No teníamos que madrugar mucho porque el inicio de la ruta se encuentra muy cerca de Cervera de Pisuerga (nos alojábamos en una casa rural en una de sus pedanías), concretamente en la carretera que va de Cervera a Guardo, a un par de kilómetros de Dehesa de Montejo a cuyo término municipal pertenece toda la zona del Valle de Tosande, sus bosques y la Sierra de la Peña.
Habíamos dejado esta ruta para el tercer día, martes de Semana Santa, porque las previsiones en cuanto al tiempo eran que éste iba a cambiar considerablemente, trayendo agua, nieve, viento y frío, así que teníamos que aprovechar una “pequeña ventana” de tiempo estable a primera hora de la mañana para realizar este recorrido, el cual habíamos elegido precisamente por estas circunstancias climáticas, aprovechando que estaba cerca de donde nos alojábamos, con lo cual no teníamos que perder tiempo en largos desplazamientos y porque al tener un recorrido corto nos daría tiempo de sobra para realizarlo antes de que empeoran las condiciones climatológicas.
La ruta comienza en el parking creado para los que realizan esta ruta, junto a la carretera y debidamente señalizado. En el propio parking ya nos encontramos los primeros paneles informativos, no solo de la ruta sino también del pequeño jardín botánico aledaño al parking, con una gran variedad de plantas, árboles y flora de todo lo que podemos encontrarnos durante este bonito, sencillo y entretenido recorrido.
Desde el parking, a modo de balcón-mirador natural, se puede ver gran parte del recorrido a realizar, así que sin más nos ponemos en marcha, en una mañana fría y aunque durante lo noche había estado nevando, en los núcleos urbanos no llegó a cuajar pero si que se apreciaba más nieve en las cimas de las montañas que cuando llegamos el sábado.
Iniciamos el recorrido saliendo del parking y del jardín botánico por una pista insulsa en claro descenso, disfrutando de los tenues rayos de sol, así que teníamos que aprovechar lo mejor posible esa “ventana de relativo buen tiempo” que íbamos a tener hasta el medio día, aproximadamente.
Pasamos bajo el puente de una vía férrea y acto seguido cruzamos una cancela por el paso habilitado para senderistas, sin necesidad de abrir y cerrar cancelas. En este corto trayecto, quizás el más insulso de esta bonita e interesante ruta, ya nos encontramos con el muérdago (Viscum album) parasitando algunos árboles y esto es precisamente algo de lo que veníamos hablando, porque durante nuestra estancia en esta zona del P.N. de la Montaña Palentina hemos encontrado muchos árboles con el célebre muérdago.
Llegamos a una pradera donde pastan muy gustosamente las vacas y dejamos a un lado los restos de una escombrera de una antigua mina abandonada, para en seguida meternos en el meollo de la ruta, meternos por una estrecha senda que se adentra en un bosque de robles desnudos, aunque el bonito tramo resulta muy corto, desembocando en otra praderita donde también vemos las vacas que pacen sin inmutarse a nuestro paso, al igual que los mastines que las protegen,,, debe ser que están acostumbradas al ajetreo de los senderistas.
Esta verde pradera es la antesala al estrechamiento en la roca caliza, a la brecha por la que se abre paso el arroyo de Tosande que da nombre a este valle.
La senda pedregosa transita tortuosa por un estrechamiento entre paredes rocosas, en un breve pero entretenido tramo, hasta que tras cruzar una nueva cancela la senda se transforma en camino amplio y cómodo, saliendo del pequeño tramo de garganta para continuar tranquilamente por el camino, en ligera pero cómoda subida, en medio de un desnudo robledal, disfrutando del camino, sobre todo mi tocayo Manolo y yo, que nos vamos rezagando porque vamos muy entretenidos pendiente de la variada pequeña flora que asoma por los lados del camino, a los pies del bosque, intentando averiguar con la app del móvil de cuál podía tratarse en los casos de duda… pero apenas teníamos cobertura, ni falta que hacía, así que unas fotos y después en casa ya se intentaría averiguar.
Como he comentado, un camino cómodo y entretenido y supongo que cuando el bosque de robles esté cubierto de su manto verde será también muy agradable de transitar por él. Un recorrido ideal incluso para ir en familia con niños, para que estos puedan disfrutar de la naturaleza y les vaya picando el gusanillo.
Dejamos a la izquierda del camino un pequeño puente de madera que salva las aguas del arroyo. Por este puente tendremos que pasar a la vuelta para completar la parte circular del recorrido y aunque éste podría realizarse en los dos sentidos, lo aconsejable o lo que se intenta, a juzgar por las indicaciones, es que se haga en un solo sentido, supongo para evitar mayor riesgo de erosión o pisoteo de las raíces más superficiales de los tejos.
Continuamos hasta llegar a una pradera, una especie de altiplano en una zona muy abierta, en un claro en el bosque donde al fondo se tienen unas vastas vistas de las montañas, mientras que a nuestra izquierda, por donde tenemos que continuar, se encuentra la Peña Horacada de 1.818 m. (aunque también podemos verla escrita en otros sitios como: Peña Horadada o Peña Oracada), dentro de la Sierra de la Peña y en cuya ladera norte, que es la que vemos, está cubierta por otro bosque, en este caso se trata de un majestuoso hayedo, en cuyo interior guarda un tesoro que es el que andamos buscando… “La Tejeda de Tosande” (comprendida entre los 1.300 y los 1.500 m de altura).
