante que
dejamos a la derecha, se encontraba la chica alemana con la que nos
habíamos vuelto a encontrar un poco antes, en Grein, y que
ahora se encontraba comiendo, algo que no tardaríamos nosotros en
imitar, aunque no precisamente en restaurantes. Ella también nos vio
al pasar y nos volvimos a saludar.
En
Persenbeug decidimos que era buen sitio y buena hora para
comer y descansar un poco, así que buscamos un sitio agradable,
junto a un pequeño parque con una fuente, y con la compra previa del
pan en uno de los puestos que había junto a un super, donde además
de pan artesano vendían queso y embutidos caseros. Hoy no queríamos
entretenernos mucho, así que unos piscolabis de entrante, bocata,
fruta y un cafelito con alguna que otra galleta de chocolate para no
perder las buenas costumbres, y tras rellenar los botes de agua en la
propia fuente, seguir pedaleando, aprovechando que la tarde estaba
soleada y la temperatura era buena.
Podíamos
haber seguido en línea recta, por esta misma margen, ahorrando unos
kilómetros al no hacer el meandro que forma el río justo en las
inmediaciones de esta localidad, pero al final cruzamos el puente y
proseguimos por la otra margen, pasando por Ybbs, más metida
en la curva del meandro, al contrario de lo que teníamos marcado en
la guía, esperando que el recorrido fuera interesante, y la verdad
es que no estuvo mal, nada del otro mundo, pero al menos agradable
para la práctica del cicloturismo, aunque el último tramo antes de
llegar a Melk, nuestro siguiente objetivo y donde teníamos
previsto hacer una parada para la típica visita cultural, resultó
insulso, monótono y hasta pesado. Monótono y aburrido porque era
pedalear siempre por una larga recta, con el río a la izquierda, en
una zona llana y sin apenas arboleda, por donde comenzamos a divisar
la silueta de la abadía de Melk, sobre un montículo,
recortada en un cielo, hoy, azul intenso, allá en la lejanía, pero
es de esas zonas en las que por mucho que avanzas uno parece estar
siempre en el mismo sitio, y la referencia de la abadía nunca parece
acercarse; pero aún se nos hizo más pesado y largo este pequeño
tramo por culpa del viento de cara que comenzó a soplar, y en estas
zonas llanas sin protección de ningún tipo, resulta completamente
desmoralizador, como así les debió pasar a Montse y a Jesús, que
acabaron por meter una marcha corta y ponerse a charlar, “la
hora de la tertulia”, supongo que para que se les pasara el
tiempo antes, aunque lo único que les faltaba era sacar una baraja
de cartas y un licorcito y echar una partidita... así que preferí
ir a mi ritmo y para delante, ya los esperaría en Melk,
aunque realmente fue antes, justo cuando se deja el río a la
izquierda para introducirnos en una zona totalmente sombreada, en
medio de un pequeño bosque, a poco más de un kilómetro de Melk,
donde por fin conseguimos quitarnos de un plumazo a Eolo, que
esa tarde comenzó a ponerse excesivamente pesado.
La abadía de Melk, con sus colores cremas y amarillos sobre la pequeña elevación sobre la que se asienta.
Más relajados y con gran parte de los deberes de hoy hechos, en relación al kilometraje, entramos en Melk, cuyo entrada andaba patas arriba, en obras, aunque con las bicis no tenemos problemas para pasar y entrar en este pequeño pueblo situado a los pies del montículo donde se levanta su enorme abadía, cuyas paredes pintadas con colores cremas y amarillos, resplandecen en el horizonte, en la lejanía, al ser bañadas por los rayos de sol al caer la tarde, como si de un faro se tratase, así que no hay pérdida posible para llegar hasta aquí.
“El
Monasterio de Melk era originalmente un palacio. Situado en
la orilla del río Danubio, entre Salzburgo y Viena,
en la Baja Austria, se encuentra coronado por torres
resplandecientes en un tono dorado. Está considerado entre los
monasterios cristianos más famosos del mundo, dominando el panorama
del Danubio, sobre el valle de Wachau, en Austria.
El impresionante conjunto barroco del Melk, fue
construido entre 1702 y 1736 por el arquitecto Jakob
Prandtauer. Especialmente notable es la iglesia con
magníficos frescos de Johann Michael Rottmayr y
la biblioteca que contiene incontables manuscritos medievales”.
Recorremos
la calle principal, llena como no podía ser de otra forma, de
tiendas de recuerdos, bares, restaurantes, y todo tipo de
chiringuitos orientados al turismo. Hacemos una parada en uno de los
bancos de esta calle, para tomar algo, y a mi en particular, hoy y
por primera vez en el recorrido lo que más me apetecía era una
cerveza, no sólo porque la temperatura era más elevada sino también
por la paliza que me había dado el viento en el último tramo,que me
había dejado con la boca más seca que un esparto.
Continuamos
la visita, pero ahora había que subir montados en nuestras
respectivas burras una buena pendiente, con firme de adoquines, para
llegar hasta arriba, a la zona donde se encuentra la abadía y sus
jardines, si bien es cierto que no íbamos a poder visitarla por la
hora que era ya y porque no podíamos perder a estas alturas de la
tarde un par de horas o más en su visita, sin ni siquiera tener
claro dónde íbamos a dormir hoy, pero la idea era dar una vuelta
por los jardines, en la parte alta, e intentar disfrutar de las
panorámicas que se podrían tener desde allá arriba, pero al final
sólo pudimos ver algunas vistas parciales desde algunos de los
miradores, porque aquello resultó ser bastante extenso y la arboleda
impedía tener una vistas desde cualquier sitio, así que al final
acabamos bajando y salir del pueblo siguiendo las indicaciones de la
ruta, las cuales nos llevaron a la otra margen del río, previo paso
por un enorme puente al que accedimos por un carril bici rodeado de
arboleda y vegetación exuberante, con un último tramo de cien
metros con un repecho endiablado, de los que obligan a “agachar
el lomo”, en esos que hay que echar el cuerpo hacia delante y
morder casi el manillar para que la bici no se acabe encabritando,
levantando la rueda delantera.
Ya
en la otra margen tomamos una decisión, eran las 18:30,
pedalearíamos una hora más, y a partir de ese momento,
comenzaríamos a buscar algún sitio para dormir, o sea, que
tendríamos una hora de margen aún para buscar algo, y aunque desde
Melk a Krems, el único sitio que teníamos anotado era
el camping de Emmersdorf, éste se situaba tan sólo a cinco
kilómetros, demasiado pronto, pero por lo que habíamos visto, en
este tramo austriaco hay muchos más servicios que en la parte
alemana, como el propio camping de Au, donde dormimos anoche,
y que no teníamos anotado.
Dejada
atrás Melk, en la otra orilla, nos introducimos en otro de
los tramos más interesantes de esta primera parte de la ruta del
Danubio, el valle de Wachau. Pedaleamos por un carril bici
junto a la carretera, tranquila a esta hora de la tarde, y junto al
río, a nuestra derecha, y ambos lados se levantan sierras cubiertas
por un tupido bosques, exceptuando las calvas en el manto verde
formadas por los farallones de piedra caliza. Un valle que se va
abriendo un poquito conforme avanzamos, al tiempo que sobre el cielo
comenzamos a ver la evolución rápida de nubes tormentosas, y en
prácticamente una hora pasamos de un cielo azul con algunas nubes a
un cielo cubierto por nubes oscuras que no auguraban nada bueno, y es
que está visto que no podíamos tener un día pleno de inicio a fin,
ya veríamos que nos depara el final de la tarde.
