Este
domingo tocaba el turno del Valle del Esperabán, al que le
tenía ganas, aunque ir y venir en el mismo día, la verdad, echa
para atrás a cualquiera, porque es una paliza en bus, cuatro horas
de ida y otras tantas de vuelta, lo que hace que uno esté más
tiempo en el bus que haciendo la ruta, pero como tenía el 'mono'
porque no había hecho
nada desde navidades, y la semana anterior se estropearon mis planes
de hacer la ruta de la “Transfrontera”, por la
“Raya-Hispano Lusa”, en las cercanías de Valencia de
Alcántara, hacía que una cosa compensara la otra, y ya a
posteriori, después de hacer la ruta y del día particular que
tuvimos, lo único que puedo decir es que el madrugón, el esfuerzo y
la paliza del viaje, mereció la pena.
[Os dejo en este enlace una selección de algunas fotos en más resolución y comentadas, de la ruta, y en éste otro enlace, el track de la ruta, para el que esté interasado].
A
las cinco de la mañana salimos de Zalamea y llegaríamos a la
alquería del Castillo, con algo de retraso, en torno a las
9:20 de la mañana, después de dejar atrás la localidad a la que
pertenece, Pinofranqueado, en las Hurdes bajas, por una
carretera local estrecha, de curvas, en subida y con distintos
desvíos para las diferentes alquerías de esta zona.
Bajada
del bus, preparar el material, recoger acreditaciones, y “pa'lante
como los de alicante”, porque prácticamente éramos los
últimos en salir.
Buen
ambiente, en una mañana fría, aunque para mi al menos, no tan fría
como se preveía. El personal ya estaba con el chocolate caliente y
los churros, porque si bien éramos casi los últimos en llegar,
había dos rutas, la larga y la corta, y mientras que la primera en
teoría debería haber salido sobre las 9, la corta lo haría sobre
las 10, de ahí que a pesar de llegar tarde hubiera todavía mucha
gente en esta calle donde estaba la recepción.
Tras
un corto paseo siguiendo las indicaciones pintadas en el suelo,
callejeamos un poco por las calles estrechas y retuertas de esta
alquería que nos muestra su arquitectura, aunque de arquitectura
popular ya queda poco, a parte del trazado serpenteante de sus
estrechas callejuelas.
Callejuela típica de la alquería de El Castillo.
Salimos
de la alquería dejando atrás sus últimas casas y directamente, sin
anestesia, comienza la ruta con un fuerte repecho hasta llegar a un
camino-pista que nos adentra en un pinar, por el que iríamos de
forma algo más cómoda, aunque siempre en ligera subida, durante
unos dos o tres kilómetros, siempre envueltos por los pinos que
flanquean el camino unas veces, pista otras, por el que vamos
caminando. Un tramo algo aburrido, donde el dicho “los árboles
no dejan ver el bosque” toma significado, porque a penas
podemos disfrutar del paisaje que nos rodea.
Inicio de la ruta al poco de dejar atrás las últimas casas de la alquería del Castillo.
Al
llegar al primer avituallamiento cambia el panorama, hay gente que ya
le cuesta llegar hasta aquí, y es lo más cómodo, así que con sólo
ver hasta donde tienen que subir, muchos dan la media vuelta e
intentarán hacer la ruta corta, sin embargo, para mi es justo en
este punto, a unos tres kilómetros del inicio, donde realmente
comienza lo bueno, lo mejor de la ruta, que va 'in crescendo',
de menos a más, porque si bien es cierto que a partir de este punto
es donde comienza lo más duro de la ruta, la verdadera subida a la
cima de la Bolla, también es cierto que es donde más
se disfruta del entorno y de unas magníficas vistas, bastantes
nítidas al principio de la subida, aunque la “boina” que
permanece en las alturas, o sea, las nubes oscuras que se cernían
sobre la cima, hacían pensar que quizás desde arriba no íbamos a
poder disfrutar de las vistas en 360 grados que se se pueden
contemplar desde allí.
