Las andanzas de un lobo estepario extremeño.

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"Viajar en bici es hacer más grande el Mundo. Es aprender lo esencial de la vida. Es vivir el presente sobre todas las cosas. El placer del cicloturismo está mucho más en el camino que en el destino, son los medios los que justifican el fin. Durante días, semanas o meses, no necesitas más que lo que llevas a cuestas
" (del artículo: "Con la casa a cuestas", revista: Bike Rutas, Nº 4, 1999)

1 feb 2015

Senderismo por Extremadura: III Ruta del Valle del Esperabán (Las Hurdes)


Este domingo tocaba el turno del Valle del Esperabán, al que le tenía ganas, aunque ir y venir en el mismo día, la verdad, echa para atrás a cualquiera, porque es una paliza en bus, cuatro horas de ida y otras tantas de vuelta, lo que hace que uno esté más tiempo en el bus que haciendo la ruta, pero como tenía el 'mono' porque no había hecho nada desde navidades, y la semana anterior se estropearon mis planes de hacer la ruta de la “Transfrontera”, por la “Raya-Hispano Lusa”, en las cercanías de Valencia de Alcántara, hacía que una cosa compensara la otra, y ya a posteriori, después de hacer la ruta y del día particular que tuvimos, lo único que puedo decir es que el madrugón, el esfuerzo y la paliza del viaje, mereció la pena.

[Os dejo en este enlace una selección de algunas fotos en más resolución y comentadas, de la ruta, y en éste otro enlace, el track de la ruta, para el que esté interasado].

A las cinco de la mañana salimos de Zalamea y llegaríamos a la alquería del Castillo, con algo de retraso, en torno a las 9:20 de la mañana, después de dejar atrás la localidad a la que pertenece, Pinofranqueado, en las Hurdes bajas, por una carretera local estrecha, de curvas, en subida y con distintos desvíos para las diferentes alquerías de esta zona.

Bajada del bus, preparar el material, recoger acreditaciones, y “pa'lante como los de alicante”, porque prácticamente éramos los últimos en salir.

Buen ambiente, en una mañana fría, aunque para mi al menos, no tan fría como se preveía. El personal ya estaba con el chocolate caliente y los churros, porque si bien éramos casi los últimos en llegar, había dos rutas, la larga y la corta, y mientras que la primera en teoría debería haber salido sobre las 9, la corta lo haría sobre las 10, de ahí que a pesar de llegar tarde hubiera todavía mucha gente en esta calle donde estaba la recepción.

Tras un corto paseo siguiendo las indicaciones pintadas en el suelo, callejeamos un poco por las calles estrechas y retuertas de esta alquería que nos muestra su arquitectura, aunque de arquitectura popular ya queda poco, a parte del trazado serpenteante de sus estrechas callejuelas.

 
Callejuela típica de la alquería de El Castillo.
Salimos de la alquería dejando atrás sus últimas casas y directamente, sin anestesia, comienza la ruta con un fuerte repecho hasta llegar a un camino-pista que nos adentra en un pinar, por el que iríamos de forma algo más cómoda, aunque siempre en ligera subida, durante unos dos o tres kilómetros, siempre envueltos por los pinos que flanquean el camino unas veces, pista otras, por el que vamos caminando. Un tramo algo aburrido, donde el dicho “los árboles no dejan ver el bosque” toma significado, porque a penas podemos disfrutar del paisaje que nos rodea.

 Inicio de la ruta al poco de dejar atrás las últimas casas de la alquería del Castillo.

Al llegar al primer avituallamiento cambia el panorama, hay gente que ya le cuesta llegar hasta aquí, y es lo más cómodo, así que con sólo ver hasta donde tienen que subir, muchos dan la media vuelta e intentarán hacer la ruta corta, sin embargo, para mi es justo en este punto, a unos tres kilómetros del inicio, donde realmente comienza lo bueno, lo mejor de la ruta, que va 'in crescendo', de menos a más, porque si bien es cierto que a partir de este punto es donde comienza lo más duro de la ruta, la verdadera subida a la cima de la Bolla, también es cierto que es donde más se disfruta del entorno y de unas magníficas vistas, bastantes nítidas al principio de la subida, aunque la “boina” que permanece en las alturas, o sea, las nubes oscuras que se cernían sobre la cima, hacían pensar que quizás desde arriba no íbamos a poder disfrutar de las vistas en 360 grados que se se pueden contemplar desde allí.

