Las andanzas de un lobo estepario extremeño.

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"Viajar en bici es hacer más grande el Mundo. Es aprender lo esencial de la vida. Es vivir el presente sobre todas las cosas. El placer del cicloturismo está mucho más en el camino que en el destino, son los medios los que justifican el fin. Durante días, semanas o meses, no necesitas más que lo que llevas a cuestas
" (del artículo: "Con la casa a cuestas", revista: Bike Rutas, Nº 4, 1999)

29 ago 2018

Camino Lebaniego (Cantabria). Día 2: Serdio - Lafuente, 31 km. [22-8-2018]

Me levanto a las 7 de la mañana, y tras el aseo hago la mochila y me voy a desayunar al bar. En torno a las 7:50 me pongo en marcha, en solitario, muchos han salido antes, muy madrugadores, otros son más remolones, sobre todo los ciclistas. No tengo mucha necesidad de ir acompañado y menos hoy, porque casi todos seguirán por el Camino del Norte y en Muñorodero tocaría separarnos.

A poco más de dos kilómetros de Serdio se encuentra Muñorodero, y hasta este pequeño pueblo y desde San Vicente de la Barquera, tanto el Camino del Norte como el Camino Lebaniego van de la mano, y ¡cómo no!, por asfalto...

En Muñorodero los caminos se desligan, el Camino del Norte sigue por asfalto hacia el noroeste, buscando la última localidad de Cantabria, Unquera, antes de introducirse en Asturias, mientras que el Camino Lebaniego se desvía hacia el sur, paralelo al macizo oriental de los Picos de Europa.... o dicho de otra forma y en jerga peregrina: los “concheros” (por la concha símbolo de los Caminos de Santiago) van por el Camino del Norte hacia Santiago, y los “cruceros o crucenos” (por la cruz de Santo Toribio, símbolo del Camino Lebaniego) hacia el Monasterio de Santo Toribio de Liébana.


Antes de llegar a Muñorrodero, los caminos se separan: El Lebaniego a la izquiera y el Camino del Norte a la derecha.

 Iconografía para los "concheros", con la concha y flecha amarlla, distintivos de los que peregrinan hacia Santiago de Compostela, y los "crucenos o cruceros", con la cruz de Santo Toribio y la flecha roja, distintivos de los que peregrinan hacia el Monasterio de Santo Toribio de Liébana.


Poco antes de llegar a Muñorodero ya se puede coger un desvío a la izquierda, dejando por fin atrás el cansino asfalto e introduciéndonos de lleno en camino de tierra, para en un visto y no visto, encontrarme en un túnel de vegetación, en un pequeño bosque espeso, aunque pronto vuelve a salir a una zona más clara, con vastas vistas, alejándome de la carretera o pista asfaltada, y por zonas de firme irregular, con tramos de camino flanqueados por paredes de brezos salteadas de telarañas sobre las que se mantienen en suspensión las gotas de rocío. Eludiendo algún que otro charco de agua, y zona de barro después de las lluvias de la última semana, llego al pequeño núcleo de Muñorrodero, y siguiendo las indicaciones de las típicas flechas rojas camino por sus calles y casas que mantienen su arquitectura tradicional, sin construcciones modernas que rompan con el estilo característico de este pequeño núcleo urbano del que no tardo mucho en salir.


 En el camino que lleva a Muñorrodero, el camino lleno brezos se encuentra salpicado de grandes telarañas, con sus inquilinas correspondientes...

Las indicaciones me conducen a una pista cómoda, ancha y algo insulsa, por qué no decirlo, que me lleva directamente hasta el río Nansa, para seguir después hacia mi izquierda, hacia el sur, paralelo al río que queda a mi derecha, aunque continuando un rato más por esta pista que no me convence, mientras voy pensando que si realmente esa era la Senda Fluvial, no era lo que esperaba...