Justo
dejar atrás el coche del primer avituallamiento y el camino-pista
cómodo que traíamos se convierte en sendero con un buen desnivel de
subida, rodeado de piedras de pizarras en crestas, con agujas, muy
similar a los famosos dientes de perro de la zona esteparia de la
Serena, aunque cambiando el llano por terrero más montañoso,
al tiempo que el bosque de pinos desaparece para dejar paso a
vegetación de arbustos como brezos y madroños, lo que deja al
descubierto una vistas portentosas, siempre con el valle del
Arroyo de la Zambrana a nuestra derecha, que conforme vamos
subiendo nos va pareciendo más imponente, más profundo, más
salvaje, más agreste... mientras que a nuestra izquierda, se
encuentra otro valle, el del Guijarro Blanco, quizás
menos impactante, pero también espectacular, y es que es una gozada
subir por este sendero mitad piedra mitad tierra, entre rocas y
brezos, por esta cuerda de la sierra a modo de línea divisoria entre
los dos valles. Mucho más adelante, casi al término de la ruta,
cruzaremos las aguas del arroyo de la Zambrana, justo
cuando sus frías aguas van a morir al río Esperabán, cuyo
valle es del que toma el nombre esta ruta.
Con
forme más subimos más dura se va haciendo la subida, y el hecho de
ser un sendero y que en algunas zonas se muestre algo resbaladizo por
estar el terreno y la piedra helados, obligan a ir a los senderistas
en fila de a uno, en fila india, no siendo terreno apropiado para ir
adelantando a aquellos que se ven más fatigado, pero ¿quién
necesita adelantar?, ¿quién quiere ir con prisas?, es más, voy
parando de vez en cuando para hacer algunas fotos o simplemente a
partándome de la senda para contemplar las imponentes vistas valle
a bajo, viendo desde las alturas, al fondo, el típico paisaje
hurdano, de terreno montañoso, áspero, pizarroso, estéril, más
cuanto más se sube, porque abajo en el valle, el bosque de pinos y
las alquerías dan el atisbo de vida a esta zona que, conforme avanza
el día, comienza a despertar de este letargo invernal que provoca el
frío matutino en la zonas umbrías de las profundidades del valle,
donde hasta a los rayos de sol les cuesta trabajo acceder, y sin
embargo, aquí arriba uno se siente cómodo, a pesar del frío, a
gusto con uno mismo, contemplando las buenas vistas, sintiendo la
naturaleza, sintiendo esta tierra, quizás con menos glamour que las
tierras vecinas (el Ambroz o la Sierra de Gata),
pero no por ello menos impactantes, aunque el que haya tanta gente,
algunos nada más que quejándose de lo que hay que subir, o del frío
que hace, o de esto o de aquello otro, entre resoplido y resoplido,
le quita un poco de misticismo a este interesante tramo.
Estaba
disfrutando y diciéndome a mi mismo que el madrugón y la paliza de
autobús estaba mereciendo la pena, sobre todo después del tanteo de
los primeros kilómetros iniciales donde dudaba de si había sido una
buena elección venir en estas circunstancias hasta aquí.
La
subida continuada por sendero termina al coronar el primer alto,
después unos metros de bajada pronunciada en la umbría formada por
una zona de matorral y arboleda, donde se ponen a prueba las
rodillas, para continuar un pequeño tramo por una zona en
semidescenso, antes de afrontar otro duro repecho, donde el color
blanco de la helada ya comienza a predominar antes de llegar al
segundo alto, desde donde se tienen ya una excelentes vistas del pico
de la Bolla, así como de todo el valle del arroyo de la
Zambrana, visto ahora casi desde su cabecera.
Desde
aquí toca bajar unos metros por cortafuegos para llegar hasta el
punto donde se encuentra el segundo avituallamiento, en donde el viento
ya comienza a soplar con más fuerza y su aliento gélido obliga a
abrochar cremalleras y a colocarnos la ropa que ha podido sobrar
durante la subida.