El
inicio del recorrido por este valle promete, así que deseoso en
parte de recorrerlo mañana y comprobar si es verdad la fama que le
precede. Sin embargo, los últimos 7,5 km hasta llegar a Aggsbach
Markt resultan un poco “entre sol y sombra”, o sea, a
veces entretenido a veces insulso por ir pedaleando paralelo a la
carretera, aunque ya antes tuvimos que hacer un parada técnica,
porque se acercaba “el momento mosquito”, la hora en que a
estos les da por salir de su escondite y atacar a diestro y
siniestro, sobre todo a los de “sangre dulce”, como a
Jesús, que se llevaba siempre ración doble o triple de picotazos,
así que en cuanto llegaba la hora, se embadurnaba con sprays o
cremas antimosquitos.
Al
mirar hacia atrás, tenemos las últimas vistas de la abadía de
Melk, irguiéndose airosa sobre aquel montículo, pero si cuando nos
acercábamos a ella sus paredes resplandecían al reflejar el sol,
ahora en cambio, la panorámica que tenemos es de un “a contra
luz”, con el sol poniéndose sobre el horizonte y su luz
abriéndose paso entre las nubes que rápidamente se van formando.
Llegamos
al pequeño pueblo o aldea de Aggsbach
Markt,
y como ya era la hora que nos habíamos fijado, comenzamos a
preguntar a la primera señora que nos encontramos, aunque mucho
dudábamos que un sitio tan pequeño hubiera algo, pero por suerte
para nosotros estábamos equivocados, y resulta que a la salida, en
la dirección de la ruta, había un pequeño camping junto a un bar,
¡no nos lo podíamos creer!.
Cruzamos
el pueblo, en donde no volvimos a ver a nadie, y al dejar la estación
de tren y junto al carril bici, a la derecha, el camping, que
realmente era un bar o casa de madera, con una terraza cerrada,
acristalada, llena de mesas y bancos corridos de madera, y una
parcela entre esto y el Danubio, del tamaño de poco más o
menos que la mitad de un campo de fútbol, al menos para las tiendas
de campaña, porque después se extendía más allá para el tema de
autocaravanas, pero en la zona de las tiendas sólo había dos, sino
recuerdo mal, así que problemas para alojarnos no creíamos que
fuéramos a tener.
Al
bar-recepción del camping llegaríamos pasadas las 19:30, y como
siempre, Montse se encarga de los trámites de recepción y papeleo,
a lo que le sigue elegir una zona para situar las tiendas y comenzar
a montarlas, en este caso junto a unos árboles y unos soportes donde
dejaríamos amarradas las bicis, algo más alejados de la orilla del
Danubio y de las luces para evitar el tema de los mosquitos.
Mientras
terminábamos de montar las tiendas, sobre las ocho o algo más de la
tarde, veíamos algunos barcos-cruceros navegar por el Danubio,
a tiro de piedra de donde estábamos, y por las cristaleras de estos
se veía también al personal que ya andaba cenando, aunque a
nosotros nos quedaría un poco más para ponernos a ello, ya que es
un camping austero, sólo dos duchas, unas para mujeres y otra para
hombres, y hoy le tocó primero a Jesús, mientras yo iba sacando las
cosas de las alforjas para ir preparando la cena, en una de las mesas
merendero que disponía esta parcela, y situada junto a nuestras
tiendas de campaña.
En
un par de horas habíamos pasado de un cielo azul con algunas nubes
altas, con sol y buena temperatura, a un cielo completamente cubierto
y oscuro, con viento fresco, y con algunos truenos sonando aún en la
lejanía, ya veríamos si el día bueno que habíamos tenido no se
acababa torciendo, aunque al menos hoy habíamos tenido un respiro
mientras estuvimos pedaleando.
Después
de la ducha y mientras preparábamos la cena, pasadas las nueve,
comenzaron a caer algunas gotas de agua, dispersas al principio, pero
por si acaso, recogimos todo y nos fuimos a la terraza cerrada del
bar, donde podíamos ver el camping bajo la luz de los focos por sus
ventanas acristaladas, porque ya había anochecido, y en cuestión de
minutos comenzó a diluviar, literalmente, por no hablar del fuerte
viento que se levantó, acompañado de un espectáculo de rayos y
truenos. Nosotros estábamos a cubierto, al refugio del viento
huracanado y de la lluvia, con los canalones que no daban a basto a
evacuar tanta agua, aquello parecía una mini-cascada echando agua
hacia la parcela del camping, y los tres teníamos en el pensamiento
las tiendas de campaña... ¿aguantarían el fuerte viento y el agua?
¿se calarían?... Fueron veinte minutos de tormenta en toda regla, y
cuando amainó salí de la terraza para ver el estado en que se
encontraban las tiendas, y aunque estaban en su sitio, se había
formado una auténtica balsa de agua junto a ellas. Para llegar a la
mía prácticamente había que usar botas de agua; acabé con las
zapatillas y calcetines empapados, aunque dentro de ella parecía
todo normal, así que confiaba en que el terrero drenara bien, sin
embargo, los compañeros tenían una pequeña laguna-charco que les
pillaba de lleno, así que ellos no se arriesgaron y estuvieron antes
de irnos definitivamente a dormir, haciendo traslados de tiendas, a
una zona con menos agua, mientras que yo cerré los ojos y me metí
dentro de la mía, pasadas las once y media de la noche, esperando
que no volviera a llover más, que fuera una tormenta pasajera y que
el terrero fuera drenando poco a poco el agua, porque no tenía ni
puñetera ganas de andar a esas horas de la noche, con poca luz y con
todo empapado de agua, de andar cambiando la tienda, así que me metí
dentro, cerré los ojos, y ¡ea, mañana será otro día!...
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UNDÉCIMA ETAPA (Austria): Aggsbach Markt - Langenschönbichl
Distancia = 63,36 km - Tiempo = 3:58:20 - Media = 16 km/h
Sábado, 23 de Agosto de 2014
Anoche
no tenía muchas ganas de escribir unas notas en el diario sobre cómo
se había desarrollado la jornada, así que aprovecho la mañana para
ponerme a ello, sobre todo después de abrir la puerta de la tienda y
ver que el cielo estaba cubierto y caían algunas gotas, pero por
suerte, el césped había cumplido su función, la balsa de agua que
había anoche delante de la tienda había desaparecido, la había
drenado por completo, si bien es cierto que la humedad que existía
por todos lados era más que notoria; por otro lado, como ya iba
conociendo a mis compañeros de ruta, imaginaba que en cuanto sonara
la alarma y escucharan caer cuatro gotas sobre la tienda de campaña,
lo primero que harían sería media vuelta y seguir durmiendo, como a
la postre sucedió, por lo que como he comentado, aproveché ese
momento de espera para ponerme a redactar unas notas en el diario.
