Las andanzas de un lobo estepario extremeño.

Aquí mis batallitas sobre cicloturismo, senderismo, montaña, viajes, naturaleza, música, teatro, ...

"Viajar en bici es hacer más grande el Mundo. Es aprender lo esencial de la vida. Es vivir el presente sobre todas las cosas. El placer del cicloturismo está mucho más en el camino que en el destino, son los medios los que justifican el fin. Durante días, semanas o meses, no necesitas más que lo que llevas a cuestas
" (del artículo: "Con la casa a cuestas", revista: Bike Rutas, Nº 4, 1999)

27 abr 2014

DÍA DEL LIBRO (2014) Y CICLOTURISMO...con Salva Rodriguez y su viaje por Asia en bicicleta.

Aunque publico esta entrada con retraso, lo cierto es que empecé a escribirla hace ya tiempo, pero por diversas circunstancias he ido retrasándome en su terminación y al final no logré tenerla publicada para el día del libro, que es como me hubiera gustado.

En esta entrada, creada para celebrar el día-semana del libro, toca comentar otro libro de cicloturismo y de nuevo vuelvo a la carga, al igual que el año pasado, con Salva Rodriguez, y su “viaje de cuento”, en esta ocasión dedicado a su recorrido en bici por Asia.

En este un libro que creo que se publicó las pasadas navidades, de nuevo Salva nos maravilla y nos deja con la boca abierta, porque sigue en la misma línea que en su recorrido por África, narrando las cosas que le suceden con ese don que tiene para escribir, de forma simple, amena, como si de un cuento se tratara, como si fuera algo que está al alcance de cualquiera, incluso cuando está en peligro su propia vida, pero sobre todo, con lo que más me identifico son con sus reflexiones de un viajero solitario, sus reflexiones o pensamientos de lobo estepario, que si bien es cierto que quizás a más de uno de los que hacemos algún viaje, buscando algo más que lo simplemente turístico, se nos ha pasado por la cabeza, no hemos sido capaces de plasmarlo y contarlo sobre el papel con la naturalidad con lo que él lo hace.

No conozco a Salva, a parte de leer sus dos libros, de intercambiar un par de correos con él, de ver algunos vídeos en youtube o de escuchar alguna que otra entrevista que le han hecho en algún programa de radio (las colocaré al final de este artículo para quien quiera escucharlas y así saber algo más sobre los tejemanejes de una vuelta al mundo en bici), pero tiene toda la pinta de ser un buen tipo, humilde y agradable en el trato, y la única pega que se le puede poner es esa tozudez en no compartir con todos nosotros sus aventuras y desventuras de su viaje en bicicleta alrededor del mundo, porque no fue sino después de recorrer África y Asia en bici, cuando en Japón por fin se decidió o le convencieron durante el camino, a partes iguales, para empezar a escribir, y así disponer también de una fuente de ingresos extra que le ayudara a continuar viajando, o quizás también contribuyera el destino, como en aquella ocasión en la que en un albergue o pequeña casa que le sirvió de refugio, se encontró al levantar la cabeza, con una frase escrita en la pared e iluminada por algún rayo de sol: “Storie only happen to those who are able to tell them” (Las historias solo suceden a quienes son capaces de contarlas).

Primero nos transmitió sus vivencias por África, donde ya nos dejó con un agradable sabor de boca, un buen y bonito libro de viajes, y después con este libro sobre Asia, con muchas más páginas pero escrito en la misma línea, suave, melodiosa, de cuento, y que no desmerece para nada al primero. Actualmente, Salva se encuentra en México, después de recorrer el continente americano de norte a sur, donde ya está manos a la obra escribiendo su tercer libro, América.

Pero entremos de lleno a comentar éste, al igual que el primero, magnífico libro sobre viajes y aventuras, donde además podemos disfrutar de toda una lección de geografía, de comportamientos sociales en los distintos países o zonas que recorre, de ecosistemas, de cómo dejar atrás ciertos clichés que se suponen a ciertos países o lugares, a determinada población, de sus reflexiones sencillas pero profundas, como no podían ser menos viniendo de un viajero de largo de recorrido, y de un sinfín de cosas que se puedan sacar de provecho desgranando este libro sobre Asia.

Al igual que el primero sobre África, comienza de menos a más, supongo que en el mismo camino que su estado de ánimo y su incertidumbre. Incertidumbre porque después de terminar su recorrido por África le asaltan las dudas: ¿regresar a casa o continuar viaje por Asia, y si opta por lo último, acometer definitivamente la vuelta al mundo?.

El principio de su recorrido comienza algo soso, como sin ganas, quizás por esa indecisión que he comentado ¿qué hacer?, ¿regresar a casa dejándose llevar por la nostalgia y la morriña o aventurarse por el Oriente Medio?, las ciudades de la Ruta de la Seda, las montañas de Asia Central, la India, el Tíbet, las montañas del sureste asiático, Japón... Para colmo, y además de estos dilemas mentales, a las primeras de cambio, tiene un serio percance donde apunto está de empotrarse con un camión cuando se empeña en intentar pasar el canal de Suéz por el túnel, a sabiendas de que está prohibido para bicicletas, pero algunas veces la 'imbecilidad' no tiene límites, y así, una vez más, su “buena estrella” o el “destino”, le da una nueva oportunidad, una nueva vida, por suerte para él y para nosotros que podemos seguir disfrutando de su viaje.

Pero lo cierto es que en la salida de Egipto por la península del Sinaí para llegar a Jordania, la única alegría que le da el viaje es una zona o área protegida del mar Rojo, donde se topa con un maravilloso y gigantesco arrecife de coral, pero ésta es una zona turística, y durante días tiene que lidiar con malandrines y timadores que van en busca del turista para exprimirlo, algo que le hastía sobremanera.

