A las 7:30, Ángel
comienza a llamar a las puertas para que comenzáramos a ponernos en
marcha, así que a las ocho de la mañana ya estábamos todos fuera
del hostal con el macuto en los coches y dispuestos a encontrar un
bar en el pueblo donde poder desayunar. Encontrar lo encontramos,
pero el precio del desayuno fue más bien caro, así que un poco
cabreados por el “atraco” que nos habían metido, nos
dispusimos a tomar el camino por el que nos sacaría el pueblo sin
tener que seguir todo este primer tramo por carretera hasta la
piscifactoría.
Fue Javier quien la tarde
anterior estuvo averiguando por donde teníamos que salir, aunque yo
no tenía muy claro que hubiera un camino paralelo a la carretera que
nos pudiera llevar desde el pueblo a la piscifactoría, pero según
Javier, debería haberlo por los mapas que había consultado, pero la
realidad fue que de los casi cuatro kilómetros de este trayecto, la
mitad inicial fue por camino frondoso, hasta llegar al río, pero al
final acabamos saliendo a la carretera, andando por asfalto el resto,
hasta llegar a la altura de la antigua y abandonada piscifactoría,
momento en el cual giramos a la izquierda, para bajar hasta ella, y
en sus traseras, cruzamos el río Viejas, aunque a diferencia
de ayer, no tuvimos que descalzarnos, si bien es cierto que también
llevaba caudal, pero usamos algunas piedras y troncos y pudimos
cruzar a la otra orilla.
[Una selección de fotos de esta ruta, con más resolución, pueden verse AQUÍ]
Imágenes del camino frondoso que tomamos al abandonar Castañar de Ibor.
Tras la curva que hace la carretera, y dejando atrás y a la derecha el farallón rocoso junto a ella, se abre el valle del río Viejas, a la izquierda, en la dirección que indica la flecha amarilla.
A partir de aquí,
siempre con el río Viejas a nuestra derecha, y por camino en
perfecto estado, vamos remontando el valle, en tramos llanos o con
ligera subida, disfrutando en un principio del entorno, de las
sierras que estrechan el valle, coronadas por farallones rocosos que
le dan cierta enjundia al valle que vamos recorriendo, y que en su
parte baja, en las riberas del río, se encuentra salpicado de
huertas con pequeñas plantaciones de árboles frutales que en esta
época se encuentran en flor, exceptuando los cerezos, que andaban
más bien retrasados en su período de floración, porque o bien no
están todavía florecidos, o si lo estaban lo que tenían era una
floración incipiente, en contraposición con el valle del Jerte
donde según decían la floración del cerezo para este fin de semana
se preveía en un 70%.
Remontando el valle del río Viejas, con pequeños campos de árboles frutales en sus riberas.
No había pérdida, el
valle es una larga línea recta en ligera subida que en la parte
final, en los últimos cuatro o cinco kilómetros se hace más
pronunciada.
A media mañana había
que parar a comer, así que cuando viéramos un sitio que nos gustara
ahí nos apalancaríamos para el almuerzo, aunque hoy, después de la
lección de ayer, éste sería mucho más ligerito, porque aún nos
quedaba más de la mitad del recorrido previsto.
El sitio donde paramos a
comer, fue muy acertado, al igual que ayer; a la sombra de un enorme eucalipto, junto a una pequeña casa
de campo, a la vera del camino, en una curva que hace éste, por
donde cruza perpendicularmente un arroyo que baja una cuesta
pronunciada y cuyas aguas van a morir al río Viejas, algo más
abajo. Del cauce de este arroyo sale una goma que cuelga de unas
parras y deja caer un chorro de agua fresca en una panera. Los
alrededores del arroyo y las trasera de la pequeña casa están
rodeados de cerezos con una floración tardía este año, y apenas
unas pocas flores pequeñas se dejan ver, y es una lástima, por el
paisaje podía ser de postal, aunque la verdad, a nosotros nos hace
falta bien poquito para formar un tinglao, así que
rápidamente cogemos un carrillo de mano que tenían allí, y lo
convertimos en una mesa, y con unos troncos cortados y unas piedras,
improvisamos los asientos, a la sombra y con el ronroneo del agua
fresca del arroyo que se precipita hacia el río. Sin duda uno de los
mejores momentos del día, y si lo regamos con unos caldos, o sea,
con unos vinitos, pues mejor aún, pero llega un momento en que
aquello más que una comida parece una cata de vinos... aunque en
esta ocasión no podíamos entretenernos tanto, aún quedaba mucho y
estábamos viendo que nos iba a tocar seguir caminando en las peores
horas del día para estos menesteres, sobre todo por las altas
temperaturas en esta época del año, algo que no era muy normal.
La parada para el almuerzo...
Poco después después de
iniciar de nuevo la marcha, tocó cruzar el río, antes de lo que me
esperaba, para seguir por el otro margen, y algunos aprovechan para
refrescar los pies metiéndolos en remojo. Es a partir de aquí donde
comienza el tramo más insulso, puesto que dejamos el camino y
continuamos por pista asfaltada en subida, dejando el río a nuestra
izquierda y abajo, mientras nosotros seguimos subiendo 1,5 km
aproximadamente, hasta que abandonamos la carretera al girar a la
izquierda, y después de unos metros en bajada enlazamos con un
camino-pista amplio, con poca sombra, que no tiene “ni chicha ni
limoná”, que a estas alturas del día y con los kilómetros
que llevamos en las piernas se nos hacen bastante pesados a todos, y
aunque Javier y Antonio buscaron una alternativa junto al río, no
tardaron tampoco mucho tiempo en acabar saliendo al mismo sitio, ya
que los caminos se cortaban entre una y otra finca y había que andar
pequeños tramos campo a través para enlazar unos con otros, puesto
que el acceso principal a ellas era por el carril por el que íbamos,
desde donde salían a la izquierda los diferentes accesos.