Por suerte, todo cambia al ver más adelante las indicaciones para desviarme a la derecha, adentrándome de lleno en el bosque de galería, para en seguida cruzar el río y mediante plataformas de madera introducirme de súbito en un espeso y frondoso bosque que apenas deja pasar los rayos de sol, junto a las aguas cristalinas del Nansa, raudas unas veces, mansas en otras, en ocasiones salvan pequeños saltos de agua y en su entrechocar con las piedras producen un estrepitoso ruido... zona de coto de pesca de salmón, perfectamente cuidado, limpio, sereno, tranquilo, silencio ensordecedor roto tan solo por el ronroneo del agua o por el canto de algunos pájaros que conforme avanza el día parece que empiezan a despertar... camino tranquilo, sin prisas por estrechas sendas en plena naturaleza, un pequeño paraíso después de tanto kilómetros y kilómetros de asfalto, donde la Naturaleza está estrechamente unida al caminante, uno puede tocarla, sentirla, olerla, escucharla... en ocasiones paro y cierro los ojos, sólo me limito a escuchar, oler y sentir... durante mucho rato no me encuentro con nadie y me resulta raro que en este entorno y con un recorrido aceptable en distancia no haya nadie paseando por este entorno... ¿será que aún es temprano?...


Es la Senda Fluvial del Nansa, y desde hace unos años se ha convertido en el recorrido oficial del Camino Lebaniego frente al recorrido que había anteriormente, que se iniciaba en Hortigal, y que aún hoy se puede seguir realizando como variante, pero su trazado hereda el mal del Camino del Norte, el asfalto y la carretera, hasta llegar a Puente del Arrudo y Cades, así que enhorabuena a los que finalmente se han decantando por hacer de este recorrido como “el oficial”, y por el tiempo, dinero y esfuerzo en prepararlo, utilizando pasarelas de madera perfectamente integradas en el entorno para las zonas más complicadas, haciéndolas más accesibles para todo tipo de personas, convirtiendo esta senda en toda una delicia para el caminante.

 El Río Nansa es una zona de "coto de salmón" y los pescadores disponen de este tipo de mecanismos para poder facilitar la práctica de su actividad en las zonas más agrestes...

La Senda Fluvial del Nansa se divide en dos tramos separados por un recorrido de apenas un km de asfalto en el que se cruza un vetusto puente que hace que el segundo tramo transite justo por la otra margen del río, aunque tras pasar el puente podremos escoger entre seguir por asfalto, como marcaba el recorrido oficial, hasta Cabanzón y de ahí a Cades, o seguir por la Senda fluvial del Nansa en un segundo tramo de 5 km que conduce directamente a Cades, el problema es que este tramo no está señalizado en ningún momento con las características flechas o cruces rojas, con lo que muchos optan por seguir por asfalto ante las dudas... y es que esto es precisamente una de las características-problemas de este camino, que es un Camino “vivo”, cambiante, con algunas variantes, alternativas, tramos nuevos de “camino oficial” versus tramos que antes estaban dentro del “camino oficial” y que ahora han pasado a ser variantes, etc... y es que en el afán de mejorar el camino, de hacerlo más bonito y agradable, intentando en lo posible eludir el asfalto y la carretera, van aconsejando alternativas o cambiando directamente el trazado del “camino oficial”, en algunos casos sin señalizar correctamente como “Camino Lebaniego”, otra cosa es que esté señalizado como otro tipo de recorrido o sendero, y esto hace que uno se pierda en ese batiburrillo, y las personas que no hayan leído nada, se limitan a seguir las flechas rojas, el equivalente a las flechas amarillas de los “Caminos de Santiago” y se pierdan lugares-recorrido con mucho encanto, aunque poco a poco supongo irán mejorándolo y puliendo los problemas e imprevistos gracias a las sugerencias que acaban aportando todos los peregrinos en la Oficina de Información y Turismo de Potes.


 Curiosidades en la Senda Fluvial del Nansa.

Dentro del primer tramo de la Senda Fluvial del Nansa, entre la salida de Muñorrodero y Camijanes, de unos 7 km de longitud, podremos encontrarnos a su vez con un recorrido estival y con otro recorrido para el resto del año (esto perfectamente señalizado), toda irá en función de cómo vaya el caudal del río, porque en épocas de lluvias la senda estival que va junto a él quedará inundada en muchos tramos, aunque en este mes de agosto, como no podía ser de otra manera, pude ir por el recorrido más cercano al Nansa.