Decide atravesar Jordania y Siria, dos de sus países favoritos, donde ya ha estado en ocasiones anteriores, en línea recta, ¿por qué?, pues simplemente por necesidades del viaje, porque si quiere atravesar el Pamir y las montañas de Asia Central antes de que llegue el invierno, no puede andarse con rodeos por Oriente Medio, porque como él mismo dice, viajar en bicicleta tiene sus limitaciones, y una de ellas es la velocidad a la que te mueves. Así que en las páginas que dedica al recorrido por estos dos países, alterna sus dudas por un lado, y sus incertidumbre por otro, con los buenos momentos. Dudas, porque a pesar de ser libre para ir donde quiere y hacer lo que le apetezca, le asaltan con fuerza la morriña y la nostalgia de su tierra, sobre todo en su recorrido por estos dos países con un tipo de clima similar al de Andalucía y pedaleando entre olivos, frutales, amapolas, margaritas, adelfas, etc...; por otro lado está la incertidumbre de si regodearse más en ciertas lugares de estos países del Oriente Medio o andar con prisas para poder pasar las montañas de Asia Central, antes de que le pille de lleno del invierno, aunque más que incertidumbre es un cabreo consigo mismo por no poder disfrutar de sitios donde realmente le gustaría estar más tiempo debido a lo ya comentado; y por último, también nos describe su paso por bellos lugares y ciudades, como la zona del desierto de Ram, que según él sigue siendo el desierto de Lawrence de Arabia, y así, en Wadi Ram, pasa unos días donde cambia el pedaleo por la escalada: “Y Ram es un desierto sin fin, hay espacio suficiente para que escaladores, turistas, mochileros, y también ciclistas, disfrutemos de la belleza sin aglomeraciones; de hecho, llega a ser raro encontrarse con alguien una vez que estás dentro de algún cañón rocoso […] Wadi Ram, con sus decenas de verticales montañas de piedra surgiendo de la arena roja, sus laberínticos cañones, es sin duda uno de los lugares del mundo que dejan con la boca abierta a cualquiera. Allí me quedo una semana, cambiando pedales por arneses y prendado de las puestas de sol que enrojecen las montañas”. En cuanto a algunas de las ciudades o poblaciones de paso, destaca Hama, en SiriaViajero, dejar esta ciudad para ir a otra, más que una proeza es una estupidez. Aún cuando las luces de Isfahan esperan por ti encendidas en algún día del horizonte, las norias de Hama anulan el deseo de partir […] Así pues viajero, si te detienes en Hama, endurece tu corazón para decir adiós y seguir tu camino […] Hama te atrapa. Lazos invisibles. La cárcel más segura es para quien ama sin razones. Cuando un hombre no puede justificar los motivos que le atan a una ciudad, a una mujer, a una partitura, está irremediablemente condenado. Ama porque no puede hacer otra cosa”.

Una vez dejados atrás Jordania y Siria, ya se adentra en Turquía, y es cuando sin más miramientos hacia atrás, ya tiene claro que quiere viajar por Asia y seguir después completando la vuelta al mundo, un pensamiento que quizás no tenía en su cabeza cuando salió de Granada. Es a partir de aquí cuando realmente comienza la aventura de Asia, cuando sus notas sobre el viaje nos van encandilando, cuando va aumentando nuestra expectación, cuando nos vamos metiendo poco a poco, de puntillas, en este apasionante viaje, visitando con él los lugares y ciudades por los que pasa, las distintas culturas, los entornos naturales que a veces contempla con la boca abierta, a pesar de todo lo que ya ha visto, descubriendo con él las erróneas etiquetas que se le ponen a algunos países o sociedades, y sobre todo compartiendo sus reflexiones ya sea cuando pedalea en solitario por pasos de montañas nevados a 4000 metros o cuando empuja su bici por senderos de un palmo, por un barrizal o en medio de una selva sobrecogedora para nada etiquetada como “zona turística”, más bien todo lo contrario.

Entre las ciudades y lugares o entornos naturales por los que pasa, se pueden destacar, además de los ya comentados:

- La mítica e histórica zona entre los ríos Éufrates y Tigris, la Mesopotamia que podemos recordar de las clases de historia del colegio y del instituto, cantos de sirena de aquella mítica Babilonia: “El antiguo Creciente Fértil hace honor a su nombre y pedaleo por una tierra de abundancia, atravesada por ríos históricos, como el Éufrates o el Tigris. Una enorme región agricultora donde al arrancar una patata puede salir también una tesela babilónica o unas monedas con efigies romanas. Cada pueblo está lleno de antiguas inscripciones, mosaicos, lugares sagrados, tumbas...”.

- El lago Van, en pleno Kurdistán turco, Turquía: “Cuando llego al lago Van,... me relajo y reduzco la pedalada diaria para disfrutar de su idílica orilla occidental, donde cada diez kilómetros encuentro un perfecto panorama que contemplar tumbado en la yerba. Este lago es un limpio espejo donde se reflejan enormes montañas nevadas, con cientos de praderas para descansar un rato al borde del agua comiendo unas galletas, o acampar temprano y ser perezoso; un lugar muy hermoso solitario. Imagino que si no estuviera donde está, en pleno Kurdistán y a dos pasos de Irán e Irak, estaría más desarrollado para el turismo de montaña.

- La acampada frente al mítico bíblico monte Ararat, en Turquía, después de obtener el visado para Irán en el consulado iraní de Erzurum. Un impresionante volcán de 5.165 metros que se erige majestuoso y nevado desde las praderas de Dogubayazit: “...Al acampar, el atardecer me sobrecoge, la extensa pradera desde la que se eleva el famoso volcán es un lugar que tiene cierta magia, es fácil fantasear con la leyenda de Noé, cuyo arca dicen que quedó varada en la cima cuando aquello del diluvio. A la noche, la nieve brilla con una tenue luz, envuelta en la oscuridad y me adormilo un rato tumbado en la pradera...”.

- Tras su paso por el Kurdistán turco, en Tabriz se une a la mítica Ruta de la Seda, una ruta algo “más transitada”, donde puede encontrarse con otros cicloviajeros o mochileros, sobre todo en las grandes ciudades, o lugares turísticos, donde todos suelen coincidir en los sitios cuya estancia es más barata, atraídos como la moscas a la miel, aunque a pesar de todo, “viajar en bici no deja de ser algo minoritario”. Dentro ya de la Ruta de la Seda, visita ciudades auténticas joyas monumentales de Asia, como es el caso de Isfahán, en Irán, de la que escribe:es una ciudad de ensueño, llena de palacios, mezquitas, puentes maravillosos, parques; tal vez, la ciudad más hermosa de la ruta de la Seda. Mi lugar favorito es la inmensa plaza Iman Khomeini, un escenario mágico donde a la noche, cuando la temperatura es agradable, cientos de iraníes en familia se tumban con alfombras en la yerba y comen, fuman sus narguiles, beben té, charlan, juegan en un entorno monumental con el viejo palacio del Sha, las mezquitas y el bazar iluminados. No puedo evitar enamorarme de esta ciudad, de los puentes iluminados en la noche, de los poetas espontáneos que recitan versos junto al río y de los helados de azahar, que me provocan una irritante adicción”; o el caso de las ciudades de Samarkanda y Bukhara en Uzbekistán, aunque son muchas las ciudades a lo largo de esta ruta las que resultan joyas a nivel monumental: “... entrar a Bukhara tras haber cruzado el desierto del Karakum genera una sensación inolvidable, hace de viajar en bicicleta algo muy cercano a lo que llamamos 'felicidad' […] Las arenas inhóspitas del Karakum, como en un cuento de 'Las mil y una noches', terminan literalmente a pie de los minaretes y portales que se erigen por toda la ciudad, precediendo a una mezquita, una madrasa, un bazar. Bukhara es una ciudad pequeña, fácil de recorrer, un oasis para descansar unos días y reponerse de la insolación acumulada. Luminosas cerámicas, fuentes de agua, árboles, mercados con frutas y aromas de carnes a la brasa generan a quien ha soñado tantos años con llegar aquí y lo hace, además, exhausto tras el desierto, una emoción inolvidable”.