Justo dejar atrás el coche del primer avituallamiento y el camino-pista cómodo que traíamos se convierte en sendero con un buen desnivel de subida, rodeado de piedras de pizarras en crestas, con agujas, muy similar a los famosos dientes de perro de la zona esteparia de la Serena, aunque cambiando el llano por terrero más montañoso, al tiempo que el bosque de pinos desaparece para dejar paso a vegetación de arbustos como brezos y madroños, lo que deja al descubierto una vistas portentosas, siempre con el valle del Arroyo de la Zambrana a nuestra derecha, que conforme vamos subiendo nos va pareciendo más imponente, más profundo, más salvaje, más agreste... mientras que a nuestra izquierda, se encuentra otro valle, el del Guijarro Blanco, quizás menos impactante, pero también espectacular, y es que es una gozada subir por este sendero mitad piedra mitad tierra, entre rocas y brezos, por esta cuerda de la sierra a modo de línea divisoria entre los dos valles. Mucho más adelante, casi al término de la ruta, cruzaremos las aguas del arroyo de la Zambrana, justo cuando sus frías aguas van a morir al río Esperabán, cuyo valle es del que toma el nombre esta ruta.


Con forme más subimos más dura se va haciendo la subida, y el hecho de ser un sendero y que en algunas zonas se muestre algo resbaladizo por estar el terreno y la piedra helados, obligan a ir a los senderistas en fila de a uno, en fila india, no siendo terreno apropiado para ir adelantando a aquellos que se ven más fatigado, pero ¿quién necesita adelantar?, ¿quién quiere ir con prisas?, es más, voy parando de vez en cuando para hacer algunas fotos o simplemente a partándome de la senda para contemplar las imponentes vistas valle a bajo, viendo desde las alturas, al fondo, el típico paisaje hurdano, de terreno montañoso, áspero, pizarroso, estéril, más cuanto más se sube, porque abajo en el valle, el bosque de pinos y las alquerías dan el atisbo de vida a esta zona que, conforme avanza el día, comienza a despertar de este letargo invernal que provoca el frío matutino en la zonas umbrías de las profundidades del valle, donde hasta a los rayos de sol les cuesta trabajo acceder, y sin embargo, aquí arriba uno se siente cómodo, a pesar del frío, a gusto con uno mismo, contemplando las buenas vistas, sintiendo la naturaleza, sintiendo esta tierra, quizás con menos glamour que las tierras vecinas (el Ambroz o la Sierra de Gata), pero no por ello menos impactantes, aunque el que haya tanta gente, algunos nada más que quejándose de lo que hay que subir, o del frío que hace, o de esto o de aquello otro, entre resoplido y resoplido, le quita un poco de misticismo a este interesante tramo.

Estaba disfrutando y diciéndome a mi mismo que el madrugón y la paliza de autobús estaba mereciendo la pena, sobre todo después del tanteo de los primeros kilómetros iniciales donde dudaba de si había sido una buena elección venir en estas circunstancias hasta aquí.

La subida continuada por sendero termina al coronar el primer alto, después unos metros de bajada pronunciada en la umbría formada por una zona de matorral y arboleda, donde se ponen a prueba las rodillas, para continuar un pequeño tramo por una zona en semidescenso, antes de afrontar otro duro repecho, donde el color blanco de la helada ya comienza a predominar antes de llegar al segundo alto, desde donde se tienen ya una excelentes vistas del pico de la Bolla, así como de todo el valle del arroyo de la Zambrana, visto ahora casi desde su cabecera.


