Las andanzas de un lobo estepario extremeño.

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"Viajar en bici es hacer más grande el Mundo. Es aprender lo esencial de la vida. Es vivir el presente sobre todas las cosas. El placer del cicloturismo está mucho más en el camino que en el destino, son los medios los que justifican el fin. Durante días, semanas o meses, no necesitas más que lo que llevas a cuestas
" (del artículo: "Con la casa a cuestas", revista: Bike Rutas, Nº 4, 1999)

9 oct 2021

Senderismo por los Arribes del Duero: Ruta Circular por los Miradores de Aldeadávila de la Ribera (Salamanca).

Este año hemos aprovechado los cuatro días del puente de la Hispanidad para pasarlos en la zona salmantina de los Arribes del Duero. Ha sido al cuarto intento cuando por fin pudo ser, ya que por temas relacionados con la pandemia tuvimos que suspender este viaje hasta en tres ocasiones durante casi el último año y  medio.

A lo largo de los casi 100 kilómetros de cañones o arribes que constituyen el tramo internacional del río Duero a su paso por Zamora y Salamanca se configura un paisaje singular. La acción erosiva de las aguas sobre el sustrato granítico ha determinado un profundo encajonamiento de los valles y modelado laderas escarpadas que, en algunos casos, se convierten en paredes casi verticales con un desnivel entre el fondo del valle y la penillanura de hasta 400 metros”.

Nuestro centro de operaciones estaba situado en el pequeño pueblo de La Zarza de Pumareda, situado estratégicamente para las rutas que queríamos realizar, sin tener que hacer grandes desplazamientos y es que aunque hay mucha oferta por toda la zona de los arribes en cuanto a casas rurales, el problema es que para este puente estaba prácticamente todo cogido y lo que quedaba tenía precios muy altos, pero al final conseguimos dar con una casa rural que la gestiona el propio Ayuntamiento de esta localidad y fue todo un acierto.

El grupo, formado en esta ocasión por diez miembros, fue llegando escalonadamente durante la tarde-noche del viernes. El sábado, tras el desayuno en la propia casa rural y sin demasiadas prisas porque teníamos todo el día por delante, nos desplazamos hacia Aldeadávila de la Ribera, el pueblo que podríamos decir que es el centro neurálgico de esta zona de los arribes salmantinos, situado a escasos 7 km.

Dejamos los coches cerca del “monumento al cabrero” de Aldeadávila y nos adentramos en una mañana fresca por sus bonitas callejuelas y su arquitectura tradicional, llegando pronto a la plaza donde se asienta la iglesia del Salvador, donde ya vemos por primera vez carteles indicadores de la ruta que queremos realizar, o más exactamente la dirección de algunos de los miradores de los arribes...

En el inicio de la ruta, en las calles de Aldeadávila de la Ribera.

Salimos del pueblo a la altura  de la ermita de la Santa, por el camino de Rupitín, primero por camino con asfalto descarnado que más tarde se convertirá en camino amplio y pista de tierra con buena huella, prácticamente llano, rodeados de huertos, algunos árboles frutales, tierras de labor y pequeños olivares... siguiendo siempre las indicaciones a los miradores de Rupurupay, Rupitín y Lastrón, más adelante en uno de los desvíos, dejamos a la derecha el camino que sigue en dirección al mirador de Rupurupay para continuar  siguiendo las indicaciones de los otros dos miradores, el de Rupitín y el de Lastrón.

Los primeros cuatro kilómetros no son nada del otro mundo, era lo previsto, simplemente es un tramo de aproximación a los miradores, así que sólo sirven para ir “engrasando las bisagras” e ir entrando en calor en una mañana fría en sus primeras horas; tramo cómodo sin más, en el que avanzamos a buen ritmo mientras vamos charlando entre nosotros... tiempo habrá más adelante para las paradas donde disfrutar de las vistas, para las fotos y para sentirnos realmente en los Arribes.

A los cuatro kilómetros se encuentra a la derecha el desvío hacia el mirador de Lastrón, no incluido en el track de la ruta que llevábamos, pero como había visto días antes que estaba muy cerca, a poco de más de 500 metros y como no teníamos ninguna prisa, teníamos todo el día para nosotros, pues decidimos hacer este tramo extra de ida y vuelta, de aproximadamente un kilómetro o poco más y la verdad es que merece la pena, porque después de este insulso primer tramo, en este mirador ya tenemos nuestro primer contacto con lo que son los arribes del Duero, ese tramo donde el Duero se encajona entre altas paredes verticales que en algunas zonas llegan a tener 400 metros  de altura, serpenteando y abriéndose paso hacia el sur entre las provincias de Zamora y Salamanca, sirviendo a la vez de frontera en este tramo entre España y Portugal (de ahí que el lema del Parque Natural de los Arribes del Duero sea: "dos provincias, dos países")... unas aguas que discurren mansas hoy en día, desde que a partir de la primera mitad del siglo pasado se empezaran a construir distintas presas hidroeléctricas durante su recorrido que han servido no solo para apaciguar su cauce que hasta entonces era vertiginoso, de aguas bravas, rápidas y que entre estas paredes rocosas correrían con gran estrépito, debido a los saltos o desniveles que existían en esta zona, sino que también han servido para modelar en parte el paisaje.