Me
había despertado a las siete de la mañana, y a las nueve, cuando ya
desde hacía un rato habían dejado de caer las últimas gotas de
agua, comencé a recoger todo, proceder con el secado de la tienda,
nada fácil en el día de hoy, y a preparar las cosas para el
desayuno... pero nada, mis compañeros siguen sin dar señales de
vida...
Las
nueve y media de la mañana, el día seguía igual de nublado, gris y
húmedo, la temperatura fresca y una débil niebla iba y venía al
son del ligero viento que soplaba, cubriendo las partes altas de las
sierras a ambos lados del río, encajonando el valle, ¡pero no
llovía!, así que esperaba que se cumpliera el refrán de “mañanitas
de nieblas, tardes de paseo”... aunque al final,
esa tarde debió ser la excepción que cumplía la regla, a juzgar
por lo que pasaría conforme avanzaba el día.
Alredores del camping de Aggsbach al comenzar a levartese la niebla...
Por el carril bici que teníamos a nuestra vera no dejaban de pasar grupos de cicloturistas, muchos de ellos muy numerosos, de entre 20 y 30 personas, y es que esta zona del valle de Wachau es muy turística, y si a eso le unimos que es fin de semana pues tenemos como conclusión un poco de masificación, como iríamos viendo, sobre todo porque estos son grupos organizados, de excursiones de dos o tres días, en plan 'tour', todos llevan el mismo tipo de bicicletas y el mismo tipo de alforjas superbásicas, a penas para llevar el 'pack' del día: un bocata, algo de fruta, una libreta, una muda y poco más...
Comenzaba
a desesperarme, me veía allí de brazos cruzados, sentado junto a la
mesa merendero como un pasmarote, viendo el tiempo pasar mientras un
goteo incesante de cicloturistas pasaba pedaleando delante de mis
narices... ¡y mis compañeros seguían durmiendo!, así que a este
paso, y sin saber lo que nos podía seguir deparando el día, veía
complicado que hoy pudiéramos llegar a Viena, o a algún
pueblo de su extrarradio, porque para ello necesitaríamos hacer unos
110 o 115 km, y viendo el plan que había ya lo estaba dejando por
imposible, lo que significaría que nos “comeríamos”
parte de los dos días completos que teníamos pensado dedicar a la
visita turística a Viena.
Mi
intranquilidad y desesperación va en aumento; tengo que darles un
toque para que se fueran levantando, y cuando lo hacen, es ¡a
cámara leeennntaaaaaaa!, sin prisas, y mientras, yo comiéndome
las uñas, viendo gente pasar haciendo la ruta: en parejas, a nivel
individual, en familia, y hasta un grupo de 50 personas, que hasta
para eso me daba tiempo, para contar los componentes de cada grupo,
para no pensar en las casi dos horas que íbamos a desaprovechar,
sobre todo porque no había excusas, no estaba lloviendo... Hoy se
nos estaba yendo de madre aquello...
Por
fin, a las once y cuarto de la mañana nos pusimos en marcha para
adentrarnos de lleno en el célebre valle del Wachau, y
la verdad es que estos 25 o 30 km entre la zona donde acampamos y
Krems no desmerecen en nada su fama, con un recorrido muy
entretenido, agradable, bonito, por un valle que se abre un poco para
dar pasos a colinas suaves completamente cubiertas de viñedos,
mientras pasamos por pequeños y encantadores pueblos, donde perduran
aún muchas construcciones de piedra, al margen de sus pequeñas y
coquetas iglesias de piedra ennegrecida y tejados puntiagudos tan
característicos, así que no es de extrañar que sigamos viendo
tanta gente en bici, unos haciendo la ruta del Danubio y otros
simplemente de fin de semana recorriendo este valle, así que tal y
como se preveía, es en el tramo Passau-Viena donde más bicis
nos encontramos, y hoy sábado concretamente, muchísimas más.
Pedaleamos
por este valle por la margen izquierda, dentro de en un recorrido
cicloturista en toda regla, para disfrutarlo. A nuestra derecha, en
la otra margen, persiste el terrero más abrupto, con sierras más
altas, vírgenes, de espesos bosques y calvas en las alturas. propias
de las zonas rocosas y casi verticales, mientras a nuestra izquierda,
por el margen por la que íbamos, teníamos las panorámicas de
cerros suaves, redondeados, de poca altura, bañados de viñedos
preparados con mucho mimo y cariño, perfectamente cultivados en
bancales, dispuestos en simétrica armonía, sin dejar espacio al
caos ni al desorden, en una zona salpicada de pequeños pueblos, en
cuyas proximidades el cultivo de la vid deja paso al de árboles
frutales y huertos, aprovechando la benevolencia del río que
transita junto a ellos, y en donde no nos resistimos a coger nuestra
ración de fruta, peras y ciruelas principalmente, aunque en ciertos
sitios no resulta tan fácil, pues los lugareños, recelosos ya de
tanto tránsito turístico a los que en ocasiones simplemente les
bastaría con alargar la mano para coger la fruta, han colocado
alambradas con cuadrícula pequeña con el fin de imposibilitar la
recogida de ésta desde el propio carril bici.
Acceso a uno de los pequeños pueblos del valle de Wachau.
Pedaleando entre viñedos...
Con forme va avanzando el mediodía la temperatura sube un poco; una ligera sensación de bochorno invade el valle debido en parte a la gran humedad que hay.
Otra panorámica del valle y de sus viñedos...
Pero este recorrido bucólico por el valle del Wachau aún nos deparaba una sorpresa más, o no tanta, porque ya teníamos algunas referencias en nuestra guía particular que habíamos elaborado, y no es otra que el bonito, a la par que turístico pueblo de Dürnstein, la perla del valle, y es que ya en la lejanía, en una de las curvas o meandros que hacía el río, desde alguno de sus miradores, se podía observar al fondo, en el extremo opuesto del meandro, su silueta sobre el inmenso y manso Danubio, recortada sobre el fondo verde de los montes y sierras que lo rodean, como el monte donde se asientan las vetustas y ennegrecidas ruinas del castillo donde otrora estuvo preso el mismísimo rey Ricardo “Corazón de León”, durante el transcurso de su tercera cruzada, contrastando el verde con el blanco y azul añil de la torre campanario de la iglesia y con el rojo de los tejados, todo reflejado sobre el espejo en que se convierten las tranquilas aguas del río. Unas vistas gratificantes sin lugar a dudas, pero es que una vez dentro de pueblo, hay que decir también que es un gustazo pasear por él, aunque lo que no me gustó tanto es el excesivo turismo que hay, sobre todo en su calle principal, repleta de tiendas de recuerdos, pequeños comercios, bares-restaurantes, y gente, mucha gente, etc...