 

Todo este tramo transita pegado al río, envuelto en bosque de galería, ripícola, que hace que siempre pueda ir caminando por sendas estrechas y caminos en completa umbría, con zonas espectacularmente frondosas repletas de grandes helechos, con buena huella y una temperatura muy agradable. Llegando a la parte final el recorrido es algo más sinuoso, con zonas de pasarelas, pequeñas casetas utilizadas por pescadores y algunos tramos con senda con peor firme porque está hecha sobre la piedra, pegada a una pared de roca vertical a la izquierda y un pequeño desnivel a la derecha que muere en las aguas del propio río, no es nada peligroso, aunque siempre con prudencia, de todas formas hay cables de acero para agarrarse y barandas de madera, e incluso a veces se alternan escaleras en rocas y escaleras de madera... al final la senda vuelve de nuevo junto al río en un recorrido fácil, descubriéndonos a la derecha unas pequeñas cascadas en las que es obligada una parada para las típicas fotografías y escuchar el murmullo del río.

 


Desde aquí salgo a un pequeño claro junto a unas construcciones correspondientes al -Salto hidroeléctrico de Herrerías- (“para este salto se derivan 15.000l/s por un canal que parte del embalse de Palombera y llega hasta el depósito de carga del que parte una singular conducción que ingresa el caudal en la central”), enlazando un poco más adelante con un corto repecho por senda, de nuevo por zona arbolada, que conduce a una zona un poco más elevada, en un pequeño tramo que vuelve a ser abierto, sin árboles, lo cual permite que se puedan tener buenas vistas de los alrededores, así que no es de extrañar que subiendo un poquito más, y haciendo un pequeño desvío (poco más de un kilómetro entre la ida y la vuelta), podamos regodearnos con las vistas que se tienen desde el “Mirador del Poeta, sobre todo si no hay niebla, así que si no hay prisas puede merecer la pena el pequeño desvío de ida y vuelta.

Como punto negativo, comentar que de este pequeño tramo sin arboleda, se entra y se sale (la salida es justo donde está la indicación para visitar el “Mirador del Poeta” y donde de nuevo comienza la zona boscosa), cruzando una especie de escalera en “V” invertida, de madera, con tres peldaños, con lo fácil que hubiera sido poner una cancela que se abra y se cierre, u otro tipo de cancelas como las que están a la entrada del segundo tramo de senda fluvial, pero no, te ponen esta escalera con peldaños para subir y bajar, que no resulta nada agradable/cómoda para personas mayores, o que tengan poca agilidad o con movilidad reducida... así que no es de extrañar que en uno de los postes de madera me encontrara escrito con bolígrafo, un comentario irónico que venía a decir algo así como: “¡¡Gracias por hacernos tan fácil el camino!!”... y es que esto son las cosas que no se entienden, porque con el dineral que se habrán gastado en hacer accesible algunos tramos de la senda fluvial, con pasarelas de madera, y ahora aquí, en lo que sería dos cancelas, realizan esta chapuza, que no es más que un obstáculo en el camino; no sé muy bien cuál será la razón pero seguro que hay soluciones más prácticas...

 Cancela tipo escalera en "V" invertida con tres peldaños

Desde este pequeño tramo de claro, algo más elevado sobre la situación del río, lo que resta es una bajada de nuevo por zona boscosa, aunque sin tanta umbría, hasta llegar a la carretera que lleva a Camijanes, que queda a la izquierda, fuera del recorrido, pero si necesitamos repostar agua o tomar un café, podemos desviarnos... no fue mi caso, así que seguí el recorrido, hacia la derecha, en un tramo de menos de 1 km por carretera, cruzando el río Nansa por un estrecho puente, y al poco surgen las dudas: o seguir hacia delante, por asfalto, en el itinerario marcado, hacia Cabanzón y desde aquí a Cades, o seguir hacia la izquierda por camino, según las indicaciones del cartel: “Senda Fluvial del Nansa – Cades a 5 km”, aunque en este tramo no hay ninguna señal del Camino Lebaniego...

Como es obvio, y ya que me decidí a hacer este camino para huir en todo lo posible del asfalto, y como el destino era el mismo, o sea, Cades, pues no me lo pensé, seguí por el camino junto al río en otro bonito y entretenido recorrido... más tarde me enteraría que el “camino oficial” lo quieren desviar por aquí, precisamente para evitar el asfalto, como continuación del primer tramo, pero es curioso que con el dinero que se han gastado en poner cables de acero o barandas, en accesibilidad en general, y no lo tengan marcado además de como Senda Fluvial, con las típicas cruces y flechas rojas de este Camino, lo que hace que el personal no se complica la vida, siguen las indicaciones y tiene que “chupar” asfalto, en un recorrido más insulso, más abierto y expuesto al sol, y en días de calor y a cierta hora, puede resultar un tramo pesado, todo lo contrario que si se va la Senda Fluvial, y esto es lo que les ocurrió a todas las personas que ese día se quedaron a dormir en el albergue de Cades, unas doce personas más o menos, desconocedoras de que existía esta bonita alternativa del segundo tramo de Senda Fluvial.