- De Kirguizistán, comenta que se ha convertido en uno de sus países favoritos: “Al salir de Talas, la carretera asfaltada me lleva lentamente a subir el piruval Otmek, a 3.300 metros, para cruzar a Susamyr, el corazón de Kirguizistán. Regreso a pistas de tierra y piedra, a la maravilla del aire puro, soledad y naturaleza virgen; este país se convertirá en uno de mis favoritos, un lugar al que volver si un día mi vida se encerrase en oficinas. Teniendo las alforjas llenas de comida, no hay ninguna preocupación, es raro pedalear más de diez minutos sin pasar por un hermoso rincón, detenerse a contemplar, hacer una foto, cada tarde es un paraíso para acampar en la yerba junto a un río, aunque el tiempo aquí es de alta montaña y tan pronto llueve como sale el sol o hace un viento del demonio; cuando acampo por encima de los 2.000 metros de altitud, amanece todo blanco y el agua de las botellas a medio congelar.

Vida silvestre. Me detengo, instalo la tienda, saco todo el material que voy a necesitar -que en la montaña suele ser prácticamente todo-, estiro un poco las piernas, hago ganas para el baño en el río... A finales de agosto, al agua ya no refresca, sino que me hiela la piel dejándola de color rojo cangrejo; pese a la respiración entrecortada, nada como sentirse limpio tras la paliza del día. Después, si es temprano preparo un café o directamente cocino la cena, paseo, me relajo contemplando el paisaje, escribo un rato..., para mí, es una vida de lujo. A la noche, el río me acompaña precipitando su alegría contra las piedras, me tumbo un rato a mirar las estrellas, la compañía silenciosa de la luna, y cuando siento el frío entro en la tienda, a dormir.

Ningún nómada kirguís me ha preguntado: '¿No te sientes solo?'. Ni nadie que haya acampado en un lugar hermoso haría esa pregunta, tan repetida en las ciudades. La belleza de este planeta, sean montañas, selvas o desiertos, es algo que despierta constantes diálogos dentro de quien la contempla, y mas allá de las palabras, del discurso mental con uno mismo, sobreviene un vibrante sentimiento de unión con todo alrededor. Desde las hormigas que recogen unos granos de azúcar hasta las lejana estrellas, la soledad llega a estar tan fuera de lugar como el frío en Zanzíbar.

Y si la tarde es el momento de la relajación, la mañana es el preámbulo de un estupendo día por venir. Despertar con al luz, sin escuchar ninguna alarma electrónica, es algo que pone contento a cualquiera. Desayuno sin prisas, recojo el material y la tienda, y monto en la bicicleta para vivir un día diferente otra vez...”.

- Siguiendo por Kirguizistán, se topa con el lago Song: La pista al lago Song atraviesa un espectacular cañón que termina encerrado ente una muralla de montañas, una de ellas está surcada por una blanca pista con decenas de zig-zags. Gracias a una suave lluvia, subo fresquito y en la cima del puerto, a 3.400 metros, para de llover y me quedo boquiabierto, no sé donde mirar, ni dónde hacer la foto. Tras de mí tengo la dramática subida de zetas que se convierte en una de mis fotos favoritas, pero enfrente... Song-Kol resulta ser más hermoso de lo que esperaba. Un lago azul en medio de una impresionante pradera verde cuyas montañas nevadas se asemejan a la corona de un rey. Las columnas de lluvia pintan este inabarcable panorama aquí y allí, en absoluto un lugar pequeño. Solamente el lago tiene casi cuatrocientos kilómetros cuadrados rodeados de pasto, el destino favorito de muchos nómadas que reparten con sus yurtas pinceladas blancas entre tanto verde”.

- En Kirguizistán, comenta al hilo de otro lago, el lago Isyk: “[...] tras el Titicaca, es el lago de montaña más grande del planeta, y, además de las espectaculares tormentas que se forman aquí, vaya uno a saber por qué motivo sus aguas están deliciosamente templadas a una altura de mil seiscientos metros, un lugar fantástico”.

- En la zona la zona fronteriza de Sary Tash, entre Kirguizistán y Tadjikistán, tiene que superar puertos de montaña de más de 3.000 metros, muy malos para el pedaleo, con mucha arena fina y piedra donde la bicicleta le patina, a lo que hay que sumar el peso que lleva (con la ropa para el frío y la comida), pero todo se ve recompensado con las vistas inolvidables con las que se encuentra, que le supone un auténtico 'chute' de energía, a lo que le sigue una acampada en las praderas de Sary Tash:En la segunda cota [del último paso montañoso que cruza] aparece una vista inolvidable, el ramal Alay de la cordillera Tien Shan. Un valle este-oeste de dimensiones tibetanas, con una muralla al sur de capirotes de nata, llena de seismiles y algún sietemil, como el pico Lenia. No es un lugar para humanos, somos demasiado pequeños para ese escenario. Hasta donde llega la vista no hay nada más que monstruos de nata y a la par cierta excitación, o preocupación, pensando: '¿Por dónde diablos pasa la carretera?'. Tras cerrar la boca, abrigarme y disfrutar unos momentos de la vista, me dejo caer a las praderas de Sary Tash. Una de las mejores acampadas del viaje, que me regala una energía inestimable para mis gastadas fuerzas.

Apenas puedo calcular los kilómetros que tengo hasta esta muralla de montañas (resultarán ser casi treinta), así pues, tratar de estimar la distancia hacia el fondo del valle... imposible. Y estoy completamente solo en semejante extensión, junto a un río por toda compañía. Helado. Tampoco olvidaré ese baño, mi piel no dejó un poro sin erizar y se tornó de un color rojo preocupante. Después, abrigado y con el saco de dormir echado por encima, preparo la cena con mi tienda orientada a ese horizonte donde viven los dioses. Hay momentos de este viaje que, al llegar a una ciudad y recordarlos, me parecen mentira, como si no hubiera podido vivir algo tan hermoso. Esta es de las ocasiones que incluso al vivirla dudo que esté siendo real.