En
uno de los miradores a los que podemos asomarnos en esta margen
izquierda del río por la que pedaleamos, y desde los que se tienen
las vistas panorámicas de Dürnstein, se encuentra al otro
lado del carril bici, una estatua en piedra que hace alusión al rey
Ricardo “Corazón de León”, hecho
prisionero aquí en 1.192, y puesto en libertad después de arduas y
largas negociaciones, y por supuesto, después de pagar un gran suma
de dinero por su rescate, y quizás todo esto sea lo que me haga
pensar que la diversidad de cruzeiros que hemos vistos por los
caminos, o a la entrada o salida de pueblos durante nuestro
transitar por esta ruta, desde su inicio, donde nace el Danubio
y hasta llegar aquí, tenga que ver con las cruzadas, con el
recorrido que pudieran seguir los ejércitos cristianos camino de
Tierra Santa, o con el recorrido de este rey inglés.
Vistas de Dürnstein y de su castillo, desde uno de los miradores del río.
Estatua en granito haciendo alusión a Ricardo, "Corazón de León".
En Dürnstein, después de atravesar su larga y transitada calle, arteria principal de pueblo, la Haupstrasse, con casas del siglo XVI y XVII, todo perfectamente conservado, hacemos una parada antes de proseguir la ruta. Giramos a la izquierda en una calle menos transitada, con fuerte pendiente, donde dejamos amarradas nuestras 'burras' con el fin de curiosear más pausadamente por este pueblo que a los tres nos había gustado bastante. Seguimos hacia arriba, ahora andando, por esa misma calle, la cual conducía hacia el camino que subía al monte en cuya cima se alzan las ruinas del castillo, mientras íbamos encontrándonos muchos dibujos y paneles informativos sobre la vida y obra de reyes como Henry II Plantagenet, Ricardo “corazón de León” o el propio Saladino, y en una pequeña terraza natural, al dejar atrás y abajo las últimas casas del pueblo, en una zona donde paneles informativos y dibujos recrean lo que pudiera ser una escena cotidiana en otros tiempos, decidimos que llegar al castillo nos iba a llevar entre subir y bajar más tiempo del que teníamos previsto, y si queríamos llegar hasta allá arriba no era solo por ver estas ruinas en si mismas, sino por las excelentes vistas que se pueden contemplar desde allá en las alturas, de todo el valle, ¡una lástima!, pero todo no puede ser, así que decidimos emplear el tiempo que teníamos en callejear por las calles de este pueblo, sobre todo por las que quedan por encima de la calle principal, quizás con menos glamour, pero también más tranquilas, menos transitadas, con menos turismo, calles estrechas, retorcidas, empedradas, en umbría, y en las partes más altas, recubriendo todo, una espesa vegetación. Desde algunas de las terrazas, o desde alguna callejuela donde las paredes de las casas dejan un claro, se tienen unas bonitas vistas, de los tejados rojos y puntiagudos de las casas sobre los que sobresale el campanario azul y blanco de la iglesia, con el fondo de las aguas del Danubio y el manto verde extendido sobre la otra orilla, en la que se encuentran desparramadas casitas y pequeñas aldeas, en pleno valle del Wachau.
Nos pusimos en marcha de nuevo, con Krems como siguiente objetivo, aunque es poca la distancia y el recorrido sigue la misma tónica, agradable y entretenido, entre viñedos, suaves colinas y el Danubio siempre presente, a nuestra derecha.
Krems
es ya un núcleo más
grande,
comparado con los pequeños pueblos y aldeas del valle de
Wachau, además de ser un
importante foco cultural, en parte debido
a su universidad, pero es también antigua
y con una
larga historia escrita en su arquitectura, en sus murallas, en sus
monumentos y en sus calles,
no en vano, y según lo que teníamos anotado en la guía: “en
1975 la UNESCO
propuso a Krems
como -Ciudad
modelo de conservación histórica-
y en el 2000 fue añadida a la lista UNESCO
del Patrimonio Mundial. Este pasado omnipresente se complementa con
una moderna y brillante vida cultural”.
Es
en esta
ciudad donde según la planificación inicial del viaje, teníamos
previsto terminar el penúltimo día de nuestro recorrido en bici,
para disfrutar por la tarde de un paseo por su centro histórico, y
dejar el
último día para realizar
un recorrido tranquilo hasta Viena,
pero los ¡planes
están para no cumplirse!,
así que hicimos una visita más bien corta por sus calles y la
verdad es que me esperaba otra cosa, una ciudad más medieval, pero
durante parte del recorrido que hicimos en bici, vimos calles
amplias, con grandes y bonitos edificios neoclásicos o
renacentistas, en fin, que supongo sólo será una percepción
parcial, igual nos tendríamos que haber quedado mucho más tiempo y
visitarla más tranquilamente, pero me gustó más Dürnstein,
tanto como pueblo en sí, como por su emplazamiento, pero para gustos
los colores...
El
recorrido bucólico y entretenido por el valle del Wachau
acaba en Krems,
porque los kilómetros que siguen tras dejarla atrás son francamente
insulsos y hasta feos, y con algo de viento en contra, hasta llegar a
un pequeño tramo de bosque denso que mitigaba
el
mal sabor de boca que nos había
dejado la salida de esa
localidad. Un par de
kilómetros de pedaleo por un bosque de cuento y de nuevo nos topamos
con el Danubio en uno
de los claros, momento en el que aprovechamos para hacer la parada
reglamentaria para comer, que ya iba siendo hora, en un buen sitio,
sentadso
en unos de los bancos que hay junto al Danubio,
para poder contemplarlo tranquilamente mientras preparamos
la comida, nuestro momento 'relax'. A esa hora de la tarde, el cielo
ya estaba completamente cubierto, nubes oscuras y con mala pinta que
anunciaban el desenlace de alguna tormenta, como la que cayó anoche
cuando estábamos cenando en el camping, pero hoy la evolución de
las nubes había sido mucho más rápida, así que ya veríamos si
las tormentas nos
dejaban
terminar como ayer o si nos cogerían
de camino, aunque en ese
momento no teníamos ni puñetera idea de donde podríamos terminar
la jornada,
ya lo iríamos viendo con forme fuera
avanzando la tarde, aunque la idea era quedarnos lo más cerca
posible de Viena,
para no perder mucho tiempo al día siguiente y poder tener casi
dos días para disfrutar de esta ciudad.
Nos
ponemos en marcha y de nuevo nos introducimos en el bosque, aunque el
recorrido va alternando espacios abiertos con otros tramos cortitos
de pedaleo por bosques tupidos
y frondosos, algunos
especialmente bonitos, húmedos, fríos, oscuros, pura vida, pero
todo resulta un espejismo, porque tras esta alternancia de tramos,
comenzamos nuestro peregrinar por espacios abiertos, totalmente
llanos, junto a la ribera del río, casi
tocándolo, donde la nota
predominante es la tiranía de la línea ecta, con
largos tramos, aburridos, insulsos, monótonos, donde lo mejor es
devorar los kilómetros y confiar en que ese tramo pase cuanto antes,
mientras intentamos charlar
de cualquier cosa para evitar caer en la desidia.
En
una de las zonas donde el río gana en anchura, en las inmediaciones
de una presa, comienza a llover tímidamente, obligándonos a parar y
a ponernos los chubasqueros. Cuando llegamos a la presa, que teníamos
que cruzar para seguir por la otra margen, comienza a llover con
fuerza, así que paramos y nos refugiamos bajo el techo de un
pequeño parking.