Un banco dispuesto en el mirador invita al caminante a que se siente en él y se detenga a contemplar tranquilamente, sin prisas, el paisaje y el entorno que tiene frente a sí, no meramente a hacerse la típica foto y ¡ea!, en busca de otro mirador en plan “colección de miradores” con sus fotos correspondientes, sin detenerse a admirar el entorno, a saborearlo, a escudriñar entre los recovecos y salientes rocosos para intentar ver algún buitre o alguna rapaz, porque son territorios donde durante todo el año se pueden ver buitres y en épocas primaverales y veraniegas también de alimoches, cigueñas negras, perdiceras... sin detenerse para ver las zonas boscosas o las zonas humanizadas, cono los bancales, labrados por el hombre para aumentar la profundidad del suelo cultivable y evitar la erosión producida por las lluvias que arrastrarían la tierra, algo que unido  al “clima mediterráneo que se disfruta en los profundos valles, de inviernos breves y suaves y veranos largos, calurosos y de escasas lluvias han permitido cultivar especies mediterráneas poco comunes en estas tierras, como el olivo, la vid, el almendro o los frutales”. Sin duda un aperitivo de lo que nos esperaba.

Regresamos de nuevo al camino original que traíamos antes del desvío, caminando por zona más arboladas que la vasta penillanura que traíamos desde que salimos de Aldeadávila; en apenas quinientos metros llegamos al otro mirador, el de Rupitín, con una panel informativo que ayuda a interpretar el paisaje que tenemos delante y por el que nos adentraremos durante buena parte del recorrido, en lo que sin duda es la parte de la ruta más interesante en todos los sentidos.

Nos detenemos un rato en este punto, para leer el panel informativo y regodearnos con las magníficas vistas que tenemos, con el Duero, que como he comentado antes, discurre encajonado entre altas paredes que en algunos tramos se muestran muy verticales y desnudas, con su piel granítica al descubierto, desprovistas de vegetación, mientras que en otros tramos menos verticales deja lugar a que un magnífico y espeso bosque recubre la inclinada ladera  o  a que la acción del hombre elabore con tanto tesón y esfuerzo bancales que aparecen mimetizados con el entorno en los que poder cultivar olivos, almendros... tal y como podemos ver desde este punto y sobre todo unos metros más adelante, sobre el lado portugués.

Hermoso paisaje que se muestra ante nosotros ante el que uno se queda absorto, no solo por el entorno sino por la paz y serenidad que se percibe. El río que serpentea por el desfiladero y se pierde al fondo, en el horizonte, tras una de las curvas que realiza en su recorrido, es el que hace de frontera entre países, a la derecha, hacia el este, Portugal, a la izquierda, donde nos encontramos, España... pero la tierra, los ríos y la naturaleza en general no entienden de fronteras, tampoco hay algo físico, tangible, que nos indique si estamos en un sitio o en otro, no se ve desde este punto (más adelante sí) ningún pueblo, ninguna presa, sólo un paisaje espectacular por el que nos vamos a adentrar a partir de ahora, porque esto es lo que hemos venido a ver y a conocer... un cambio brutal  de paisaje, pasando de la monótona y algo insulsa penillanura por la que hemos venidos caminando durante cuatro kilómetros a este vertiginoso y abrupto cañón salpicado de zonas boscosas y pequeños tramos de bancales, por el que transcurre el río Duero.

Continuamos nuestro recorrido y la amplia pista que traíamos se ha ido estrechando hasta convertirse en un camino que a partir del mirador baja con bastante pendiente perpendicular al río, comenzando a adentrarnos en la zona boscosa por un camino que baja realizando algunos zig-zag.

Cada curva que describe el camino sirve de improvisado mirador, porque conforme vamos bajando, cambia nuestro ángulo de visión y ante nosotros aparecen panorámicas diferentes, distintas si se contempla este paisaje desde la parte alta del cañón a si se hace casi a ras de agua.