A la mañana siguiente abro la tienda y ahí está todavía el Tien Shan, no ha sido un sueño. Reemprendo el viaje preguntándome por dónde va a adentrarse la carretera entre tanta montaña nevada y que es, obviamente, por el lugar menos alto. Entro en un valle glaciar, al comienzo del cual está la casa de Inmigración y salgo de Kirguzistán”.

- En el Pamir tayico (Tadjikistán), a pesar del cansancio por los desniveles a superar y la climatología adversa, se encuentra come pez en el agua, disfrutando como un crío al transitar por valles de cuento y picos épicos como él mismo comenta: “Pese al cansancio y al viento -es cierto que no se duerme bien con tanto meneo-, yo me siento alegre, ya he llegado al Pamir. Pedaleo con vistas a valles de gigantes, a picos de documentales, todo de una magnitud desproporcionada en la que cualquier referencia está demasiado lejos para hacer cálculo alguno. Me fascinan estas autopistas glaciares, lechos planos de decenas de kilómetros de amplitud flanqueados por montañas que se elevan verticalmente, alejados de cualquier civilización, tierra estéril, de clima extremo. En semejante escenario, si la tormenta llega no es lugar para estar con una bicicleta expuesto...”.

[…] En esta parte del Pamir […] tras dejar atrás la pequeña aldea Alichur y el río junto al que está viajando, todo lo que puedo alcanzar con mis ojos es un vasto panorama sin vida, inmenso. Aquí no hay nadie en kilómetros y kilómetros a la redonda, nadie..., y esta falta de edificios, gasolineras, torres telefónicas, de civilización en suma, en lugar de provocar desasosiego o inseguridad, me despierta una tremenda sensación de libertad, algo irracional más fácil de ser comprendido por un caballo salvaje que por alguien enchaquetado dentro de una oficina”.

- Es en este país, Tadjikistán, donde encuentra uno de los tramos de ruta más espectaculares del mundo, según él, y la forma en que describe las altas cumbres de siete mil metros no tiene desperdicio: “Es justo antes de entrar en el Wakhan cuando diviso por fin los nevados afganos de siete mil metros, que parecen una boca de tiburón abierta contra el cielo. La pista, un pedregal en pésimas condiciones, serpentea para rodear las quebradas del camino; cada vez que salgo de una de ellas, enfrento esa vista inolvidable. Son los quince kilómetros más espectaculares que hago en Asia, con un final grandioso: la unión del valle Amur con el Wakhan. Dos lechos planos, dos autopistas para gigantes, de donde surgen verticalmente los nevados del Hindu Kush lanzando al cielo azul destellos de plata. No sé cuánto tiempo estuve detenido con los brazos echados sobre el manillar y la boca abierta.

Este remoto lugar es una de las rutas más espectaculares del mundo que se pueden hacer en bicicleta, incluso en burro, pues si yo voy quejándome entre dientes por el estado de la carretera en el lado tayiko, al lado afgano lo único que hay es un pequeño sendero para burros tallado en la roca que da vértigo incluso desde la distancia”.

- Como ya comenté en su otro libro sobre África, Salva es un tipo que se mezcla, que se funde con la propia naturaleza, con la 'pachamama' (la Madre Tierra) formando una simbiosis, pura armonía, de donde toma su fuerza en los momentos más complicados, y así, en circunstancias y lugares donde cualquiera arrojaría la toalla o pasaría horas maldiciendo su mala suerte o la situación en la que se encuentra, cuando físicamente parece que peor está, es cuando más percibe todo lo que le rodea, cuando es consciente de que está en un sitio único, en un momento irrepetible, y cuando toma consciencia de ello, es cuando recibe esa inyección de adrenalina que le provoca un estado de felicidad indescriptible, tal y como narra en uno de los pasajes de su libro a su paso por una de las selvas por las que pedalea, en Indonesia: “Llevo cuarenta kilómetros por un sendero de dos palmos de anchura, golpeándome con piedras, raíces, ramas y troncos, restregándome con palmeras y hojas gigantes, vadeando ríos y empujando la bici en pendientes donde resbalo una y otra vez. Y casi oscurece. Hace un ahora que no veo el mínimo espacio para pasar la noche, la selva lo llena todo. Lo que al mediodía fue agotamiento, ahora es un dolor continuo, y nada importa, sigo asombrado. A cada poco me detengo para contemplar dos árboles gigantescos o unas raíces tentáculos, unas lianas asfixiando una palmera, un pájaro que canta con un sonido esdrújulo, casi acuático. Es inabarcable: no puedo ver ni oler siquiera un centésima parte de lo que me rodea. A mi alrededor, la naturaleza es exuberante hasta un extremo que rebase cualquier presunción de sentirse a salvo; puede ser un resbalón en el barro, una araña donde poner la mano, la ausencia del mínimo espacio para pasar la noche.

Aún de pie, jadeando, recibo la fuerza de la selva. Su beso insufla de vida cada rincón de mi cuerpo. La selva me arrolla, ocupa todos mis sentidos y me llena con más fuerza de la que yo puedo ejercer atravesándola. Cómo puedo sentir esta energía, estando tan extenuado, es inexplicable para mí”.

De igual modo, en otro de los pasajes dentro del capítulo que dedica a su pedaleo por los países de Camboya y Tailandia, comenta tras cruzar un humedal y dedicar más tiempo a quitar el barro de ruedas y frenos que a pedalear: “Si la vida es lucha y el confort está lejos, cada aliento es pura energía”.

- Entre las impresiones que le causa su viaje por Tailandia están las siguientes: “Yo me prendo de la Tailandia no turística, una maravilla de pueblo, y, tras comprobar que los parques nacionales están sobrevalorados, prescindo de visitar las paradisíacas islas, los -full moon parties-, y sigo hacia el norte, donde ya no llega el monzón. Todo está exuberante, lleno de flores, y en bicicleta nunca se viaja a una velocidad que pase por alto una flor bonita. Se hace incontable el número de veces que me detengo a contemplar el paisaje, a tomar una fotografía, mi ritmo de vida se ha ralentizado mucho en estos años de viaje.

Frutas deliciosas, ensaladas, arroz al wok, sopas..., los tailandeses son muy trabajadores y como consecuencia de ello tienen mercados abarrotados, llenos de competencia y precios bajos. Cuando tienen cien baths -dos euros-, se los gastan en whisky con el amigo, viven al día. Y yo, cada día que pasa me engancho más a este país lleno de imágenes exóticas, de niños pelones y ojos rasgados jugando entre templos, pagodas y budas, con una atmósfera de armonía difícil de superar. También de seguridad, Tailandia es uno de los países más seguros que he pisado, la ley del karma y la compasión budista se lleva a rajatabla”.