Desde aquí toca bajar unos metros por cortafuegos para llegar hasta el punto donde se encuentra el segundo avituallamiento, en donde el viento ya comienza a soplar con más fuerza y su aliento gélido obliga a abrochar cremalleras y a colocarnos la ropa que ha podido sobrar durante la subida.

Desde el avituallamiento se ve claramente como después de continuar con una corta bajada, comienza repentina otra pendiente hasta alcanzar la parte alta de la Bolla, siempre continuando la línea del cortafuego, y continuando bordeando el alto por la parte izquierda, algo fácil de observar viendo la fila de senderistas, que cual rosario de la aurora, andan desperdigados con sus coloridas chaquetas cortafuego hacia delante, cual hormiguitas en el camino, en medio de un paisaje cada vez más blanco, cada vez más frío, porque aquí arriba, en las alturas, no hay protección contra el viento, el valle ya no nos protege, tampoco hay zona de grandes arboledas, el viento sopla a su antojo erosionando el terreno, desgastándolo.


La línea a seguir marcada por el cortafuegos aparece nítida ante nosotros, recalcada entre el blanco de la cima, cual cicatriz en la tierra que recorre toda esta cuerda de la sierra, mientras a nuestra derecha se abre en canal el valle de la Zambrana, ahora vista desde su cabecera, desde la parte más alta.

Quizás en otro momento, en otra situación, un cortafuego en medio de una zona 'pelada' resultara más insípido, más insulso, pero la naturaleza nos ha regalado esta mañana de domingo unos bellos efectos visuales, impactantes, espectaculares, con los claros contrastes del color blanco del hielo-nieve que cubre la parte alta, así como los efectos de la cencellada sobre la poca arboleda que persiste en la parte izquierda, suroeste, con el color verde intenso, a menos alatura, de los montes de pinos del fondo; un contraste visual digno de ver y con el que todos los que por allí pasamos nos deleitamos, así que el personal no paraba de hacer fotos.

Senderistas en el último tramo de la subida a la Bolla.

Conviene parar de vez en cuando no sólo para hacer alguna que otra foto, sino para contemplar estas amplias vistas en 360 grados; vistas claras hacia los cuatro puntos cardinales, gracias a que el tiempo, o mejor, las nubes, nos han respetado, esfumando el miedo que tenía de no poder ver nada al llegar aquí, imaginado que igual las nubes iban a estar agarradas a la cima y la niebla nos impediría disfrutar de estas panorámicas: en dirección suroeste se abre un valle, en plena sierra de Gata, donde se divisan fácilmente Robledillo de Gata y Cadalso, más al fondo debería estar Cadalso, pero así, sin prismáticos, no llego a verlo, y más al fondo aún debería aparecer el cerro sobre el que se asienta Santibañez el Alto; al norte tenemos el claro contraste entre una zona llana como la palma de la mano, la zona salmantina, anegada de pueblicitos encabezados por Ciudad Rodrigo, y una zona montañosa que la rodea por el sur con la Sierra de Gata y las Hurdes, y por el este con la Sierra de Francia y las Batuecas; en dirección noroeste, más del típico paisaje hurdano, y al sureste, al darnos la vuelta, al fondo, las tierras del Ambroz y Granadilla..

Arriba todo está helado, del vértice geodésico sale una cresta vertical de hielo cincelada por la ventisca y en donde casi todos quieren hacerse una foto; unos metros más adelante, las ruinas de antiguas construcciones de piedra también están heladas, sobre todo sus zonas exteriores, siendo en esta punto donde más arrecia la ventisca, que en ocasiones nos hace perder el equilibrio y provoca que la sensación térmica se desplome, y el frío sea más acuciante, en donde sacar la cámara para hacer una foto se convierte en un gesto de valentía porque al momento las manos se quedan casi congeladas; pero como se suele decir; “dentro lo malo siempre hay algo bueno” y viceversa, y así, en el tramo en “V” que une la cima de la Bolla (1.518 m.) con el de la Bolla chica, siguiendo la línea del cortafuegos, de nuevo otra sorpresa, ahora a nuestra derecha, en una zona de pinos en la que los más próximos se muestran completamente blancos en claro contraste con el fondo verde del paisaje hurdano que tienen tras ellos, siendo evidente el efecto de la cencellada producto de la humadad, las bajas temperatura y la ventisca... sin duda el recorrido estaba mereciendo muy y mucho la pena, y los miedos iniciales a que fuera una ruta más, una ruta simplona, se diluyeron ya hace tiempo, y más en un día como el de hoy donde la naturaleza, tan caprichosa muchas veces, nos ha regalado estos contrastes, este juego de colores, y estas panorámicas, y por si fuera poco, en toda la parte alta de la Bolla, el frío y la ventisca han puesto el puntito extra a la ruta, haciendo que toda en su conjunto, sea difícil de olvidar.