En la segunda, de las tres veces que cruzamos el río Viejas, algunos aprovechan para meter los pies en remojo...
Este tramo aburrido e
insípido, de andar por andar, con el extra del calor, y a un ahora
que nos es la mejor para caminar, termina en la zona donde enlazamos
con la Ruta de Alfonso Onceno, en la senda que viene
desde Navezuelas, donde por fin abandonamos este tramo que se
nos ha hecho muy pesado, para dirigirnos por senda hacia el río
Viejas, pcruzándolo y continuando por zona de robledales hasta
la casa-refugio, donde hicimos una pequeña parada a la sombra, para
esperar a Javier y Antonio, al tiempo que rellenamos nuestros botes
con el agua fresca y transparente que corre río abajo en un paisaje
que siempre me ha parecido bucólico, de cuento de hadas, aunque
tengo que confesar que después de haber estado en varias ocasiones
en invierno por aquí, en comparación con ésta época más seca,
pierde un poco de magia; estaba acostumbrado a ver agua por doquier,
humedad por todos lados, con un musgo mucho más verde y frondoso,
con hongos como la “tremela mesentérica”, y una explosión
de colores que ahora aparecen algo desdibujados, con sendas y caminos
empedrados convertidos en improvisados arroyos frente a la sequedad y
hasta polvo que nos encontraríamos hoy, pero sin embargo, este tramo
ya de sobra conocido por nosotros hasta llegar a Guadalupe
(unos 9 kilómetros, dos de subida por sendero y otros siete de
bajada hasta el pueblo, desde la carretera que sube al pico
Villuercas) resultan un alivio, al menos mentalmente; es
mucho más entretenido, distintos tipos de tramos y diferentes vistas
panorámicas, frente al tramo recto, insulso y monotemático, donde
tan sólo teníamos puesta la vista al fondo, deseando llegar al
bosque de robles donde sabíamos que enlazaríamos con la otra ruta,
aunque en ésta época, los robles aún no están vestidos con su
manto verde, algo que haría que camináramos por ese bosque bajo la
sombra de sus copas que en días como hoy se agradecería y mucho.
Granada en el tramo de sendero entre el último paso del río Viejas y la antigua carretera que sube al pico Villuercas.
Mientas hicimos la
pequeña parada en la casa-refugio, Ángel y algunos más del grupo
tiraron para delante. La razón de ello es que María Eugenia se
había dejado las llaves de su coche en el de Ángel, con lo que los
planes de llegar a Guadalupe y coger su coche junto con los
otros dos compañeros, para que estos trajeran sus respectivos carros
desde Castañar de Ibor y nos recogieran, se habían truncado,
ahora había dos opciones, o ponerse a hacer autostop a la altura de
la ermita del Humilladero, en lugar de bajar hasta
Guadalupe (para no perder más tiempo), o bajar y pagar un
taxi entre todos para que fueran a recoger los coches.
Cuando apenas nos
quedaban un par de kilómetros para llegar a la ermita del
Humilladero, Ángel nos llama por teléfono, y hay un cambio
de planes, y es que es un fenómeno para el tema de la logística.
Nos llama para decirnos que nos demos prisa, sobre todo el que tenía
que aligerar era el compañero Antonio, porque lo estaba esperando,
porque no sé que royo se había inventado, qué película le había
contado a su compañía de seguros, pero lo cierto es que sta le
había puesto un taxi, y había quedado en que lo recogieran a él y
a Antonio a la altura de la ermita, que está en la carretera que va
hacia Navalmoral.
Llegamos con un poco de
prisa hasta la zona de la ermita, junto a la carretera donde nos
estaba esperando Ángel, deseosos de que nos contara la película que
le había contado al seguro, aunque el decía que lo único que les
había dicho era la verdad... daba igual, el caso es que a los pocos
minutos apareció el taxi para llevarlos a Castañar de Ibor
para que recogieran los coches, mientras nosotros los esperaríamos
en Guadalupe tomando unas cervezas, aunque no tuvimos mucho
que esperar, todo fue más rápido de lo previsto, y por suerte, se
acabaron arreglando las cosas sin trastocar mucho los planes
previstos, sobre todo en cuanto al tiempo de espera.
Al final creo que realizamos poco más de 32 kilómetros, en una jornada laaaaargaaaaaaaaaaaaa...
Vistas de Guadalupe, difuminada por una especie de calima, en el tramo de sendero que baja hasta la ermita del Humilladero.
Ahora todos juntos, en el
patio del bar-restaurante que solemos frecuentar cuando venimos a
Guadalupe, nos dimos un buen festín, en un ambiente relajado,
distendido, entre amigos y compañeros, planificando nuevas rutas....
¿el Caminito del Rey,
en el Desfiladero de los Gaitanes y después una
vueltecita por el Torcal de Antequera?, estaría bien
poder realizarlo entero ahora que está restaurado y recién abierto,
después de haber realizado un pequeño tramo la primera vez que
estuve por allí ya hace casi 20 años, con la compañía de mi amigo
Nando... ¡aaahhhh, que tiempos aquellos!....
Foto de grupo con la fachada principal del Monasterio de Guadalupe de fondo.
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