Desde
el avituallamiento se ve claramente como después de continuar con
una corta bajada, comienza repentina otra pendiente hasta alcanzar la
parte alta de la Bolla, siempre continuando la línea del
cortafuego, y continuando bordeando el alto por la parte izquierda,
algo fácil de observar viendo la fila de senderistas, que cual
rosario de la aurora, andan desperdigados con sus coloridas chaquetas
cortafuego hacia delante, cual hormiguitas en el camino, en medio de
un paisaje cada vez más blanco, cada vez más frío, porque aquí
arriba, en las alturas, no hay protección contra el viento, el valle
ya no nos protege, tampoco hay zona de grandes arboledas, el viento
sopla a su antojo erosionando el terreno, desgastándolo.
La
línea a seguir marcada por el cortafuegos aparece nítida ante
nosotros, recalcada entre el blanco de la cima, cual cicatriz en la
tierra que recorre toda esta cuerda de la sierra, mientras a nuestra
derecha se abre en canal el valle de la Zambrana, ahora
vista desde su cabecera, desde la parte más alta.
Quizás
en otro momento, en otra situación, un cortafuego en medio de una
zona 'pelada' resultara más insípido, más insulso, pero la
naturaleza nos ha regalado esta mañana de domingo unos bellos
efectos visuales, impactantes, espectaculares, con los claros
contrastes del color blanco del hielo-nieve que cubre la parte alta,
así como los efectos de la cencellada sobre la poca arboleda que
persiste en la parte izquierda, suroeste, con el color verde intenso,
a menos alatura, de los montes de pinos del fondo; un contraste
visual digno de ver y con el que todos los que por allí pasamos nos
deleitamos, así que el personal no paraba de hacer fotos.
Senderistas en el último tramo de la subida a la Bolla.
Conviene
parar de vez en cuando no sólo para hacer alguna que otra foto, sino
para contemplar estas amplias vistas en 360 grados; vistas claras
hacia los cuatro puntos cardinales, gracias a que el tiempo, o mejor,
las nubes, nos han respetado, esfumando el miedo que tenía de no
poder ver nada al llegar aquí, imaginado que igual las nubes iban a
estar agarradas a la cima y la niebla nos impediría disfrutar de
estas panorámicas: en dirección suroeste se abre un valle, en
plena sierra de Gata, donde se divisan fácilmente Robledillo
de Gata y Cadalso, más al fondo debería estar Cadalso,
pero así, sin prismáticos, no llego a verlo, y más al fondo aún
debería aparecer el cerro sobre el que se asienta Santibañez el
Alto; al
norte tenemos el claro contraste entre una zona llana como la palma
de la mano, la zona salmantina, anegada de pueblicitos encabezados
por Ciudad Rodrigo, y una zona montañosa que la rodea por el
sur con la Sierra de Gata y las Hurdes, y por el
este con la Sierra de Francia y las Batuecas; en
dirección noroeste, más del típico paisaje hurdano, y al
sureste, al darnos la vuelta, al fondo, las tierras del Ambroz
y Granadilla..
Arriba
todo está helado, del vértice geodésico sale una cresta vertical
de hielo cincelada por la ventisca y en donde casi todos quieren
hacerse una foto; unos metros más adelante, las ruinas de antiguas
construcciones de piedra también están heladas, sobre todo sus
zonas exteriores, siendo en esta punto donde más arrecia la
ventisca, que en ocasiones nos hace perder el equilibrio y provoca
que la sensación térmica se desplome, y el frío sea más
acuciante, en donde sacar la cámara para hacer una foto se convierte
en un gesto de valentía porque al momento las manos se quedan casi
congeladas; pero como se suele decir; “dentro lo malo siempre
hay algo bueno” y viceversa, y así, en el tramo en “V” que
une la cima de la Bolla (1.518 m.) con el de la Bolla
chica, siguiendo la línea del cortafuegos, de nuevo otra
sorpresa, ahora a nuestra derecha, en una zona de pinos en la que los
más próximos se muestran completamente blancos en claro contraste
con el fondo verde del paisaje hurdano que tienen tras ellos, siendo
evidente el efecto de la cencellada producto de la humadad, las bajas
temperatura y la ventisca... sin duda el recorrido estaba mereciendo
muy y mucho la pena, y los miedos iniciales a que fuera una ruta más,
una ruta simplona, se diluyeron ya hace tiempo, y más en un día
como el de hoy donde la naturaleza, tan caprichosa muchas veces, nos
ha regalado estos contrastes, este juego de colores, y estas
panorámicas, y por si fuera poco, en toda la parte alta de la
Bolla, el frío y la ventisca han puesto el puntito
extra a la ruta, haciendo que toda en su conjunto, sea difícil de
olvidar.