No entiendo esto muy bien, porque en los tracks y mapas del itinerario oficial que descargué de la propia web del Camino Lebaniego, no venía nada de esto, aunque si había leído en internet que se podía realizar esta alternativa, sobre todo en época estival, y no se si es que este tramo se hizo con posterioridad al tramo entre Muñorrodero-Cajimanes y no ha sido recogido aún en los tracks, o en el recorrido dibujado en los mapas de los dípticos publicitarios, pero lo que si es cierto es que debería estar señalizado también con las indicaciones del Camino Lebaniego, aunque sea como variante, y sobre todo recomendada en época estival (en épocas de lluvia casi mejor optar por ir hacia Cabanzón, porque la senda puede estar cubierta de agua en algunos tramos y porque en otros, aunque esté más alejada del río, puede estar completamente encharcada o con zonas de mucho barro).

Como he comentado antes, en mi caso opté por realizar este segundo tramo de Senda Fluvial y por lo que puede comprobar después en Cades, hablando con varias personas de las que habían realizado esta etapa ese día, creo que fui el único que se aventuró por este recorrido, ¡lástima!, porque merece la pena, y más aún cuando todos con los que hablé me comentaron que habían caminado mucho por asfalto, mucha calor, y un recorrido sin duda alguna menos atractivo.

Al coger el desvío a la izquierda, dejando la carretera, para adentrarme en el segundo tramo de la Senda Fluvial del Nansa, el camino se dirige rápidamente en perpendicular hacia el río, para después continuar siempre en paralelo a él, teniéndolo a la izquierda siempre en este tramo, dejando a la derecha una pequeña pradera alfombrada con un verde intenso antes de pasar una “cancela de madera para peatones”, por la que paso muy ajustado con la mochila, para seguidamente introducirme de nuevo en un espeso bosque, caminando en umbría, con zonas de barro que esquivo lo mejor posible, y otras zonas de sube y baja pegadas a paredes casi verticales de pura roca, con pequeños barrancos a la izquierda, pero con sendero preparado con cables de acero en la pared para agarrarse y estacas con cuerda a la izquierda para delimitar la senda, y siempre, en las zonas más altas y en claros de bosques, con buenas vistas; por otro lado, al ser una zona cerrada, de bosque, donde corre poco el aire y con bastante humedad, en los tramos de de sube y baja tengo una intensa sensación de bochorno, sudando a raudales.

Realizo este tramo completamente en solitario, al igual que el anterior, pensando que he acertado en escoger este recorrido en lugar de seguir por carretera, siempre arropado por el bosque y con el curso del agua cerca, disfrutando de los pequeños saltos de agua y del recorrido en general, agradable, bonito, entretenido, caminando en paz, en completa tranquilidad, en un silencio solo roto por el hilo musical que impone la propia naturaleza...

 Pequeños saltos de agua en el río Nansa, en el segundo tramo de la Senda Fluvial.

Me encuentro con algunos tramos pequeños de barro, y con otros que son candidatos a estar frecuentemente encharcados o llenos de barro, pero que están habilitados con troncos de madera y rejillas de hierro tipo 'mallas de forjado', con los que se facilita su accesibilidad.

El camino acaba desembocando en una carretera, junto a Puente del Arrudo, que queda a la izquierda, y unos metros más adelante, siguiendo la carretea, las primeras casas de Cades, un barrio de poco más de 70 habitantes perteneciente al Municipio de Herrerías (al que además pertenecen: Bielva (capital), Cabanzón, Camijanes, Casamaría, Puente el Arrudo y Rábago, entre todos sumaban 623 habitantes en 2017.), y sitio donde casi todos los que hacen este recorrido en tres etapas, se quedan a dormir, aunque mi idea era continuar hasta Lafuente, el siguiente sitio con albergue.

En Cades lo primero fue visitar su famosa Ferrería, al menos sus alrededores y su centro de interpretación, porque la visita guiada había empezado justo un poco antes de llegar.