En una de las curvas, ya cerca del río, abandonamos el camino para coger una senda que sale a la izquierda. Una senda de las que me gustan, estrecha, rodeada de arboleda y frondosa vegetación, con pequeños tramos de bajada y subida, por terrero abrupto pero por el que se camina muy bien, curveando para ir rodeando la ladera de esta parte del cañón.

La arboleda y la vegetación nos impiden en gran parte del recorrido tener una visión plena del río y más al bajar tanto y estar tan cerca de él, tan sólo en algunos tramos la vegetación se abre y podemos ver el río o una pequeña panorámica del entorno, como cuando pasamos cerca de una ruinosa construcción de piedra, en completa umbría, que serviría en otros tiempos como refugio de pastores.

El sendero es precioso, vamos disfrutando todos de él, pura alegría, siempre en umbría durante este primer tramo y a esta hora, con tramos alfombrados de hojarasca y es que más avanzado el otoño, cuando realmente comience el frío y no las temperaturas primaverales que estamos teniendo, con la caída de las hojas y los colores típicos del otoño, también debe ser bonito este recorrido.

Llegamos a una zona donde de nuevo nos encontramos a la derecha de la senda, pegada a ella, con otras construcciones de piedra y a la derecha con un chozo, también de piedra, que en su parte delantera tiene un pequeño corral para el ganado... buen sitio para realizar un descanso, disfrutar del entorno y tomar un pequeño piscolabis, más cuando desde esta zona el bosque si nos deja ver el tramo del río que tenemos tan cerca, sobre todo si  nos situamos encima de la bóveda de piedra del chozo.


Tras esta breve parada, continuamos por este delicioso sendero que nos tiene encantados. Un poco más adelante se inicia la subida definitiva y es que al contrario que antes, tenemos que pasar ahora de estar casi tocando las aguas del río a tener que subir a la parte alta del cañón, en una subida continuada, de apenas 1.200 metros de longitud, en los se salvan unos 250 metros de desnivel, si bien después el recorrido continua en ligera subida.


Es una subida que se hace muy llevadera para el que esté acostumbrado a andar y en donde vamos apreciando de nuevo el cambio de paisaje, ya que conforme vamos ganando altura vamos abandonando la zona boscosa adentrándonos en un terreno más desnudo, salpicado aquí y allá con algunos árboles, matorrales y apareciendo los bolos graníticos... PERO a cambio, al echar la mirada atrás podemos de nuevo deleitarnos con unas magníficas vistas del cañón que ha forjado el río, incluso ver parte del recorrido que hemos traído hasta ahora, desde que iniciamos el descenso a la altura del mirador de Rupitín, pasando por el chozo donde paramos a comer;  al fondo y viniendo dirección sur, podemos ver el barco crucero cargado de turistas que realizan el recorrido por los arribes desde otra perspectiva y es justo  cuando termina el tramo éste de más de un kilómetro de subida, cuando el barco se sitúa bajo nosotros y podemos verlo en más detalle.



Terminada la parte de más desnivel de la subida, encontramos una bifurcación perfectamente señalizada; si seguimos hacia delante por la senda que traemos iríamos directos hacia Aldeadávila y si giramos a la derecha, que es por donde va nuestro recorrido, llegaremos a nuestro siguiente hito, el mirador del Picón de Felipe.

La senda sigue en ligero ascenso, pero muy llevadero, nada que ver con la última subida que hemos tenido y que realmente es el único tramo en todo el recorrido que exige un poco de esfuerzo físico.

Al terminar el tramo de subida con más desnivel, justo en la bifurcación, al echar la mirada atrás podemos de nuevo deleitarnos con unas magníficas vistas del cañón que ha forjado el río, incluso ver parte del recorrido que hemos traído hasta ahora...

Aunque ha desaparecido la frondosidad, el bosque y la umbría, este tramo de senda es también muy interesante y agradable de recorrer, porque vamos por la parte alta del cañón, a escasos metros de donde éste se desploma verticalmente hacia el río, disfrutando de las vistas,  pasando junto a vetustas paredes de piedra y construcciones vernáculas, como la zona con chozos de piedra con su corrales correspondientes, alguno de ellos casi en la vertical del cañón, con unas vistas formidables desde él y tras ellos, en la otra vertiente de los arribes, en el lado portugués, aparece un pequeño pueblo, Bruço.

Mi compañero Luis en el recorrido por la senda que transita por la parte alta del cañon.



Seguimos nuestro caminar por esta senda y este agradable recorrido hasta que en una bifurcación la abandonamos temporalmente para seguir las indicaciones que llevan hacia el mirador del Picón de Felipe, a escasos 50 metros. El camino llega hasta una zona de rocas donde encontramos el panel que nos habla de la leyenda de Felipe.