Este tesoro, a modo de pequeño bosque de tejos, si es que se le puede llamar así, constituye una de las mayores concentraciones de este árbol singular, la más extensa y mejor conservada de Europa, con casi 750 ejemplares inventariados (algunos con más de 145 cm de diámetro y alturas superiores a los 15 metros, con edades cercanas a los mil años), camuflados en el interior del gran bosque de hayas, pero en la época en la que el hayedo deja caer su manto otoñal, quedando completamente desnudo, quedan al descubierto y es fácil verlos desde la zona abierta en la que desemboca el camino, mirando hacia al hayedo y viendo como dentro de él aparecen manchas verdes diseminadas, cual tapiz de colores grises de los troncos y ramas de las hayas y ocres de la hojarasca que cubre el suelo, salpicado de pinceladas verdes aquí y allá, ya que a diferencia de robles y hayas, el tejo no es de hoja caduca.
“El tejo (Taxus baccata) es una conífera autóctona española que, aunque esta presente en la mayor parte de las montañas de la Península Ibérica y en la isla de Mallorca, actualmente resulta muy escasa. Es más fácil de encontrar en la Cordillera Cantábrica, principalmente en los macizos calizos y en la orientaciones umbrías, normalmente entre los 500 y los 1.500 metros de altitud, y por lo general los que se ven son ejemplares aislados o dispersos, sin llegar a formar grupos.
Además de interés natural, el tejo es una especie que tuvo una consideración muy particular desde la antigüedad, debido probablemente a su longevidad y su toxicidad. Junto con el olivo, el tejo es uno de los árboles más longevos de Europa, conociéndose ejemplares que sobrepasan los 2.000 años, así que en cierta manera el tejo era «el árbol de la vida». Pero el tejo también era «el árbol de la muerte», puesto que tanto sus semillas como sus hojas, sus ramas y sus raíces son muy tóxicas, debido a un alcaloide llamado -taxina-. Los historiadores romanos relataron que los cántabros y también algunos pueblos de la Galia utilizaban el veneno de tejo para quitarse la vida cuando se sentían demasiado viejos para luchar, o bien antes de rendirse a sus enemigos, como sucedió durante las Guerras Cántabras en el Monte Medulio, de ubicación todavía discutida.
El tejo fue también muy apreciado por la calidad de su madera, lo que contribuyó en gran medida a la regresión de la especie, por eso hoy en día tiene la consideración de especie protegida, debido a su escasez en los montes españoles” [Fuente: texto extraído de los diferentes paneles informativos que podemos encontrarnos durante el recorrido].
Nos adentramos en el hayedo, donde de nuevo un panel informativo nos habla acerca de los bosques por los que vamos a transitar.
Al principio nos adentramos entre árboles de troncos finos y altos, enormes, con el suelo completamente cubierto de hojarasca, pero pronto la hojarasca queda bajo un ligero, fino y crujiente manto de nieve de apenas un par de centímetros de espesor sobre el que vamos dejando nuestra impronta, nuestra huella.
Sin lugar a duda, esta parte de la ruta, el tramo circular, es el más atractivo del recorrido, pero también requiere un pequeño esfuerzo físico, porque nada más adentrarnos en el hayedo comienza la mayor subida del recorrido, por senda amplia y escalonada, pero resulta una auténtica gozada caminar y ascender por ella, en medio de este bosque enmarañado de árboles espigados y enjutos, en los que bajo sus pies se extiende un leve manto blanco de la nieve caída esta noche pasada, regalándonos una estampa más propia de época invernal que de la recién estrenada primavera.
Llega un momento en que giramos hacia la izquierda, para continuar por la falda de la montaña, dejando atrás la parte de subida con más desnivel, al tiempo que la senda algo más amplia deja paso a otra estrecha de las que obligan a ir en fila india.
No tardamos mucho en avistar los primeros tejos, de buen porte, junto a al senda, aunque más adelante habrá otros que sin exagerar, resultan simple y llanamente espectaculares.
Justo en el punto donde comenzamos a ver los primeros tejos, que resaltan claramente por sus copas verdes entre el gris del desnudo hayedo (en otra época, cuando las hayas estén en todo su esplendor pasarán más desapercibidos, aunque el recorrido en general, por este bosque, debe ser también impresionante imaginando el juego de luces y sombras en el intento de los rayos de sol de internarse en el intrincando follaje, en fin, ¿quién sabe?, igual hay ocasión en el futuro de poder visitarlo en otra época), es donde se nos unen dos nuevos amigos que nos acompañarán en todo lo que resta de recorrido circular… son dos mastines, algo famélicos, que hacen buenas migas con nosotros.