La ferrería se trata de un gran edificio del siglo XVIII, situado en la ribera del río Nansa. Estuvo en actividad durante todo el siglo, pero en la segunda mitad del siglo XIX fue abandonada. Fue reconstruida e inaugurada nuevamente en el año 2000. En esta ferrería se obtenían lingotes de hierro mediante el procedimiento de 'forja catalana', consistente en conseguir el hierro a partir del propio mineral, separándolo de todos los elementos con los que se encuentra mezclado en la naturaleza, pero sin fundirlo completamente. Gran parte del edificio se encuentra por debajo del camino de acceso al mismo, con el fin de conseguir tanto una mayor comodidad a la hora de descargar todos los materiales, como para ganar altura en el salto del agua que movía la rueda principal para generar una caída del agua mayor. Este agua provenía del río Nansa, y era desviada y traída por un canal”.


Exteriores de la 'ferreria' de Cades.

Después de descansar un rato y reponer fuerzas comiendo un bocata, me pongo en marcha de nuevo, no me encontraba cansando y el calor de las horas centrales del día estaba siendo mitigado por unos nubarrones negros que acabaron por ocultar el sol, amenazando con tarde de tormentas, aunque finalmente no se desencadenaron; además, quedaba toda la tarde por delante y en Cades no había nada que hacer después de ver la Ferrería.

La verdad es que pensaba que se me iba a hacer muy pesado este tramo de 10 kms continuos de asfalto, pero finalmente me resultaron llevaderos, dentro de lo que cabe, por carretera estrecha, en ligera subida siempre, con zonas de mucho curveo, pero casi siempre con buenas vistas, tanto las que se pueden contemplar desde el Mirador de la Palombera, con una amplia visión hacia abajo y hacia el horizonte del embalse de Palombera, como las que se pueden contemplar más adelante de todo valle del Lamasón.

 Vistas desde el Mirador de la Palombrera.

Remontando el valle del Lamasón, siempre en dirección sur, dejo a la izquierda el cruce con el desvío hacia Quintanilla, paso por Sobrelapeña y giro a la derecha, siguiendo el curso del río, ahora en dirección oeste, y en un suspiro, mientras observaba a algunos lugareños en la ladera de la sierra afanados en la recogida de alpacas para el ganado, llego a Lafuente, con tan solo 30 habitantes en el 2008, perteneciente al Municipio de Lamasón (al cual pertenecen: Sobrelapeña (capital), Río, Cires, Lafuente, Venta Fresnedo, Burió, Los Pumares, y Quintanilla, entre todos ellos sumaban 302 habitantes en 2017).

La entrada en Lafuente invita a recrearnos con la pequeña y coqueta iglesia de Santa Juliana, junto a las primeras casas bajas de este núcleo urbano, de arquitectura tradicional, situadas a la izquierda de la carretera, mientras que a la derecha están las ruinas de un viejo molino (uno de los once con que llegó a contar este pequeña aldea) movido por las aguas que bajan de la montaña, del Macizo de Arria, que transcurre en línea, paralelo a la carretera, a la derecha de ésta, y perfectamente visible.


Esta pequeña iglesia, construida en el siglo XII, constituye el mejor ejemplo del estilo románico de toda la comarca Saja-Nansa. Presenta una sola nave, de planta rectangular, con presbiterio y ábside semicircular. Sobre el hastial se alza una espadaña de dos troneras. Los muros de la nave están levantados en mampostería, mientras que el ábside y el presbiterio son de sillería. La portada principal es de arco de medio punto con arquivoltas, apoyadas sobre columnillas con capiteles decorados con figuraciones bastante toscas.



El ábside está dividido por columnas dobles que bajan hasta una línea de imposta de ajedrezado, y descansan, sobre contrafuertes escalonados. Conserva canecillos de diversos tipos: en caveto, con rollos, con motivos vegetales y algunos figurados.



En el interior destaca el arco triunfal, de medio punto, qe descansa sobre cimacios decorados con motivos vegetales y zarcillos, apoyados sobre capiteles figurados. Esta franja ornamental continua por el muro del presbiterio y el ábside. Los capiteles, de mejor factura que los de la puerta, representan la adoración de los Reyes Magos (el izquierdo), y una escena de carácter ceremonial (el derecho).