Son los arribes del Duero tierras escarpadas, de cabreros y contrabandistas, de historias y leyendas en las que le Duero no sólo ha sido frontera física, sino también psicológica entre los que habitaban a uno y otro lado de este río internacional, e incluso en ocasiones, generadora de desamores y pesares.

De todas las leyendas, es la de Felipe la más bella y la que da nombre a este mirador. Un pastor llamado Felipe, que acudía a diario con sus cabras a este lugar escarpado de los arribes, a este enorme peñasco que cae vertical sobre el río, acabó enamorándose de una mucha del pueblo portugués de Bruço a la que veía cada día a lo lejos. Desesperado por no poder llegar a reunirse con la bella muchacha debido al caudaloso Duero, con su manos y pequeñas herramientas intentó derribar el Picón para construir un puente con sus piedras, un paso que le permitiera cruzar el río y abrazar a su amada. La imposibilidad de levantar aquel imaginario puente, de salvar todo lo que les separaba hizo que el joven pastor se suicidara.

La leyenda habría que datarla antes de 1840, ya que en ese mismo año ya existía una barca perteneciente a la aduana de Aldeadávila, con la que el joven Felipe podía haber salvado el río
”.

A partir de donde se encuentra el panel informativo avanzamos unos metros más por tortuosa senda,  menos accesible, que se adentra en perpendicular hacia el río para en una especie de atalaya o espolón llegar a donde se encuentra el mirador, en este caso un mirador de vértigo, ya que parece estar suspendido en el vacío a modo de balcón, con el firme ligeramente inclinado, aunque hay unas barandas de protección. De frente y hacia abajo, el río y la presa de Aldeadávila en unas vistas de vértigo...

Vistas de la presa del "Salto de Aldeadávila" desde el mirador del Picón de Felipe.

Tras un rato observando el entorno y tras las típicas fotos desde el mirador, deshacemos este pequeño tramo de senda y regresamos a la bifurcación para seguir el camino que sigue siendo muy entretenido, entre  arboleda y monte bajo, convirtiéndose unos metros más adelante en senda por la que llegamos a una pista que a su vez desemboca en una explanada de tierra que sirve de parking, para que la gente que simplemente quiera visitar el mirador deje en este punto el coche y en un cómodo paseo de algo más de un kilómetro puedan acceder a él.

Los campañeros Luis, Isabel y Ángel, en el mirador del Picón de Felipe.

En principio deberíamos continuar por la pista insulsa de tierra, pero en lugar de eso la cruzamos y salvando un pequeño desnivel de una  especie de terraplén llegamos al área recreativa del Llano de la Bodega, con zona arbolada, mesas merendero, una fuente con agua fresca e incluso varios chozos de piedra que le ponen el punto cultural a este zona que nos resulta ideal para realizar la parada para comer, sobre la 13:30. No lo teníamos planeado pero la verdad es que nos vino que ni pintado el lugar.

Una parada para comer en el área recreativa el Llano de la Bodega.
 

Algunos de los vetustos chozos de piedra que se entran en el área recreativa el Llano de la Bodega.

Tras esta parada retomamos la marcha, una hora después, con la idea de visitar el mirador del Fraile, por lo que salimos del área recreativa por un camino que se une a la pista por la que deberíamos haber venido si no hubiéramos parado en el área recreativa... Salimos a una estrecha y descarnada carretera que tomamos a la derecha, pasando por una de las centrales eléctricas de Aldeadávila y continuando en claro descenso de un kilómetro hasta el mirador, en un tramo de asfalto que resulta insulso, monótono, aburrido y muy pesado, sobre todo después de comer y a una hora donde la temperatura ya no es tan fresca y para colmo, en un tramo de carretera llegamos a ver  que el mirador está en obras y una cinta para impedir el paso. Consultado internet confirmamos que efectivamente estaba cerrado temporalmente, esto fue un fallo en la planificación de la ruta porque de haberlo sabido nos hubiéramos ahorrado este tramo.

En este punto todo el grupo se da la vuelta aunque Luis y yo continuamos hacia el mirador porque apenas quedaban  400 metros y pudimos con mucha precaución y cautela asomarnos a él y ver las vistas desde allí con la presa por debajo y casi a tiro de piedra, de nuevo en un mirador a modo de balcón que se adentra unos metros en un saliente de la pared del cañón para gozar de unas buenas vistas, aunque la verdad es que disfrutamos poco, porque todo fue con prisas por aquello de que podía ser peligroso, estaba en obras y nos podían llamar la atención...