- De su periplo por Camboya, también nos deja unas notas sobre el lago Tonle, del que dice: “Después de haber visto varios pueblos flotantes en otros países, que en realidad eran casas sobre pilares en el agua, el lago Tonle me deja sin palabras: todo flota, real y literalmente. Desde las casas a la gasolinera, pasando por comercios, y por supuesto los vendedores, que llevan en la canoa lo mismo un restaurante que unas cajas con pan. Único”, y por supuesto, y como no podía ser de otro modo, sobre Angkor Wat, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO: “Angkor Wat, es uno de esos lugares que pondría sin dudar entre mis siete maravillas, y aquí tengo un inolvidable cambio de año […] Angkor Wat es el complejo religioso más grande del mundo y los grupos de turistas siguen un orden muy previsible, además hay tantos templos que ni siquiera en los tres días alcanzo a visitarlos todos. Tras saciarme de merodear por piedras viejas, sigo hacia el norte para entrar nuevamente en Tailandia”.

- De su recorrido por Vietnan, lo que más le gusta es la ciudad de Hanoi y la bahía de Ha Long, además del carácter de los vietnamitas, de los que comenta que son difíciles, diferentes y a veces hoscos, lo que supone un cierto aliciente después de tanta paz budista tras su recorrido por Tailandia: “Hanoi es un vaso de agua fresca. Me gusta esta ciudad, me gusta que los vietnamitas sean difíciles y diferentes; hoscos, a veces. Que viajar vuelva a tener picante tras tanta paz budista y que a este país no haya quien lo entienda. Estimulante. Hanoi es bulliciosa como una medina árabe, pero en el lejano Oriente. Muy exótica, llena de estéticos clichés, como los sombreros cónicos, las mujeres llevando en una balanza al hombro dos canastos de lo que sea, calles llenas de bicicletas, motos, ruido, velocidad, agresividad. Mercados repletos de frutas exóticas, cosas secas raras y cosas que no doy a imaginar qué son, comportamientos impredecibles de los vietnamitas que unas veces me hacen reír, otras me irritan... ¡Vida!”.

[…] “Con la luna llena, el invierno hace una pausa y me voy a ver la bahía de Ha Long, el laberinto de islotes kársticos en el mar. Un paisaje casi irreal al que quería venir desde que vi la película Indochina y que, pese a la organización turística, no decepciona; Ha Long es un onírico rincón del mundo que difícilmente se puede solapar con otros recuerdos, tan hermoso como único. En general, toda esta región de Vietnam tiene una atmósfera especial, un paraíso para pintores o fotógrafos”.

- En cuanto a Mongolia, nos comenta que es uno de los mejores sitios para el cicloturismo, y a juzgar por lo que escribe y la pasión que pone al describirlo, tiene que serlo: “En Mongolia, el precio de estar constantemente en naturaleza virgen es asumir la ausencia de confort. No hay noches de hotel, ni agua caliente, ni siquiera agua saliendo de un grifo. Las distancias entre las pequeñas ciudades donde comprar comida son grandes y has de llevar peso extra, con comida para días. Si la bici se rompe, o la arreglas con tus ingenios o has de regresar a Ulan Baator, que tampoco es fácil. Si hay tormenta no tienes otro refugio que un chubasquero. Si hay viento, la tienda se convierte en la falda de una bailaora y dentro de ella es donde tratas de dormir. Viajas lento, te lavas en agua helada, la dieta es básica, pero son días que transcurren lejos del hormigón y la electricidad, en la pura esencia de la vida.

La falta de esa adormidera que llamanos confort impregna de libertad las estepas. Muchas de las imágenes que asociamos a la idea de libertad están aquí: las águilas sobrevolando cielos azules, los caballos galopando por las praderas, el viento silbando entre el silencio, los hermosos paisajes con una tienda junto al río en medio de la nada, del silencio...

Silencios hay muchos. Tantos como colores de la nieve para los esquimales. Y el de Mongolia es muy particular, es el de una vida que contiene el aliento para calmarse y relajarse. La tierra donde no se ha edificado, que no se ha asfaltado ni ensuciado. El impacto humano se detuvo aquí, apenas existe, y ha generado un silencio lleno de aire contenido que calma, trae paz, y que se pinta de colores con el chisporroteo de los caballos, los ríos, el viento.

- En uno de los tramos de pedaleo por Mongolia, junto con un grupo de amigos que ha ido conociendo durante su viaje de varios años, comenta al llegar al lago Khovsgol: “Tras dos días de viaje, en los que nos ponemos al día con historietas y nos contamos planes para el futuro, llegamos a una de las orillas del lago Khovsgol, un interminable espejo de agua helada que no deja indiferente a nadie, esto es el paraíso”.

- Y por último, sobre su fin de viaje por Asia, en Japón comenta que es un país que le choca mucho; por un lado le chirría tantas normas y tanta rigidez social, un día a día encorchetado, pero por otro lado, también le sorprende la reacción japonesa frente a catástrofes naturales como la del tsunami que le pilló allí, y donde no entendía la alarma desproporcionada que percibía por distintas fuentes del mundo occidental frente a la calma y unión de todo el pueblo japonés, tal y como él mismo comenta:La repuesta japonesa, su civismo y su capacidad de recuperación fueron más prodigiosos que las imágenes de vídeos con el mar llevándose barcos y coches, aunque lamentablemente la prensa solo escribió la desgracia. Y menos aun, nadie aplaudió a Japón por limitar la tragedia a cifras mínimas, comparado a lo que podría haber sido en otro país menos preparado, como en el tsunami de Sumatra del 2004”.

De su recorrido por Japón, destaca las montañas de Gunna y los valles que rodean Uenomura: “Voy hacia las montañas de Gunma, uno de los escasos reductos del Japón tradicional, donde me espera mi amigo Kurosawa. Los valles que rodean a Uenomura rompen con la imagen del Japón moderno donde hay una tienda 7eleven cada doscientos metros. Son una tierra montañosa casi deshabitada de cañones estrechos, aldeas remotas con casas centenarias de madera, pinos rojos surgiendo entre rocas y contorneándose como serpientes, ríos enterrados por el paso del tiempo. Por fin llego a un reducto del Japón que un día fuera dibujado por la mano del zen.

Aquí se respira -wabi sabi-, ¿verdad?. Le pregunto a Kuro mientras contemplamos en silencio un hermoso templo abandonado.