  Iglesia de Santa Juliana en Lafuente, en el municipio de Lamasón

Los deberes para hoy ya estaban hechos, me había quitado de un plumazo el tramo peor de este camino por la continuidad del asfalto, y lo mejor de todo es que me encontraba muy bien, no estaba excesivamente cansando e incluso me había encontrado cómodo, aunque iba predispuesto a que iba a resultar pesado.

Lo cierto es que sin lugar a dudas, y después de terminar el Camino Lebaniego o de la montaña, éste es el punto negro del recorrido, y ¡ojalá! puedan buscar un recorrido alternativo que salve este tramo de asfalto, sobre todo porque también puede resultar peligroso, ya que es una carretera estrecha, con zonas de curvas cerradas, sin arcén, y si bien es cierto que apenas hay tráfico, los coches con los que me encontré, supongo que lugareños que conocen esta carretera perfectamente, circulan con exceso de confianza, lo que se traduce en que van a más velocidad de la que deberían en algunas zonas, con el riesgo que ello conlleva.

Como he comentado, con la sensación de haber terminado bien esta larga etapa, y sabiendo que no había problemas de plazas en el albergue, dejé la mochila junto a esta pequeña pero coqueta iglesia y estuve husmeando por todos sus alrededores, tanto de la iglesia como de las casas de alrededor y las ruinas del antiguo molino.

 Ruinas de un antiguo molino en Lafuente, municipio de Lamasón, en los alrededores de la iglesia.
 Casitas de Lafuente.

Continuo siguiendo las indicaciones hacia el albergue, hasta llegar a otro pequeño núcleo de casas, aunque antes dejo a la derecha el desvío hacia Burió, por donde continúan las indicaciones del Camino y por donde tendría que seguir al día siguiente.

Lafuente es un pequeño barrio o aldea, que está dividido a su vez en dos partes separadas ambas por la carretera. Para llegar al albergue tengo que cruzar este pequeño núcleo de casas bajas, de piedra, de arquitectura tradicional, algunas muy bonitas, para llegar al final de todas ellas y encontrar el albergue en una edificación más nueva, totalmente impoluto, muy bien preparado y conservado, con una pequeña terraza delantera de hierba-césped, previa a la entrada del edificio, con una mesa merendero y unas vistas hacia las casas del pueblo, situadas algo más bajas y hacia el imponente Macizo de Arria, cuyas cimas rocosas empiezan a cubrirse por las nubes, mientras una pequeña frustración se apodera de mí al pensar que quizás al día siguiente no pudiera disfrutar de las vistas del desfiladero de la Hermida, algo que me hacía mucha ilusión, pero si mañana aparece la niebla o la climatología se vuelve adversa, sería una tontería hacer el desvío hacia el Mirador de Santa Catalina.

Ejemplo de algunas casas de Lafuente, en el municipio de Lamasón.

Abro la puerta del albergue y allí, al pie del cañón, me está esperando Miguel, es hospitalero con el que estuve hablando por teléfono. No sólo no hay problemas de plazas sino que además soy la única persona que va a hacer noche allí, y es que fuera del boom que supone el año jubilar, son pocos los peregrinos que se aventuran en este camino o el que empalma con él, el “Camino Vadiniense”, y si a eso le añadimos su posición, a caballo entre dos finales típicos de etapa, pues hace que apenas pernocte nadie por aquí, excepto en años jubilares como el del año pasado, donde según me comenta Miguel, había días que estaba desbordado...

 Vistas parciales desde la pequeña terraza que precede a la entrada del albergue de Lafuente.

Miguel vive en el albergue, se encarga de cuidarlo y tenerlo perfectamente limpio, inmaculado, lleno de muchos detalles que hacen que la estancia allí resulte gratificante, y más cuando el trato es de tú a tú, sin nadie más, sin nada más que hacer en este pequeño barrio de 30 personas, lo que hace que antes de irme a buscar la ducha tengamos una conversación amena de casi hora y media, hablando un poco de todo, pero sobre todo de su periplo hasta llegar aquí, porque Miguel es polaco, y desde muy joven, desde adolescente, ya tenía claro que quería venir y vivir en España, aunque también estuvo un tiempo por sudamérica y por Inglaterra, además de estar en varios sitios en España, hasta que al final recaló en este sitio, aparentemente apartado del mundo, con tan solo un puñado de almas, donde los inviernos lluviosos y fríos deben dar la puntilla para acabar casi “aislándolos” del exterior, y claro, a uno le asalta la curiosidad de cómo y por qué acabó aquí....