Se
desata la tormenta. Se ilumina el cielo oscuro con ráfagas de
relámpagos seguidos de un estruendosa traca de truenos, antesala de
la lluvia que comienza a caer con fuerza, dejando un espeso velo, una
cortina en el horizonte, difuminándolo. El parking se convierte en
improvisado refugio para otros cicloturistas que vienen detrás de
nosotros; algunos paran un rato y cuando la lluvia pierde fuerza
siguen camino, otros como un italiano que trabajaba en Linz y
que no estaba haciendo la ruta sino que simplemente había salido a
dar una vuelta con su bici de carretera, acaba haciéndonos compañía,
pero también están los más osados, que ni si quiera pararon en el
momento en el que con más fuerza caía el agua, pasando de largo con
la cabeza mirando hacia bajo, envueltos en sus llamativos
chubasqueros.
La
tormenta parecía que iba para largo, así que nos preparamos un café
para matar el tiempo, pero después de tomarlo todo seguía igual,
incluso pasó la tormenta pero la lluvia seguía arreciando con
fuerza. Intentamos matar el tiempo jugando al típico juego de
encadenar palabras para no ser presa del aburrimiento, y así, dos
horas después, la tormenta primero, y la lluvia después, nos dieron
un respiro, saliendo como almas que lleva el diablo de aquel
parking, donde dejamos sólo al italiano que ya había pedido por
teléfono un taxi, que no acaba de llegar, para que viniera a
recogerlo, a él y a su bicicleta.
Durante
la espera tuvimos tiempo de hablar y ver donde podríamos finalizar
la jornada, porque lo que estaba claro es que después de la espera
de dos horas por la tormenta, y casi otras dos horas que hubiéramos
podido aprovechar esta mañana si en lugar de salir pasadas las once
lo hubiéramos hecho a las nueve, era misión imposible que
llegáramos hasta las inmediaciones de Viena, así que la idea
era llegar a Tulln, una localidad con más enjundia que
el resto de pueblecitos por los que tendríamos que pasar, donde
tendríamos más oferta de alojamiento, además del camping y
albergue, y donde podríamos llegar cómodamente en lo que nos
quedaba de tarde siempre que no tuviéramos más imprevistos,
quedándonos para el día siguiente, unos 26 km para llegar al
extrarradio de Viena, a lo que habría que añadir también la
distancia para adentrarnos en la ciudad y callejear después por ella
para buscar alojamiento en algún hostel o albergue juvenil.
Al
salir del parking lo primero que hacemos es cruzar la presa de la
central eléctrica de Altenwörth, para seguir pedaleando por
la otra margen del río, por la derecha, en un recorrido que es más
entretenido y agradable que el último tramo realizado hasta llegar a
dicha presa.
Pedaleamos
relajados, sin prisas, con un firme completamente mojado o encharcado
en algún tramo de tierra y con una temperatura que se había
desplomado después de la tormenta y la lluvia, pero el cielo
continuaba oscuro, así que seguíamos con los chubasqueros puestos,
no había que fiarse en demasía...
Poco
antes de llegar a Langenschönbichl, a unos cuatro kilómetros
de Tulln (donde habíamos decidido terminar la jornada)
comienza de nuevo la lluvia, que se hace más intensa cuando
atravesamos el pueblo, así que al ver una especie de soportal de una
casa particular nos metemos en él al refugio de la lluvia,
aprovechando para tomar un pequeño piscolabis y hacer tiempo para
ver si el agua cesaba.
Pasados
unos cuarenta minutos, y como todo seguía igual tuvimos que tomar
una decisión, y ésta fue la de quedarnos allí, en ese pueblo,
porque la tarde ya estaba cayendo, había poca luz y seguía
lloviendo.
A
la entrada del pueblo, bajo la lluvia, habíamos visto a la derecha
una pensión, así que retrocedimos bajo la lluvia para preguntar si
había algo libre y a qué precio, pero no hubo suerte, estaba al
completo. La siguiente opción era una especie de
chiringuito-merendero que habíamos visto un kilómetro antes de
llegar al pueblo, a la derecha de la carretera local que servía de
carril bici, frente a una zona frondosa y arbolada; este chiringuito
disponía de un pequeño recinto techado, todo construido por
completo en madera, pero el problema es que teníamos que sacar todos
los bancos y mesas corridos de la zona bajo techo hacia fuera y
poder nosotros alojarnos dentro, algo que podría suponer un esfuerzo
al margen de que cualquiera que pasara por allí, al estar muy a la
vista, podría llamarnos la atención por sacar todo fuera y que se
mojara, aunque no creo que de noche y con la lluvia hubiera mucho
movimiento. Como esta opción no nos acababa de convencer, sobre todo
por el tema de la proximidad de la carretera, aunque a mi no hubiera
importado quedarme allí, buscamos otra alternativa, y es que en una
de las bocacalles que quedaba a la izquierda, al entrar en el pueblo,
Montse creía haber visto un sitio para poder pasar la noche, una
especie de porche previo a la puerta de una cochera, alejado de la
calle principal, pero a mi gustaba esta opción menos que la
anterior, porque primero, el sitio era muy ajustado, segundo porque
era colocarnos justo delante de la puerta de la cochera, a cubierto,
eso si, pero si a alguien le diera por entrar o salir ya hubiéramos
tenido que andar desalojando el “campamento”, y tercero
porque si bien es cierto que estábamos algo alejado de la calle
principal también es cierto que cualquiera podía vernos desde la
parte trasera de las casas que teníamos frente a nosotros, y no
sabíamos si le iba a gustar que nos quedáramos allí....
Al
final, después de barajar las opciones más económicas que teníamos
para pasar la noche que se presentaba de agua, decidimos seguir hacia
delante, y en el primer alojamiento tipo gasthof, gasthaus
o pensión que encontráramos probar suerte, siempre y cuando el
precio fuera más o menos asequible, aunque a esas alturas no íbamos
a andar mirándolo mucho, después de la tarde de tormenta y la
tarde-noche de agua que llevábamos.
Tuvimos
suerte, antes de salir del pueblo, un poquito más hacia delante del
soportal donde nos refugiamos, encontramos una gasthaus, se
trataba creo de una especie de casa-granja rehabilitada con un gran
portal de madera desde el que se accede al patio, alrededor del cual
hay diversas estancias. Eran cerca de las nueve y media de la noche,
y aunque en España, en agosto, esta hora se podría decir que
es casi media tarde, aquí ya es de noche, y para colmo el cielo está
completamente cubierto y llueve, y el personal aquí tiene otros
horarios, otro ritmo de vida, así que al poco escuchamos que se abre
una ventana en la parte superior; una mujer saca la cabeza por una
ventana, con el pijama ya puesto, y suponemos al calor del hogar,
mientras nosotros tenemos encima una manta de agua para dar y
regalar... Montse le pregunta si tiene alguna habitación libre para
quedarnos esta noche y que precio tienen, y ¡bingo!, ¡hay suerte!,
tienen una habitación para tres, con ducha y servicio interior, por
72 euros, con el desayuno incluido, o sea, 24 euros por cabeza, no
está mal, sobre todo viendo que en algunos albergues juveniles nos
pedían 30 euros y en algunos sin desayuno, algo que me parece una
pasada de caro para ser un albergue.