Pero por encima de todo, de este libro sobre su viaje en bici por Asia, y al igual que en su anterior libro sobre África, me quedo con sus reflexiones, puras, limpias, sintetizadas, directas... reflexiones simples pero a la vez profundas de un viajero en solitario, de un lobo estepario, con las que muchos se sentirán identificados, porque sabe transmitir un pensamiento con palabras claras, simples, mientras que los demás sólo podemos sentir, pero no transmitir, y menos aún llegar al corazón de la gente. Describo a continuación algunos momentos de reflexiones y pensamientos de este cicloviajero a lo largo de su recorrido por Asia:

- Ya comenté en su anterior libro, que Salva no es un tío que pase de largo, sin más, sino que siempre intenta mezclarse con la gente local, conocer sus costumbres o al menos intentarlo, fundirse con el entorno y con el pueblo, como si fuera uno más, y a su paso por Irán, y al igual que otros muchos viajeros, coincide en que es uno de los países más hospitalarios que hay, y más aún se percibe al viajar en solitario y de forma independiente: “Viajar de manera independiente lleva a este intenso contacto con la gente local, a conocer al “otro”, ese misterioso desconocido que la prensa puede a su capricho dibujar con exotismo y bondad -los tibetanos-, por ejemplo-, o convertirlo en alguien que quiere borrarnos del mapa a bombazos. Esta amistad espontánea con gente de otra raza transforma los absurdos prejuicios de la ignorancia en experiencias con la realidad, borrando cualquier conato de racismo. E igualmente, fraternizar con gente de otras religiones pone a la humanidad muy por encima de matices de fe.

Esto es algo bien sabido en Irán, y sus ciudadanos tienen la merecida reputación de ser uno de los pueblos más hospitalarios del mundo, virtud que demuestran con ahínco, a sabiendas de que hermanarse con un extranjero es trocar un enemigo que nunca tuvo que haber existido por un amigo”.

- Para él, viajar en bici es sinónimo de felicidad, y más aún en determinadas ocasiones, como le ocurre en Uzbekistán: “[...] entrar a Bukhara tras haber cruzado el desierto del Karakum genera una sensación inolvidable, hace de viajar en bicicleta algo muy cercano a lo que llamamos 'felicidad'.

Los días de calor, de horizontes borrosos, las insolaciones, los descansos a cincuenta grados, los almuerzos sentado en una silla de plástico, goteando sudor sin cesar y comiendo grasa de cordero, todo ha sido un mal trago necesario que ahora multiplica el valor de la belleza, y también el aguijón que despierta la apreciación de las cosas más sencillas. Algo muy importante viniendo de una sociedad donde se tiene de más, y donde lo que se tiene, en lugar de causar contento, provoca sufrimiento por tener más”.

[...] En un siglo donde el verbo 'viajar' se conjuga como 'llegar' y es sinónimo de 'turismo', quien recupera el camino con paso propio por el planeta cruzando tierras donde no hay hoteles hace de cada jornada una pequeña iniciación personal, descubre al otro, se redescubre a sí mismo, pone a prueba su valía, se inquiere por sus límites, sufre, ríe, disfruta, sueña y, cuando alcanza por fin su destino, los días de cansancio, de frío o de calor revelan su verdadero significado: alcanzó con su propia mano aquello que pudo haber sido regalado y obtenido sin esfuerzo. La plenitud de ser el dueño de sus días le va mostrando lentamente su lugar en el mundo”.

- En una de sus innumerables acampadas, donde tiene tiempo más que de sobra para reflexionar, observar y sentir, como ocurre en una de estas acampadas a su paso por Kirguizistán, después de duros días a nivel de exigencia física, y duros también en cuanto a la climatología, donde comenta: “También descanso a menudo para contemplar un rato el formidable paisaje en el que estoy metido, por lo que al final de cada jornada no he hecho más de cuarenta kilómetros, pero estoy radiante, feliz. Entonces, acampo acogido por el silencio de las montañas, olvidado de coches, supermercados, de esa truculenta televisión, sin más realidad que la simpleza de tener un refugio, agua, comida y un camino por el que llegar a una ciudad desconocida”.

- En cuanto al tema de la hospitalidad, alguna que otra vez se lleva alguna decepción, como a su paso por el Pamir tayico: “En el Pamir hay pocos turistas, pero hay, y una red de alojamientos ofrece básica hospitalidad a cambio de un moderado precio. Es la región más pobre de un país ya muy pobre, donde no hay casi nada. El ciclista sabe que unos dólares harán algo de bien a esa anciana incombustible, pacta un precio y decide quedarse. Se tumba junto a la estufa y contempla en su corazón dos sentimientos bien distintos: feliz por dejar dinero donde se necesita y triste por un devenir que transforma la acogida en un negocio. En los templos se vende espiritualidad y en las yurtas hospitalidad; el corazón habita cada vez más cerca del bolsillo. Dinero, maldito dinero, poderoso caballero...”.

- A su paso por Malasia e Indonesia, y de vueltas al tema de la hospitalidad y la libertad comenta: “Al igual que en África, los valores básicos de la vida, como la hospitalidad o la ayuda, aquí carecen de cuestionamiento alguno, no está en su mente pasar de largo cuando pueden echar una mano a quien la necesita. Paradojas de este planeta: donde más escasez hay, más se comparte, y donde abunda, menos se ofrece; es más probable que te nieguen agua en la cafetería de una ciudad francesa que en medio del desierto. Y si se trata de pasar la noche..., nada más difícil que encontrar un lugar para dormir allí donde las casas tienen camas de sobra.

Un iraní me regaló un interesante punto de vista, era un hombre de clase alta que había vivido en los Estados Unidos:

Ciertamente -me dijo-, la libertad es un concepto que puede ir más allá de la idea occidental sobre manifestaciones ideológicas o protestas en la calle. Cuando usted llegue a los Estados Unidos, verá que par acampar ha de pagar un camping o dirigirse a unas áreas especiales; si pone su tienda de campaña en un lugar abierto y alguien le ve, es muy probable que llame a la policía y le ordenen que levante el campamento, incluso en plena noche. Usted no es libre para pasar la noche en cualquier lugar de tan inmenso país. Sin embargo, en el Irán de la opresión religiosa usted puede acampar en cualquier rincón, y, si le descubren, lo más grave que puede ocurrir es que le pidan que vaya a dormir con ellos a una casa o que le obsequien comida”.