 Contrastes entre el blanco de la parte alta de la cima de la Bolla y el verde del fondo de sierras y valles a menos altura.

 Ruinas de antiguas construcciones de piedra en la cima de la Bolla (1.518m), completamente heladas

En el vértice de la “V” que forma la unión de la Bolla con la Bolla chica, se encuentra el tercer y último punto de avituallamiento, ahí es donde definitivamente dejamos el cortafuegos para comenzar una bajada meteórica, primero pro una bonita senda entre pinos blanquecinos, mitad nieve, mitad hielo, una senda con un paisaje que bien parece haber salido de una postal de navidad, donde pasamos algún que otro arroyo con apenas unos hilos de agua, prácticamente congelados, cual si estalactitas se tratara, en lo que en años anteriores, más lluviosos, era una pequeña cascada según comentan algunos senderistas al pasar por allí...

 Vistas en la bajada de la Bolla.
Sendero de bajada hacia la alquería de Erías.

Lástima que este tramo de sendero no llegue hasta abajo, hasta la alquería de Erías, sino que acaba desembocando en un camino-pista, con buena huella, pero como suele suceder, más aburrido, más monótono, aunque las vistas del valle del Esparabán al fondo, flanqueado en primer término por la pequeña alquería de Erias, y la de Aldehuela al fondo, detrás y algo a la izquierda (en el sentido de la bajada), mitigan o contrarrestan lo negativo e insulso del camino-pista entre pinares.

Llegamos a la alquería de Erias, también perteneciente a Pinofranqueado, a orillas del Esperabán, donde apenas un puñado de lugareños nos reciben. A la entrada, dos abuelas sentadas y un hombre, un tambolilero hurdano, entretiene a los senderistas que van llegando, tocando el tambor y la flauta, aunque en esta ocasión no va vestido con el traje típico, como en las fotos que he visto de años anteriores. La gente se fotografía con él, graba en vídeo, al tiempo que pienso que en su vida habrán visto pasar tanta gente por esta alquería, en su vida habrán visto tanto ajetreo y tanta algarabía como en estos tres años que se lleva haciendo esta ruta...

 Personajes y rostros de la alquería de Erías.

Arquitectura tradicional en la alquería de Erías.

Continuamos camino, ahora sólo toca llanear unos kilómetros paralelos a las vueltas y revueltas que hace el río, formando esos meandros imposibles al abrirse paso entre la roca pizarrosa y siempre acompañados en su caminar por esos minimalistas bancales hurdanos en los que tanto se afanaron las gentes que otrora habitaron estas tierras con tal de ganar a la naturaleza un pedazo de terreno fértil en el que poder tener algún que otro árbol frutal, algún castaño o algún olivo, y un 'cacho' de huerta, pura subsistencia. Bancales o terrazas recubiertos de muros de piedra y caminos flanqueados por muros pizarrosos de metro y medio de altura como por el que transitamos en nuestra ruta uniendo estas dos alquerías, Erias y Castillo.

Es sin duda uno de los tramos más bonitos de la ruta, donde se puede respirar la esencia hurdana mientras seguimos por un camino empedrado, entre muros, antaño utilizado (continuando más allá de Erias) para comunicar las Hurdes con las tierras de Castilla y León, en una especie de ruta de comercio o de intercambio.