Contrastes entre el blanco de la parte alta de la cima de la Bolla y el verde del fondo de sierras y valles a menos altura.
Ruinas de antiguas construcciones de piedra en la cima de la Bolla (1.518m), completamente heladas
En
el vértice de la “V” que forma la unión de la Bolla
con la Bolla chica, se encuentra el tercer y último
punto de avituallamiento, ahí es donde definitivamente dejamos el
cortafuegos para comenzar una bajada meteórica, primero pro una
bonita senda entre pinos blanquecinos, mitad nieve, mitad hielo, una
senda con un paisaje que bien parece haber salido de una postal de
navidad, donde pasamos algún que otro arroyo con apenas unos hilos
de agua, prácticamente congelados, cual si estalactitas se tratara,
en lo que en años anteriores, más lluviosos, era una pequeña
cascada según comentan algunos senderistas al pasar por allí...
Vistas en la bajada de la Bolla.
Sendero de bajada hacia la alquería de Erías.
Lástima
que este tramo de sendero no llegue hasta abajo, hasta la alquería
de Erías, sino que acaba desembocando en un camino-pista, con
buena huella, pero como suele suceder, más aburrido, más monótono,
aunque las vistas del valle del Esparabán al fondo,
flanqueado en primer término por la pequeña alquería de Erias,
y la de Aldehuela al fondo, detrás y algo a la izquierda (en
el sentido de la bajada), mitigan o contrarrestan lo negativo e
insulso del camino-pista entre pinares.
Llegamos
a la alquería de Erias, también perteneciente a
Pinofranqueado, a orillas del Esperabán, donde
apenas un puñado de lugareños nos reciben. A la entrada, dos
abuelas sentadas y un hombre, un tambolilero hurdano, entretiene a
los senderistas que van llegando, tocando el tambor y la flauta,
aunque en esta ocasión no va vestido con el traje típico, como en
las fotos que he visto de años anteriores. La gente se fotografía
con él, graba en vídeo, al tiempo que pienso que en su vida habrán
visto pasar tanta gente por esta alquería, en su vida habrán visto
tanto ajetreo y tanta algarabía como en estos tres años que se
lleva haciendo esta ruta...
Personajes y rostros de la alquería de Erías.
Arquitectura tradicional en la alquería de Erías.
Continuamos
camino, ahora sólo toca llanear unos kilómetros paralelos a las
vueltas y revueltas que hace el río, formando esos meandros
imposibles al abrirse paso entre la roca pizarrosa y siempre
acompañados en su caminar por esos minimalistas bancales hurdanos en
los que tanto se afanaron las gentes que otrora habitaron estas
tierras con tal de ganar a la naturaleza un pedazo de terreno fértil
en el que poder tener algún que otro árbol frutal, algún castaño
o algún olivo, y un 'cacho' de huerta, pura subsistencia. Bancales o
terrazas recubiertos de muros de piedra y caminos flanqueados por
muros pizarrosos de metro y medio de altura como por el que
transitamos en nuestra ruta uniendo estas dos alquerías, Erias
y Castillo.
Es
sin duda uno de los tramos más bonitos de la ruta, donde se puede
respirar la esencia hurdana mientras seguimos por un camino
empedrado, entre muros, antaño utilizado (continuando más allá de
Erias) para comunicar las Hurdes con las tierras de
Castilla y León, en una especie de ruta de comercio o de
intercambio.