- En Indonesia, cuando se encuentra conviviendo durante un tiempo con una misma etnia, comenta sobre el tema de la desconfianza hacia el extranjero que trae aparejada la riqueza o las posesiones materiales: “Me resultan muy interesantes estas semanas entre la misma etnia, en un lado pobre y en un lado rico, y observar cómo la riqueza trae desconfianza hacia el extranjero, en lugar de interés por conocerle. Seguramente, los 'dayak' indonesios no tienen miedo a que les roben un televisor que no tienen […] Tener posesiones genera aprensión, desconfianza, y yo la sentía al comienzo del viaje, cuando me preocupaba que me quitaran la bicicleta. Con el paso del tiempo ya no es así, lamentaría que me robasen mi galeón, pero lo que ahora no quiero perder de ninguna manera es mi confianza en la gente, vivir con tranquilidad. En muchas ocasiones dejo la bici con equipaje entre desconocidos, por unas horas, por una noche, y ellos suelen ser los más alarmados...”.

- La respuesta a la típica pregunta ¿por qué de visitar lugares remotos?: “La razón de ir a estos lugares remotos es siempre la misma: la vida se hace intensa cuando el confort desaparece. Se convierte en una sucesión de esfuerzos que a la caída de la tarde explotan su energía acumulada, y bañándome en un río de la selva siento la lucha del día transformarse en una intensa alegría.

[...]Frente a mí tengo un atardecer rojizo, pero, encima y detrás, un cielo negro que amenaza con diluvio. En breve empieza a llover, grandes gotas que generan un estruendo de tambores al estallar contra las hojas de la selva, abiertas como paraguas. No dura mucho la lluvia, pues estoy en un extremo de la tormenta, y, al cesar, el calor ecuatorial comienza rápidamente a evaporar los charcos de la pista formando una tenue neblina, mientras la luz del ocaso se filtra generando un metro y medio de humo anaranjado frente a mí. El resto es casi oscuridad. Parece magia.

Cae otro chaparrón, por mi cara se mezclan sudor, polvo arcilloso, agua, y siento en mis labios un sabor que en absoluto es asqueroso: es la vida. Pedaleo sonriendo. Las gotas enormes caen sobre la selva creando un seco tam-tam, que es la única compañía de un ciclista solitario”.

- En una de las ocasiones en las que se para a hacer balance sobre todo lo vivido en este largo viaje que emprendió años atrás, vienen a su mente todas las personas que ha ido conociendo durante este viaje y comenta: “A veces, parado en un rincón del mundo, que puede ser un limpio café, un puesto de leche de soja, una sucia habitación de hotel barato, o simplemente acuchillado en las piedras de un río camboyano, siento que la piel se me eriza. Cada vez que alguien me recuerda, a mi lado canta un pájaro. Y ya he perdido la cuenta de estos momentos tan especiales, donde la emoción, en lugar de caer en costumbre, se hace más y más intensa... Me veo como el hombre más rico del mundo. No tengo casa, ni propiedades, pero habito en cientos de corazones, tal vez más, he conocido a miles de personas estos años. Y sentirse en el corazón de amigos en la distancia genera una energía tremenda, nada malo puede ocurrir a quien es objeto de buenos deseos, el mundo se confabula para protegerte. Tener dinero debe de ser más práctico, pero sentirse presente en tantas personas multiplica las fuerzas. Es una emoción tan difícil de explicar como de creer.

Cerrar los ojos, ver el mundo pasado y contemplarlo lleno de luces, como un cielo estrellado que son los amigos que no te olvidan, es una sensación que hay vivir para entender, está más allá de las palabras.

La vida es lo que sobrevive al olvido. El ciclista deja una fuerte huella en la gente con quien fraterniza en el camino. La bici provoca esa huella inolvidable, la inesperada visita de una bicicleta alrededor del mundo. Y vivir eternamente en el corazón de tanta gente es hacerse inmortal en vida”.

Aunque no es oro todo lo que reluce, como en una ocasión se encargó de recordarle la esposa es un ciclista: “Las aves de paso llevan en el corazón historias fascinantes, despiertan admiración y todos quieran dejar el recuerdo de su mejor cara en ese tipo loco que está dando la vuelta al mundo en bicicleta. Sin embargo, como me dijo la esposa de un ciclista, una amistad puede surgir de la ocasión, pero necesita la rutina para crecer”... de ahí que se plantee en ocasiones “...pasar un tiempo sin despedirme cada día de los amigos que hago. Necesito parar por un mes en algún lugar, comprar el pan en la misma panadería, sentarme en una cafetería y que el camarero me pregunte: -¿Como siempre, con leche y sin azúcar?-. Necesito reconocer las caras al pasear por una calle, descansar de la novedad constante, tener conversaciones que vayan más allá de historias de viajeros, y todo eso... necesita tiempo”.

- Lejos de amilanarse o atemorizarse cuando se encuentra perdido, en medio de la nada, en una zona totalmente desconocida, sin referencias de ningún tipo y muy lejos de cualquier vestigio humano, es cuando surgen de él esos pensamientos que no son más que su forma de ser: “El camino de la incertidumbre lleva a la cocina de los dioses, y, cuando no sabes qué hay tras la curva, ni dónde o cuándo volverás a coger agua, ese es el lugar donde esperan manjares de gloria”.

- En algunas circunstancias, su viaje y por distintos motivos, se hace conocido, y en algunos sitios, como ocurrió en Rusia, se encuentra a personas que están esperándole para invitarle a que se quede a su casa, a comer, o a enseñarles las costumbres o forma de vida de la zona, porque son gente afines a su forma de vida y su forma de ser y viajar y se han enterado de ello por internet o por noticias de la radio o televisión después de los ataques personales que sufrió con el fin de intentar robarle, pero él siempre ha sido muy reacio a tantos aplausos y a tanto confort: “Yo llevo la vida que quiero, disfruto de ella sin pensar que merezca reconocimiento alguno, y además es demasiado intensa para que pueda salirme de ella a jugar el papel de aventurero; los ciclistas no viajamos para recibir aplausos, la satisfacción es privada e interior. Sin embargo, a través de encuentros con personas como Boris, he asumido que este viaje a veces despierta admiración en gentes de espíritu afín, que quieren agasajarme pensando que merezco un capricho de confort por todo el sufrimiento que entraña vivir en una bicicleta.