La
mujer baja con su marido para abrirnos la puerta y ayudarnos con el
equipaje, dejando las bicis en el patio pero a cubierto, para después
enseñarnos donde estaba el comedor para el desayuno de mañana, la
pequeña cocina por si queríamos preparar la cena y la habitación,
aunque realmente eran dos habitaciones pegadas, separadas por una
puerta, una habitación doble y otra individual, en ésta última es
donde estaba el cuarto de baño, y la tele.
A
nosotros, después de la tarde que llevábamos, con tantos parones,
tormentas y lluvia, y a esta hora de la noche, aquello nos vino de
lujo, así que comenzamos rápidamente el turno de duchas mientras
íbamos haciendo la cena, en la misma habitación, con el hornillo,
para no perder tiempo bajando a la cocina; después, los tres
juntos, alrededor de la televisión, la primera vez que podíamos
verla desde que comenzamos la ruta, nos dispusimos a cenar mientras
veíamos la película de “Avatar”, aunque claro, en perfecto
alemán... y por fin, a la cama...
De
esta jornada me quedo con el primer tramo, los treinta kilómetros
iniciales por el valle del Wachau, entre la zona donde
acampamos la noche anterior y Krems, con un recorrido bonito y
entretenido, además de los pequeños y coquetos pueblos por los que
se pasa, entre los que sobresale Dürnstein
y Krems,
pero a partir de ésta última ciudad, y exceptuando algunos tramos
cortos, de pocos kilómetros, intermitentes, de bosques frondosos, de
cuento de hadas, el resto del recorrido es aburrido y monótono,
sobre todo hasta llegar a la presa la central eléctrica de
Altenwörth, con largas rectas junto a la ribera del río por
espacios abiertos.
Para
mañana el plan sería levantarnos pronto, recoger todo, bajar a
desayunar, conectarnos a internet desde la habitación (había wifi)
para ver posibles opciones de alojamiento en Viena, y salir
zumbando lo antes posible, llueva, truene o relampaguee, pero si
puede ser, mejor que haga buen tiempo... que ya estamos cansados de
este tiempo más propio de otoño-invierno que no de pleno mes de
agosto, y esperar que para medio día o poco más ya estemos en la
ciudad con el tema del alojamiento resuelto, para disfrutar toda la
tarde y tarde-noche de esta ciudad.
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DUODÉCIMA ETAPA (Austria): L - Viena
Distancia = 54,81 km - Tiempo = 3:20:39 - Media = 16,4 km/h
Domingo, 24 de Agosto de 2014
A
las siete de la mañana nos levantamos, hacemos algo de tiempo
preparando las alforjas y a las ocho directos al pequeño comedor
para desayunar.
Por
la mañana se ven las cosas de otra manera, y después de como
terminó la jornada de ayer, hoy, habiendo descansado a pierna
suelta, secos, y viendo el sol por la ventana, aunque también con
algunas nubes, la moral estaba alta, sabedores también que nuestro
destino final en esta ruta lo teníamos bien cerca.
Desayuno
de campeones, ¡barra libre!, así que tocaba repetir de esto, y de
aquello y de lo otro de más allá, acumulando energía para no tener
que parar y perder más tiempo hasta que diésemos con el alojamiento
definitivo en Viena.
Al
subir de nuevo a la habitación, como había wifi, desde el móvil de
Montse estuvimos viendo posibles hostel para quedarnos, y
anotamos varios, algunos con muy buena pinta y bien de precios,
aunque no incluía el desayuno, pero eso ya nos daba igual.
Imágenes de la puerta de entrada y del patio de la gasthaus donde nos alojamos en Langenschönbichl.
Nos
ponemos en marcha, con buena temperatura y buena luz, atravesando
algún que otro campo de maíz, y llegando pronto a Tulln, a
unos 3,5 km de donde nos quedamos anoche y nuestro teórico destino
en el día de ayer. Aunque no había necesidad de entrar en su
centro, como nos encontrábamos sobrados y acabábamos de empezar,
nos desviamos del carril bici y nos fuimos a dar un paseo por el
centro de esta localidad, que al ser domingo y a una hora más bien
temprana, estaba desierto, a excepción de la iglesia, donde a juzgar
por las bicicletas que había en el parking exclusivo para ellas
junto a la fachada principal, debería haber un buen grupo de
parroquianos, y es que lo que más me gusta de este ruta es la
cultura de la bicicleta, como en este caso, sin ir más lejos, donde
un domingo cualquiera la gente va a misa a las nueve de la mañana
con su bicicleta, como si fuera lo más normal del mundo... en mi
pueblo hay gente que coge el coche hasta para ir a comprar el
periódico al kiosko que tiene a cinco minutos andando... sin
comentarios....
Antes de partir, los dueños de la gasthaus donde nos alojamos nos invitan a poner una chincheta en el mapa para marcar el lugar de procedencia. Como podéis ver, habái un mapa grande sólo de Alemania y otro con el resto de Europa, y ya había además de nosotros, otro españolito que se había quedado también en este lugar...
Terminada
la visita turística sobre dos ruedas a Tulln,
regresamos al carril bici junto al río, aunque situado a algo más
altura que éste, en una especie de talud, supongo para evitar que
las crecidas del río inunden los pueblos.
Pronto
aparecen las largas rectas paralelas al río, y el recorrido se
vuelve monótono e insulso, ideal para dar un paseito en bici pero no
para alguien que tiene afán de conocer y descubrir sitios nuevos,
bonitos, que le llenen, aunque eso sí, todo muy verde, y algo es
algo, sobre todo para los que somos de secano y el color predominante
en nuestra tierra durante gran parte del año es el amarillo
pajizo...
De camino a Viena, en una zona de canales, aparecen algunos veleros que intentan competir con nuestras burras en rapidez...
Como no hay ningún impedimento extra, y estamos exultantes, no tardamos mucho en llegar al extrarradio de Viena, y por el camino mucha gente practicando deporte: correr, patinar, bici de carretera, bici de montaña, y por supuesto, los cicloviajeros como nosotros que hoy llegan a Viena.
Jesús
saca su GPS y le introduce la dirección del hostel que
habíamos decidido fuera la primera opción, así que doce kilómetros
después, pedaleando por el extrarradio, por zonas de parques y
jardines, y por el centro de Viena, llegamos al hostel
en cuestión, con muy buena pinta, pero con un pequeño problema,
sólo tienen una habitación para tres personas, lo ideal para
nosotros, para esta noche, mañana no están seguros si será ocupada
porque tienen una reserva, y tampoco tienen más plazas de otro tipo.
Pedaleando por las calles de Viena, buscando nuestro hostel,,,
Salimos a la puerta, lo hablamos, y decidimos probar suerte en el otro hostel, la segunda opción, que estaba muy cerca, a la vuelta de la esquina, en plena arteria principal, la “Mariahilfter straße”. En éste la recepción estaba a tope, pero sin embargo, no había problemas de alojamiento ni para hoy ni para mañana, pero como para nuestros gustos el otro nos convencía más, decidimos arriesgarnos, todo lo más que podía pasar es que al día siguiente tuviéramos que andar cambiándonos de sitio, pero estaban muy cerca y no íbamos a perder mucho tiempo y con un poco de suerte, igual hasta podíamos quedarnos allí las dos noches.