Es un chico joven, pero con mucho recorrido, y escuchándole hablar todas sus aventura y desventuras, de forma pausada, tranquila, todo muy “zen”, me pongo en modo “esponja”, como suelo decir muchas veces, intentando “absorber”, captar, toda la información que me cuenta, envuelto en un aura de paz, armonía, tranquilidad...

Hablamos demasiado y al final tenemos que dejarlo, el tiene que ponerse a hacer la cena y yo directo a la ducha, aunque hasta las 20:30 que es cuando estaría lista la cena, disponía entorno a hora y media, que empleé en dar una vuelta por este pequeño núcleo urbano y hablar con algunos lugareños, como un jubilado que por hobby, al igual que se sacaba un dinerillo extra para complementar su pensión, se dedicaba a hacer zuecos o de madera, o madreñas que creo es como los llaman en Asturias, para después decorarlos y venderlos; según me cuenta, aunque se han dejado de utilizar para su labor diaria y tradicional, han vuelto a tener un boom con el tema de utilizarlos con los trajes regionales, en fiestas, y demás... Hablamos de todo un poco, desde la climatología, de como han cambiado los inviernos desde cuando eran jóvenes y hasta ahora, hasta la forma de ganarse la vida en estos pequeños barrios o aldeas, de política, y de su presidente, Revilla, al que llamaban la “Belén Esteban de Cantabria” o “el piquito de oro”... por aquello de mucho hablar y poco hacer.... yo no quito ni pongo, sólo me limito a escuchar...

Regreso al albergue sobre las 8:30, Miguel está en su habitación realizando sus ejercicios para la espalda y sus ejercicios de meditación. En el comedor, la luz encendida y un reproductor de mp3 conectados a unos pequeños altavoces de los que emanaban una música de jazz tranquila, envolvente, melancólica, ideal para una tarde gris en la que por la amplia cristalera empezaba a ver las luces titilantes de las calles, y con las últimos minutos de luz, la niebla que se había apoderado de las cimas rocosas de las montañas de alrededor, mientras empiezo a hacerme la idea de que posiblemente mañana no iba a poder disfrutar de las maravillosas vistas que se tienen desde el Mirador de Santa Catalina de todo el Desfiladero de la Hermida.

Para cenar, una cazuela de un delicioso arroz caldoso con unos toques de cilantro con el que casi se me saltan las lágrimas después del esperpéntico bocata que comí en Cades como única comida en todo el día, así que repetí un par de veces... y de postre, un par de piezas de frutas de entre la cesta de frutas variadas que estaba sobre la mesa, digno de ser pintado en un cuadro de bodegón.

Me encontraba superagusto allí, en total tranquilidad, sin nadie que molestara, con aquella música ambiente, curioseando por los libros que Miguel tenía dispuestos sobre una mesa para su consulta, con la cristalera de las ventanas que invitaban a echar una ojeada al pueblo mientras iba siendo devorado por la oscuridad y rodeado por las montañas que habían dejado de verse, en contacto con la naturaleza, incluso era perfectamente audible dentro del albergue el sonido de búho real, haciendo el ambiente más mágico, y dentro de aquel entorno “zen”, me puse a escribir unas notas en mi diario sobre cómo había transcurrido el día, al tiempo en cada vez empezaba a entender mejor a Miguel, en relación a por qué se sentía a gusto aquí, y menos a los que habitualmente le preguntaban que si no se aburría, que cómo podía vivir allí tan alejado de todo, en un sitio con unos 30 vecinos y donde la gente joven no era precisamente un valor al alza... y aún así, allí llevaba ya tres años con muchos proyectos en su cabeza, comentándome que al contrario de lo que la gente cree, a él los días se le hacen cortos, que tiene muchas cosas por hacer, que le ocupan y preocupan, y sobre todo por el aura de armonía y espiritualidad que ha encontrado y que se respira estando allí, a su lado...

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1. Para ver una selección de fotos del Camino Lebaniego, realizadas con el móvil, podéis hacer clic en ESTE ENLACE.

2. Podéis ver un vídeo de 10 minutos, realizado con el móvil en ESTE ENLACE.

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