Ese sufrimiento, muy al contrario, a mí me parece que es un verdadero lujo en este mundo de vidas urbanas, y yo, un privilegiado que puede disfrutar de él; una convicción que me hace despreciar la vida confortable y, con frecuencia, ha dificultado que pudiera disfrutar ciertas situaciones de bienestar material. Afortunadamente, viajeros más sabios que yo me han enseñado a renunciar a ese extremismo -un capucchino casi siempre sienta bien- y a agradecer las intenciones amables en lugar de rechazarlas. Aunque alguna vez no pueda evitar sentirme incómodo”... [cómo le ocurrió en una entrevista que le hicieron para televisión o radio y donde trataban de colmarlo de halagos y atenciones, a lo que él reaccionó del siguiente modo:]... “-Díscúlpeme por sentirme algo violento- le digo a la guapa rubia que me entrevista, no salí de España en pos de reconocimientos, sino para conocer el mundo, sus gentes y pasar los mejores años de mi vida. Creo que los ciclistas, como los montañeros, nos sentimos más cómodos sin tanta floritura, somos gente que come todos los días sentada en el suelo. He dormido en demasiados hogares humildes para que una fría suite me toque el corazón, aquí no está la razón de mi caminar”.

- Al llegar por fin a Vladivostok, en el extremo del continente euroasíatico, después de su periplo de situaciones difíciles por la siberia rusa (ataques de perros, ataques personales para robarle y el frío intenso al que se ve sometido), y antes de embarcar rumbo a Japón, nos dice: “Contemplo el mar tiritando de frío, aquí estoy, y hay tanto detrás..., una línea roja que cruza los mapas de África y Asia se superpone en mis ojos mientras contemplo el Pacífico, cientos de amigos, de momentos... tras recorrer medio mundo en bicicleta, tendría bastante que declarar en un juicio, pero nada de lo que arrepentirme.

- Con lo grande que es el mundo, y sin embargo, son muchos los puntos en el camino donde acaba encontrándose con amigos que ha conocido en otros lugares durante su largo viaje: “Encontrarse amigos en cualquier rincón del planeta es una experiencia maravillosa, la magia del viaje se muestra con todo su esplendor en estas ocasiones y el mundo parece realmente pequeño..., tan pequeño que se puede planear una cita al otro lado del hemisferio, tan pequeño que puede recorrerse en una bicicleta...

- Tras un percance que sufrió al atravesar el histórico túnel Salang a 3.400 metros de altura, en Afganistán, nos comenta: “Me quedé un buen rato en al curva de esa carretera, tratando de calmarme; asustado y, a la par, feliz de estar vivo. Me sentía como quien ha salido indemne de una asalto y se pregunta: 'Ahora, ¿en qué me gasto estos cien dólares que no me han robado?'. Así es la vida, sino las gastas puede que un día alguien te robe los ahorros”.

- En la India disfruta un relación sentimental que le cala hondo, sin embargo, antes o después, llega ese momento que tiene que tomar una decisión transcendental en su vida, al menos hasta ese instante: abandonar el viaje de dar la vuelta al mundo, su sueño, su forma de vida, o asentarse y apostar por una relación: “Por primera vez en tres años, me planteo finalizar el viaje y apostar por una relación. Si fuera sensato lo pondría todo en la balanza, ponderar es asunto de sabios; sin embargo, vivir es asunto de locos y elegir es un verbo alejado de la razón.

[...]Cuando el viajero abandona la posada, frente a él están de nuevo todos los caminos del mundo, una fuerte sensación de libertad le embarga. Y esta vez también hay un hueco en el estómago que le quita el hambre y las ganas de viajar.

[...]Todos los caminos del mundo, una bicicleta. El amor es una tierra sin caminos ni destino que alcanzar, y, al contemplar la playa abierta, donde solo hay mar, el viajero siente vértigo y huye una vez más”.

- Sin duda, uno de los momentos más duros a nivel psicológico le vino a raíz de la noticia de la muerte de su amigo Ken, porque se plantea que en cualquier momento le puede suceder algo, y nace en él por primera vez, el miedo a morir: “-Kenny ha muerto de malaria cerebral en el norte de Camerún-, me escribe su hermana Shelly. Se dirigía hacia España, desde donde quería volar a Canadá y asentarse por fin. Descansar y contar a su gente que la vida ahí fuera es maravillosa, que no se conformen con lo que les venden, que hay más. Ken era un Quijote enfrentado a este mundo de molinos de miedo. Y ahora no será así, su gente no verá al valiente, sino que alguien dirá: -Ah, África es peligrosa, viajar es peligroso, yo conozco a un tipo que murió de malaria-, y seguirán comprando seguros de vida y tendrás un paraguas a mano por si llueve.

Camino a la embajada española, voy entre lágrimas y rabia maldiciendo a la vida, no me explico cómo ha podido hacerle algo así a Kenny. No a él, que vivió sin miedos ni seguros a todo riesgo. Me da por pensar que yo también tengo mi sino esperando con un machete en Colombia o con un idiota ruso borracho, y por primera vez en mucho tiempo tengo miedo. Tal vez mi buena estrella es una historia que yo me he montado, y que ni estoy ni estamos protegidos, que la vida no entiende de apuestas. De la noche a la mañana me nace el miedo a morir, a truncar de golpe esta maravilla de vida, y dejo de confiar en mi suerte.


Y es curioso, pero es unos días después de estar con estas sensaciones y pensamientos, después que naciera el miedo a morir por primera vez en este viaje, cuando sufre un atropello que a punto estuvo de costarle la vida, y es cuando se da cuenta que no puede seguir adelante con esos miedos, que tiene que quitárselos de encima, desterrarlos de sí para poder seguir viajando y disfrutando del viaje: “Así es la vida, no puedes desconfiar ni tener miedo un solo instante. Ella deja de protegerte en cuanto das un paso atrás, te muestra los dientes. Hay que caminar sin miedos por el camino de los sueños y entregarse en cuerpo y alma sin un milímetro de dudas, confiando en ser protegido. En el momento en que comienzas a amontonar seguros de vida y paraguas por si llueve, la vida ya no ve necesario cuidar de ti. Ya tienes miedo, ya eres “amontonador”. Allá tu, quedas solo”.

Para terminar esta entrada, dedicada a Salva y a su viaje de largo recorrido, dejo aquí los extractos de tres programas de radios donde le realizan entrevistas.

Extracto del programa "Levando Anclas" (Radio Euskadi) emitido el 7 de Octubre del 2013, desde Medellín (Colombia), donde entrevistan a Salva Rodriguez.

Extracto del programa "Ser Aventureros" (Cadena Ser) emitido el 19 de Enero del 2014,  desde Santiago de Chile, donde entrevistan a Salva Rodriguez.

Extracto del programa "Levando Anclas" (Radio Euskadi) emitido el 10 de Febrero del 2014, desde Mendoza (Argentina), donde entrevistan a Salva Rodriguez.

Extracto del programa "Levando Anclas" (Radio Euskadi) emitido el 1 de Junio del 2014, desde Guadalajara (México) donde entrevistan a Salva Rodriguez, el cual se encuentra escribiendo su nuevo libro tras su viaje a través del continente americano.

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