Formalizamos
la recepción, en un principio sólo para la noche del domingo,
entramos nuestras “burras” por una puerta por debajo de la
entrada normal, y las dejamos en una especie de cochera donde se
encontraban otras muchas bicicletas, además de las taquillas. Esta
cochera daba a un patio pequeño pero bonito, agradable, muy bien
preparado, con mesas y sillas, ideal para cuando hiciera buen tiempo,
y a dicho patio se podía acceder también desde la zona de
recepción, desde el bar-comedor del propio hostel, o desde
una cocina pequeña compartida que estaba a la disposición de todos
los que quisiera hacer uso de ella.
Junto
a recepción, un espacio común para descansar, una estantería con
folletos e información diversa, una pequeña biblioteca, y una zona
donde cada uno deja y coge lo que puede necesitar o lo que ya no va a
usar, una especie de zona de intercambio, libre, donde por ejemplo y
sin ir más lejos, nuestra amiga Montse se encaprichó de un bolso
azul que habían dejado allí, así que lo cogió para ella y a
cambio dejamos la bombona de camping gas con lo que nos había
sobrado (no íbamos a poder llevarla en el avión) y el desastre de
tienda de campaña que llevaba Jesús, que igual si alguien si es un
poco manitas le podría servir para un apaño....
Revisada
la parte baja del hostel, la parte común, y viendo el buen
rollo y ambiente que se respiraba, con una mezcla de personas de
distintas culturas, viajeras y de las que siempre en estos sitios se
puede aprender tanto, subimos hacia la planta donde teníamos
nuestras habitaciones, y junto a la zona donde arrancan las
escaleras, una pequeña sala con tres o cuatro ordenadores con acceso
a internet, algo que nos venía muy bien para poder realizar al día
siguiente el tema del “chek-in” de nuestro vuelo.
El
hostel era el Ruthensteiner, y el precio, 19 euros por día, y
el desayuno que podíamos tomar allí mismo, era aparte, fuera del
precio.
Ya
en la habitación de tres, nos repartimos las camas, duchita, cambio
de ropa y a la calle, donde lo primero que hicimos, ya pasadas las
dos de la tarde, fue comer, antes de comenzar con nuestro
recorrido-pateo turístico.
Desde
el hostel, andando hacia el centro, llevándonos por delante
todo lo que estuviera a nuestro alcance: la Karlsplatz, con la
Karlskirche, considerada la mejor iglesia barroca de Viena;
el Opernring y el teatro de la ópera, donde
había mucho alboroto en sus alrededores, y la razón no era otra que
el rodaje de algunas escenas de la última película de Tom
Cruise, la nueva entrega de “Misión Imposible”; desde
aquí nos adentramos en la antigua Viena, en la zona centro
donde la ciudad conserva su trazado medieval, avanzando por una gran
y amplia calle peatonal repleta de gente, hasta que conseguimos
llegar a la catedral de San Esteban, la Stephansdom,
que tardó varios siglos en levantarse, contando con importantes
obras medievales y renacentistas; desde fuera, entre otras cosas,
destaca el inmenso tapiz que forman los miles y miles de azulejos
colocados sobre su tejado, además de su fachada principal (con la
puerta de los gigantes y las torres de los paganos) y
la gigantesca torre-aguja gótica de 137 metros de altura.
La Karlsplatz considerada la mejor iglesia barroca de Viena.
Fachada del Teatro de la Ópera.
Plaza de la catedral de San Esteban, la Stephansdom, con vista parcial de la falchada principal de ésta.
Visitado el interior de la catedral, lo siguiente, introduciéndonos entre callejones, era llegar a la Viena imperial a través de la Michaelerplatz, guiándonos por la torre afilada de la Michaelerkirche. Desde esta plaza nos adentramos en el grandioso conjunto del Hofburg, donde se encuentran los antiguos aposentos imperiales, varios museos, una capilla, una iglesia, la Biblioteca Nacional Austriaca, la Escuela de Invierno de Equitación y el despacho del presidente de Austria.... ¡ahí es ná!... y es que esta es la zona donde radica todo el poder austriaco desde hace más de seis siglos, y en sus correspondientes edificios se pueden contemplar siete siglos de desarrollo arquitectónico. Nosotros no disponemos de tiempo como para visitar muchos de estos edificios por dentro, así que nos limitamos a dar un paseo por el Hofburg, por sus jardines, contemplando la bella factura de algunos de estos edificios.
Paseando por el Hofburg.
Después llegamos a la zona donde se encuentran el museo Kunsthistorisches (museo de historia del Arte) y su réplica frente a él (museo de historia natural).
Tras
el descanso nos ponemos en marcha, pasamos junto al Burgtheater,
uno de los escenarios más prestigiosos de los países de lengua
alemana, de estilo renacentista italiano, aunque durante la segunda
guerra mundial una bomba lo destruyó y lo que podemos ver hoy en
día es una excelente restauración de una calidad exquisita.
Seguimos
nuestro paseo hasta dar con el el bonito edificio del ayuntamiento,
donde en su plaza había por una lado un festival de cine donde todas
las noches se representaba una grabación de un concierto de artistas
diferentes, y al lado, otro festival o mejor dicho, una feria de
gastronomía y cerveza, así que allí nos dirigimos para reponer
fuerzas, aunque la comida era muy exótica, y para informarnos un
poco de la gastronomía que se veía, nada mejor que nuestra
compañera Montse, que en su periplo de nueve meses por Asia
ya le dio tiempo de ver, y probar muchas cosas “raras”...
Cada uno pedimos un plato diferente con el fin de poder probar todos
de todo, aunque había un nexo común en los tres platos, el picante,
no sé si chile, pero las bocas acabaron ardiendo y no había cerveza
suficiente para apagar ese fuego...
El Ayuntamiento de Viena.
Como aún era temprano para la representación del festival de cine, con entrada gratuita, seguimos dando un paseo por los alrededores, después de tomar un café y helado en el mismo recinto ferial.
Al
caer la noche, regresamos a la plaza. Frente a la fachada del
ayuntamiento se disponían las gradas formando un semicírculo, así
que tomamos asiento y esperamos el comienzo. Esta noche tocaba el
turno a la grabación en directo de un concierto de Goran
Bregović, y claro, igual a mis compañeros no les sonaba de
nada, pero a mi memoria rápidamente saltaron los recuerdos de dos
años atrás, y del festival de música de Guča,
en Serbia, al que asistí con Iñaqui, mi compañero de ruta
ese año, cuando nos desplazamos en bus desde Belgrado hasta
la aldea de Guča,
para asistir al último fin de semana de este festival, donde Goran
Bregović, entre otros, es un mito viviente, aunque a nivel
occidental es más conocido por poner música a algunas de las bandas
sonoras de las películas de Emir Kusturica, mezclando en sus
composiciones el folclore tradicional, el rock, la música búlgara y
otros estilos musicales.