En alguno de los paneles informativos leímos que podíamos encontrarnos con ellos y que procuráramos no darles comida y que estaban para guardar el ganado que se encuentra en los prados, aunque estos dos que nos encontramos estaban a mucha más altura y alejados de los prados y del ganado, así que igual estaban aquí como guardianes del bosque o como nuestros protectores particulares.
Durante el recorrido por la senda vamos disfrutando del bosque y de los tejos que van apareciendo a lo largo de ella, a los lados, cada vez con más frecuencia, hasta llegar a la zona de mayor concentración y donde se encuentran los ejemplares más longevos, a juzgar por sus enormes y retorcidos troncos, puro espectáculo.
Es aquí donde han colocado, por encima de la senda, una especie de pasarela de madera, para evitar que las ramas más superficiales de los tejos sean pisoteadas por el continuo ajetreo de senderistas, evitando la erosión del terreno, así como el estrés e impacto sobre la propia tejeda.
Por supuesto que en este lugar tocó hacer algunas fotos, antes de continuar el recorrido por la pasarela de madera completamente cubierta de blanco en este día, para después seguir de nuevo por senda, inmersos en este mágico y espectacular bosque, hasta llegar al mirador de Tosande.
En el recorrido por la senda que transita entre tejos, también tuvimos la oportunidad de contemplar, al igual que el primer día en el intento de subida a Peña Prieta, de Narcissus asturiensis sobresaliendo entre una fina capa de nieve.
Un bonito mirador, a modo de balcón, donde se puede ver al fondo las montañas orientales de este Parque Natural y más cercana y mirando hacia abajo, toda la subida que realizamos al principio, por el cómodo camino en suave ascenso y paralelo al arroyo de Tosande hasta llegar al hayedo y por supuesto, es claramente visible, con su cima sobresaliendo entre las montañas y el bosque que tenemos más próximo, uno de los colosos de la Montaña Palentina, el Curavacas (2.524 m.).
Aprovechamos el sitio para hacer una breve parada y tomar un pequeño piscolabis con la compañía de nuestros dos nuevos amigos, disfrutando de las vistas.
Nos ponemos en marcha de nuevo y a partir de aquí todo es ya en bajada, exceptuando el último tramo de poco más de un kilómetro de pista, algo más aburrida, hasta llegar al parking.
El mirador bien pareciera que hace de frontera, de punto de inflexión; atrás dejamos el hayedo cuyo interior atesora la tejeda, mientras que a partir de él toca introducirnos en un bosque de robles en claro y pronunciado descenso, el cual se hace más llevadero al marcar el trazado de la senda claros zig-zags.
Al ir perdiendo altura, entre el robledal aparecen también los típicos acebos con sus hojas color verde intenso en la parte exterior y sus característicos bordes dentados, picudos o espinosos (a modo de defensa para que no sean devoradas por animales), sobre todo en los ejemplares jóvenes o en las ramas bajas de los árboles adultos (en las ramas altas de estos suelen ser más ovaladas, sin los bordes de sierra que pinchan).
El pequeño uente de madera que pone fin a la ruta circular.
Javier despidiéndose de su fiel "amigo" a lo largo del recorrido circular por el hayedo y la tejeda.
Llegamos al pequeño puente de maderada sobre el arroyo, el mismo que habíamos visto al principio en la subida y que marca el fin del recorrido circular.
A partir de aquí el recorrido es el mismo que iniciamos a primera hora, aunque al llegar a la parte de la garganta, al estrechamiento, comenzó a caernos agua-nieve y el viento se hizo más fuerte y gélido, en definitiva, que la mañana al llegar al parking, en torno a la una del mediodía, se volvió desapacible.
Como aún era relativamente temprano, dedicamos hora y media, aproximadamente, antes de irnos a casa a comer, para una pequeña visita cultural, para ver un par de iglesias que quedaban cerca de allí, pero algo más “a contra mano” del resto de recorridos por el “románico palentino” que había diseñado para ocasiones anteriores que estuve por esta zona, unos años antes.
Concretamente, continuando la carretera a Guardo, vimos la Iglesia de la Transfiguración, en Transpeña de la Peña y tenía mérito, porque no era el mejor momento para bajarse del coche y contemplar su magnífica portada (declarada Bien de Interés Cultural en el año 1993), con el viento gélido que soplaba y el agua nieve cayendo… pero había que aprovechar el tiempo al máximo… después tocó la visita a la iglesia de la Asunción, situada a las afueras de Pisón de Castrejón, antes de llegar a esta localidad.
Es cierto que estas dos iglesias no son románicas, sino posteriores, aunque quizás tengan un origen románico, pero hay que visitarlas para admirar sobre todo y por encima de todo, sus portentosos frisos en sus portadas con el típico apostolado, tardogótico, algo que parecería inverosímil, sino fuera por la gran influencia y peso que tiene en esta zona el románico y más concretamente otros frisos como los de Carrión de los Condes o Moarves de Ojeda, entre otros.
Dejaré un análisis más detallado de estas iglesias en alguna que otra entrada que espero poder escribir algún día en torno al “Románico de la Montaña Palentina”.
Aunque la ruta no tiene ninguna pérdida y está señalizada, para el que quiera consultar el track de referencia que seguimos, lo puede hacer AQUÍ.
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