Este valle del Esperabán es toda una sorpresa, es la guinda que colma esta buena ruta, convirtiendo el final de ésta en una apoteosis visual, donde no hay ganas de terminar a pesar del tiempo que llevamos ya caminando, sino de disfrutar del entorno, convirtiendo este tramo en un paseo agradable, delicioso, sin esfuerzos, parando cada poco metros, bien para observar, bien para fotografiar cada rincón, cada meandro del río, cada bancal o terraza, cada muro de separación, cada arroyo cuyas aguas van a morir al Esperabán, cada pequeño, simplista, sencillo y minimalista puente apoyado en sus extremos por torreones de piedra pizarrosa, con una sencillez que hace que quede totalmente integrado en el entorno como si fuera un elemento natural más, que es lo que lo hace bonito más digno... en fin, un lugar que parece mantenerse igual que hace tantos años, a pesar del paso inexorable del tiempo, un lugar digno de ver y disfrutar, donde todo está en armonía, en conjunción, integrado en el entorno... aquí no hay vallas ni elementos artificiales, aquí las separaciones se hacían con muros de pizarra, piedra a piedra, y si los muros hablaran lo harían del trabajo, del esfuerzo, del sudor, del tesón y de la infinita paciencia con el que fueron construidos por los hurdanos, y por suerte, ese trabajo a podido perdurar en el tiempo o incluso se podría decir que el paso del tiempo ha ayudado más a que estos nuevos elementos que se fueron incorporando, como: terrazas, muros de piedra, puentes sencillos, pasos de piedra para cruzar arroyos, canales o acequias incrustados en la piedra para llevar el agua de un sitio a otro, etc., no haya hecho sino integrase aún más en el entorno.

El Esperabán abriéndose paso entre lapiedra pizarrosa.
 Sencillo puente sobre el valle del Esperabán.
Meandro sobre el río Esperabán

Por si todo fuera poco, un grupo de mujeres, supongo contratadas al igual que otros años hicieron con el tambolilero, vestidas con ropajes más rurales, y simulando un grupo de mujeres hurdanas, ayudadas por una botella de anís que utilizan como único instrumento musical, cantan canciones típicas afanándose en agradar a su paso a los senderistas, que ya de por si van encantados con este final de recorrido.


Y extasiados por este entorno y esta buena ruta, llegamos de nuevo a la alquería del Castillo, en medio de un buen ambiente de senderistas donde se unen los que realizaron la ruta larga y los de la corta, en busca de las merecidas migas, acompañadas de un buen caldo o un chocolate, y donde independientemente de que estuvieran mejor o peor, lo cierto es que entraron con ganas después de cinco horas y pico de recorrido, aunque eso sí, con muchísimas paradas, unas veces para disfrutar y otras porque la fila india que se formaba en la subida hacía complicado el avanzar con fluidez...

En resumen, una ruta que me ha “llenado”, que ha ido de menos a más, comenzando por un tramo algo insulso, de unos dos o tres kilómetros por camino-pista entre pinares, siguiendo por un largo tramo de sendero en subida entre roca pizarrosa y brezos, con unas buenas vistas a los dos valles, el de la Zambrana y el del Guijarro Blanco, al que le siguen las inmejorables panorámicas hacia los cuatro puntos cardinales que se tienen desde la zona alta de la Bolla, donde además el día nos agasajó con un espectáculo visual de claros contrastes entre la cencellada blanca en árboles y el blanco de hielo y nieve del suelo, con el verde pino de los montes y valles de fondo, y por si fuera poco, un descenso por sendereo arbolado que más bien se asemejaba una postal navideña; para terminar, de postre, el recorrido entre las dos alquerías por el Valle del Esperabán donde el paso del tiempo parece haberse estancado y todo permanece igual...

Lo peor del día, las otras cuatro hora de bus de regreso a casa, pero al menos, el madrugón y la paliza de bus han merecido muy y mucho la pena...


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