Este
valle del Esperabán es toda una sorpresa, es la guinda
que colma esta buena ruta, convirtiendo el final de ésta en una
apoteosis visual, donde no hay ganas de terminar a pesar del tiempo
que llevamos ya caminando, sino de disfrutar del entorno,
convirtiendo este tramo en un paseo agradable, delicioso, sin
esfuerzos, parando cada poco metros, bien para observar, bien para
fotografiar cada rincón, cada meandro del río, cada bancal o
terraza, cada muro de separación, cada arroyo cuyas aguas van a
morir al Esperabán, cada pequeño, simplista, sencillo y
minimalista puente apoyado en sus extremos por torreones de piedra
pizarrosa, con una sencillez que hace que quede totalmente integrado
en el entorno como si fuera un elemento natural más, que es lo que
lo hace bonito más digno... en fin, un lugar que parece mantenerse
igual que hace tantos años, a pesar del paso inexorable del tiempo,
un lugar digno de ver y disfrutar, donde todo está en armonía, en
conjunción, integrado en el entorno... aquí no hay vallas ni
elementos artificiales, aquí las separaciones se hacían con muros
de pizarra, piedra a piedra, y si los muros hablaran lo harían del
trabajo, del esfuerzo, del sudor, del tesón y de la infinita
paciencia con el que fueron construidos por los hurdanos, y por
suerte, ese trabajo a podido perdurar en el tiempo o incluso se
podría decir que el paso del tiempo ha ayudado más a que estos
nuevos elementos que se fueron incorporando, como: terrazas, muros de
piedra, puentes sencillos, pasos de piedra para cruzar arroyos,
canales o acequias incrustados en la piedra para llevar el agua de un
sitio a otro, etc., no haya hecho sino integrase aún más en el
entorno.
El Esperabán abriéndose paso entre lapiedra pizarrosa.
Sencillo puente sobre el valle del Esperabán.
Meandro sobre el río Esperabán
Por
si todo fuera poco, un grupo de mujeres, supongo contratadas al igual
que otros años hicieron con el tambolilero, vestidas con ropajes más
rurales, y simulando un grupo de mujeres hurdanas, ayudadas por una
botella de anís que utilizan como único instrumento musical, cantan
canciones típicas afanándose en agradar a su paso a los
senderistas, que ya de por si van encantados con este final de
recorrido.
Y
extasiados por este entorno y esta buena ruta, llegamos de nuevo a la
alquería del Castillo, en medio de un buen ambiente de
senderistas donde se unen los que realizaron la ruta larga y los de
la corta, en busca de las merecidas migas, acompañadas de un buen
caldo o un chocolate, y donde independientemente de que estuvieran
mejor o peor, lo cierto es que entraron con ganas después de cinco
horas y pico de recorrido, aunque eso sí, con muchísimas paradas,
unas veces para disfrutar y otras porque la fila india que se formaba
en la subida hacía complicado el avanzar con fluidez...
En
resumen, una ruta que me ha “llenado”, que ha ido de menos
a más, comenzando por un tramo algo insulso, de unos dos o tres
kilómetros por camino-pista entre pinares, siguiendo por un largo
tramo de sendero en subida entre roca pizarrosa y brezos, con unas
buenas vistas a los dos valles, el de la Zambrana y el
del Guijarro Blanco, al que le siguen las inmejorables
panorámicas hacia los cuatro puntos cardinales que se tienen desde
la zona alta de la Bolla, donde además el día nos
agasajó con un espectáculo visual de claros contrastes entre la
cencellada blanca en árboles y el blanco de hielo y nieve del suelo,
con el verde pino de los montes y valles de fondo, y por si fuera
poco, un descenso por sendereo arbolado que más bien se asemejaba
una postal navideña; para terminar, de postre, el recorrido entre
las dos alquerías por el Valle del Esperabán donde el
paso del tiempo parece haberse estancado y todo permanece igual...
Lo
peor del día, las otras cuatro hora de bus de regreso a casa, pero
al menos, el madrugón y la paliza de bus han merecido muy y mucho la
pena...
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