Al
terminar el espectáculo, regresamos andando al hostel, y con
una temperatura más bien fresca, donde se agradecía muy y mucho
llevar manga larga.
Caímos
completamente rendidos en la cama, después de los cincuenta
kilómetros en bici y de llevar desde las dos de la tarde paseando
por Viena...
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Lunes, 25 de Agosto de 2014
Logística y turismo por Viena.
Logística y turismo por Viena.
La
primera de las cosas a hacer esta mañana era buscar una caja de
cartón para poder embalar la bici y transportarla en el avión, así
que preguntamos por tiendas de bici en la recepción del hostel,
y nos recomendaron una que estaba a prácticamente 500 metros de
allí, en plena calle “Mariahilfter straße”,
aunque era más bien una gran tienda de deportes (“Sport Direct”,
creo que se llamaba) donde entre otras muchas cosas, también se
vendían bicis, así que allí nos dirigimos tras desayunar en el
patio del hostel, y ¡bingo!, nos dieron cajas de cartón de
bicis para los tres, así que otra vez de vuelta para doblarlas, con
del fin de que ocuparan menos espacio, y colocarlas junto a nuestras
burras, en la cochera destinada a parking de bicicletas.
Lo
siguiente era buscar la estación de tren o metro desde donde salía
el que debería llevarnos al día siguiente al aeropuerto, y la
verdad es que para llegar a ella tuvimos que dar un buen paseo, no
recuerdo bien, pero igual dos horas, pero preferíamos ir a pie,
viendo lo que pudiéramos de paso, y sobre todo, memorizando el
recorrido para mañana ir montados con nuestras bicis del tirón,
evitando así tener que buscar taxi o cualquier otro tipo de medio
para llevar las burras, con las alforjas y la caja de cartón
plegada. Durante este recorrido, también aprovechamos para entrar en
alguna que otra tienda de material deportivo, para echar un vistazo.
En
la estación, Montse se encarga de recopilar la información, y así,
el primer tren salía a las 6:45, y llegaba al aeropuerto a las 7:30,
con lo que teóricamente tendríamos bastante margen para proceder
allí a embalar la bici, y facturarla, si es que era necesario (en
esta ocasión sí que nos toco pagar por ella, no funcionó el truco
de intentar levantarla como en el viaje de ida, y por tanto, 50 euros
más por exceso de equipaje, da igual que te hubieras pasado en un
kilo o en quince), pero esto significaba que tendríamos que
madrugar, levantarnos sobre las cinco de la mañana, para montar las
alforjas y sobre todo colocar la caja de cartón plegada lo mejor
posible para que no se moviera y ocupara poco a lo ancho, porque el
problema no era el peso sino el volumen que tenía, incluso plegada
la caja, para después movernos en bici hasta la estación.
En
el caso de no llegar a tiempo para coger este primer tren, tendríamos
una segunda oportunidad con otro que salía más tarde, pero íbamos
a andar mucho más cortos de tiempo para proceder con el embalaje y
la facturación.
Solucionado
el tema de las cajas y de los horarios de trenes hacia el aeropuerto,
sabiendo además que se podía llevar la bici tal cual en el tren,
sin necesidad de embalarla, ya solo nos quedaba realizar el “chek-in”
del viaje de regreso por internet, algo que teníamos pensado
realizar en el hostel, desde los ordenadores que tenían allí,
pero antes, tocaba reponer fuerzas, así que compramos unas cervezas
y unas pisas y nos fuimos a tumbarnos al césped de un parque allí
cercano, al sol, y la verdad es que se estaba de lujo.
Queríamos
dedicar la tarde para ver el palacio Schönbrunn y sus
jardines, pero para llegar a ellos teníamos que pasar cerca del
hostel donde nos alojábamos, así que aprovecharíamos para
realizar primero el tema del “chek-in”, desde los ordenadores con acceso a internet que
tenían allí, sin problemas de ningún tipo, es más, desde
recepción muy amablemente nos imprimieron la tarjeta de embarque, pero antes de esto, y de camino, pasamos, paramos y descansamos en el Barrio de los museos (MuseumsQuartier), un enorme espacio en lo que otrora fueran las antiguas caballerizas del palacio imperial (en pleno centro), con más de 60.000 metros cuadrados dedicados al arte y a la cultura, una zona con mucho ambiente, mucha animación, muy ecléctico, y con tiendas, bares y cafés de diseño. Un espacio que acoge cualquier manifestaciń artística y donde se mezclan los edificios barrocos con otros edificios-museos más modernos.
Desde el hostel, y ya con todos los deberes hechos para mañana, nos toca dar otro paseo, éste mucho más corto, para llegar a Schönbrunn,
dar un paseo por sus jardines y subir a la colina sonde se encuentra
la “Glorieta”, y allí sentados, ver las magníficas
panorámicas de Viena y por supuesto, ver caer la tarde sobre
esta ciudad, justo cuando comienzan a encenderse las luces de las
calles y de los coches...
Vistas de la parte trasera del palacio de Schönbrunn, desde la colina, con una vista parcial en la foto, de Viena al fondo.
Al regresar, paramos a cenar en un supuesto “italiano”, aunque de italiano sólo tenía el nombre en el cartel de la entrada, porque era un local supercutre y en cuanto a la calidad de la comida, decir simplemente que muy ramplona y mediocre... mala elección hicimos, y la verdad es que es lo único negativo de nuestra estancia en Viena, así que la despedida no fue precisamente por todo lo alto...
A
la cama nos iríamos sobre las 23:30, después de recoger y preparar
las alforjas, que al día siguiente había que madrugar, porque
habíamos quedado en levantarnos a las cinco para tener margen ante
cualquier imprevisto.
En
el viaje de regreso, el avión hacía escala en Zurich, y allí
tendríamos que coger otro avión, aunque en esta ocasión y debido a
la diferencia de tiempo con que compramos los billetes de ida y
vuelta, Jesús y Montse saldrían primero en uno y después yo iría
en otro por separado, con casi tres horas de diferencia, aunque Jesús
me tendría que esperar en el aeropuerto de Madrid, ya que
habíamos ido juntos en su coche, el cual habíamos dejado en el
parking, mientras que a Montse vendría su hermana a recogerla.
En
el viaje de regreso, a diferencia del del ida, hubo algunos problemas
con el transporte de las bicis. En mi caso, al abrir la caja con un
cutter para inspeccionarla, hicieron una raja de centímetro y medio
en el sillín, y en el caso de Jesús y Montse, no recuerdo si
sufrieron algún desperfecto o si les desaparecieron cosas que
llevaban dentro de la caja donde iba la bici, lo que si se es que una
vez que llegaron al aeropuerto no tuvieron mucho margen para el
aburrimiento, porque estuvieron de papeleos tramitando las
reclamaciones oportunas...
Una
vez recogida la caja que transportaba la bici de la cinta, la abrí,
la monté, le puse las alforjas, y me fui buscando la salida, donde
ya me estaba esperando Jesús, y una vez montadas las dos 'burras'
en el coche, de vuelta a casa, para terminar estas dos semanitas de
vacaciones, y a saber cuando podré volver a disfrutar de otro
período de tiempo similar...
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