Vistas de la presa del "Salto de Aldeadávila" desde el mirador del Fraile.

Tocaba ahora volver a subir el kilómetro por carretera, para llegar a la pista por la que se llega hasta ella y donde nos esperaban el resto de compañeros. Desde aquí, deshacer parte del camino y senda que habíamos traído, en dirección de nuevo al mirador del Picón de Felipe, pero a medio camino aproximadamente, cogemos un atajo a la derecha, tras pasar una pequeña cancela en medio de una pared de piedra, subiendo por una estrecha senda, muy desdibujada por la vegetación, así que tocaba tirar de GPS, pasando junto una antigua pared de piedra que nos queda a la izquierda, hasta que por fin salimos al camino que ya todo recto nos conduce a Aldeadávila.

Conforme avanzamos por el camino, vamos dejando a nuestra espalda el cañon del Duero, la zona boscosa y por último el matorral de monte bajo, para adentramos en la penillanura completamente desarbolada, con el camino que se va ensanchando hasta convertirse en una pista ancha, insulsa y aburrida, en donde solo se trata de andar por andar y llegar cuanto antes a Aldeádavila para tomar una merecida cerveza. Sin duda son estos últimos cuatro kilómetros los mas aburridos de toda la ruta, así que aligeramos el paso para llegar cuanto antes.

En resumen, una recorrido que se puede dividir en tres partes: una primera de aproximación al cañón, desde Aldeadávila y hasta llegar al mirador del Lastrón o al de Rupitín, de unos cuatro kilómetros por la penillanura, que ni fú ni fá, sin mucha chicha, pasando al principio por algunos huertos, campos de labor, algunos terrenos de olivares o de almendros, para después seguir por zona más pelada hasta que nos vamos aproximando al cañón donde ya comenzamos a ver algo más de vegetación y arboleda; una segunda parte, de unos 9 km aproximadamente, entre el mirador del Lastrón (pero sobre todo desde el mirador de Rupitín) y hasta llegar al área recreativa del Llano de la Bodega, que son sin lugar a dudas lo mejor y con mucha diferencia de la ruta, e incluso lo mejor de los cuatro días que hemos estado por esta zona de los arribes salmantinos, con un recorrido al principio que baja hacia el cañón del Duero, con magníficas vistas, sigue por sendas entre zonas boscosas y muy frondosas, continuando por la zona alta del cañón, paralelo a éste, también con unas panorámicas estupendas, pasando por auténticas construcciones vernáculas,  reflejo de la vida en otros tiempos y como guinda, la visita a algunos de los miradores de esta zona; por último, la tercera parte, para cerrar el recorrido circular, dejando a nuestras espaldas el Duero para seguir hacia Aldeadávila por un recorrido por pista, de unos cuatro kilómetros finales, insulso y aburrido, lo que menos me gustó, pero que era necesario si se quería hacer la ruta circular.

Ya en Aldeadávila, en una de sus calles, nos sentamos en una terraza para disfrutar de una buena cerveza después de los 22 km recorridos, dos más de los que tenía el track a seguir, puesto que le metimos el extra del desvío de ida y vuelta al mirador del Lastrón y alguna cosilla más..

Tras recuperar líquidos, cogemos de nuevo los coches para volver  a La Zarza de Pumareda,  donde nos alojábamos en una agradable casa rural, donde aprovechamos su  patio delantero con pequeño jardín,  para tomar unas cervezas y unos aperitivos al rico sol del atardecer, mientras el personal se iba duchando, haciendo tiempo para otro de los momentos sublimes de estos días, la cena y la tertulia correspondiente acompañado siempre de unos buenos vinos,  aunque no tardamos mucho en irnos a la cama, porque al día siguiente había que madrugar, ya que tocaba hacer el “Camino del hierro” o la “Vía férrea de la Fregeneda” y para ello había que estar en el punto de inicio de la ruta entre 7:30 y 8:30 para poder acceder a este recorrido, a lo que había que sumar el desplazamiento, que era el más largo de los cuatro día, a unos 45 minutos de donde estábamos y el tiempo para desayunar...

Por la tarde y ya en el patio delantero de la casa rural en La Zarza de Pumareda, aprovechamos para tomar unas cervecitas al solecito...

¡¡PODÉIS VER TODAS LAS FOTOS QUE APARECEN EN ESTA ENTRADA DEL BLOG  A MÁS RESOLUCIÓN Y DETALLE EN ESTE ENLACE!!.

El track de este enlace sin el desvío al mirador del Lastrón lo podéis consular AQUÍ.

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